Dentro del carruaje, Xen se había quedado dormida en los brazos de Darío durante el viaje sin darse cuenta. Por otro lado, el rey había permanecido despierto, disfrutando dulcemente del momento de paz que estaba viviendo con su pareja durmiendo en sus brazos como un bebé.
—¿No es adorable? Se ve tan comportada y dócil durmiendo así —murmuró para sí mismo con una sonrisa.
No sabía cuánto tiempo había estado simplemente mirando a Xen de esa manera, pero estaba seguro de que había estado sonriendo todo el tiempo que estuvieron solos juntos. Ni siquiera le importaba la posición incómoda en la que estaba, siempre y cuando ella yaciera pacíficamente en sus brazos.
Después de algunas horas más de viaje, el carruaje finalmente se detuvo. La puerta se abrió de golpe y Darío cuidadosamente recostó a Xen en su asiento para poder bajar. Al mirar hacia arriba, ya estaba oscuro afuera, pero había suficiente luz proveniente de la luz de la luna y de la fogata para iluminar sus alrededores.
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