—¿Cómo te sientes, Madeline? —preguntó Calhoun, sus palabras solo para que Madeline las escuchara.
—Se siente como si todo estuviera cambiando desde el segundo en que el sacerdote nos declaró esposo y esposa —respondió ella, y Calhoun dejó de caminar para situarse frente a ella.
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—Ya no eres solo Madeline, mi dulce rosa —dijo antes de levantarse para colocarse erguido frente a ella—. Pero entonces nunca fuiste solo Madeline sino más que eso —colocó su otra mano en su cintura antes de que comenzaran a bailar—.
Madeline apenas había dado un paso atrás para seguir el liderazgo de Calhoun cuando escuchó la suave y pacífica música de piano que empezaba a sonar desde la esquina de la habitación, llenando lentamente el espacio entero.
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