En su camino hacia la reunión, la Princesa Emily desvió su enojada mirada del frente del carruaje hacia la ventana a su lado en silencio. No apreciaba que Raylen hubiera jugado la carta de informar a su madre sobre sus planes de quedarse en casa de sus parientes por unos días.
—¿Estás haciendo pucheros? —escuchó hablar al archidemonio a su lado, negándole la paz que anhelaba.
—Yo no hago pucheros —respondió Emily secamente, sin mirarlo.
—¿Segura? —indagó Raylen, y Emily se giró para lanzarle una mirada fulminante—. No pareces estar de buen humor. Anímate. Todo lo que hago es por tu beneficio. Si fueras con Julius ahora, él pensaría que le has perdonado por lo que dijo y no hizo. Esto hará que se esfuerce más por ganar tu atención. ¿Qué? —preguntó inocentemente.
Emily apretó la mandíbula y le advirtió:
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