Con cada respiro que tomaba, Xenia sentía que estaba a punto de enfermarse con cuánto el aire alrededor apestaba a azufre. Honestamente, el constante olor a huevos podridos la habría hecho arcadas si no fuera por aquella vez que Osman la lanzó en aquella pequeña choza sofocante con Darío durante su entrenamiento. Incluso si había lava literalmente burbujeando debajo de ella, prácticamente no era nada en comparación con el infierno que vivió en aquella choza de la montaña.
«Agradece al Todopoderoso por los pequeños milagros, supongo», se rió para sí misma mientras aterrizaba en otra torre cercana. «Además, ¿soy solo yo, o esto es más fácil de lo que parecía?»
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