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Carnal y sentimental a la vez

Kemal Demir.

La besé, crucé la línea y me arrepentí al instante.

Me juré a mí mismo que iba a mantener la distancia y que respetaría a la mujer que la vida me dio como hermana, pero vamos, todos sabíamos que era una vil mentira.

Fui un tonto, no pensé en las consecuencias de mis actos y la lastimé mucho con esas palabras que le dije. Pero no las dije porque quise, sino porque me vi obligado a decirlas para que me odiara de una vez por todas.

Bahar sollozó y mi pecho se contrajo. Tenía que salir de aquí, lejos de ella, porque era insoportable verla derramando lágrimas de dolor por una relación que no iba a ir a ninguna parte.

Ella era una mujer casada, ella lo eligió a él por obligación, era su deber casarse con él. Incluso le hable del futuro y ella se asustó y me dijo que lo nuestro no podía ser.

Yo sufrí toda mi vida por ella, hasta que conocí a Samira el dolor se dispersó un poco y con la madurez que adquirí, aprendí a aceptarlo con dignidad.

Teníamos que aprender a estar en el mismo sitio el uno con el otro, teníamos que normalizar esta situación porque si no lográbamos hacerlo, esto no iba a funcionar y de inmediato escaparía.

De verdad, no quería perder la estabilidad que tenía con Samira. Ella había sido una gran mujer conmigo y así le pagaba besándome con la mujer que debía ser tratada como un miembro más de mi familia.

—Si estoy aquí es porque quiero que esta relación que tenemos sea como la de hermanos que somos.

—Desde esa noche que me acosté contigo, dejé de verte como hermano, así que no me pidas que sea hipócrita contigo.

—Bahar, quieras o no, tenemos que actuar como si esto nunca pasó. No quiero seguir traicionando a Emir.

Río con amargura.

—Demasiado tarde, Kemal— dice —es demasiado tarde para tus arrepentimientos. Pero no te preocupes— hizo una pausa para limpiar esas lágrimas que volvió a derramar y me miró a los ojos— ya no te buscaré más, está claro que para ti solo fui un entretenimiento.

Se acomodó el velo en la cabeza y bajó la mirada de tristeza que le dediqué, pero, a pesar de que mi lenguaje facial demostraba tristeza, debía mantenerme fuerte ante ella. Porque mi cuerpo pedía a gritos que volviera a acorralar a esa mujer y embestirla con brusquedad; atarla, ponerla de espaldas, agarrarla del pelo y derramar mi semen en ese lindo y estrecho coño.

De tan solo pensarlo me puse tan duro que dolía.

—No me odies Bahar— le pedí —fue mi culpa, no debí besarte. Ahora te lastimé mucho.

—Jamás te odiaría aunque quisiera. Quisiera hacerlo, para no sentir este amor. Tengo un fuego dentro de mí que ha estado ardiendo por tantos años y cada vez que te veo a los ojos la llama arde más Kemal. Pero será como quieras, será como si no existieras para mí. Haré todo mi esfuerzo para seguir con mi matrimonio, y prometo no volver a molestarte.

—De verdad que no te comprendo Bahar— repliqué — no deberías de sentirte mal porque te dije que solo fuiste una tentación ya que tú fuiste la que me alejó. ¿Te acuerdas cuando me restregaste en la cara que te ibas a casar con Emir?— cuestioné con una nota de voz ácida.

—Sabes que no fue mi intención Kemal—dijo con voz llorosa— ¿estás consciente de que yo no soy dueña de mi vida? ¿Estás consciente del infierno en el que vivo? Si te dije todo eso fue por miedo.

—¿Y ahora qué te hace sentir valiente? Nada ha cambiado, nada. Estás en la misma situación y peor porque te casaste con él. Fuiste de él, Bahar.

—Ahora soy más valiente, porque antes era una cobarde. Eso cambió Kemal porque descubrí que te amo demasiado, que yo no puedo vivir sin ti— se acercó hasta mí y acarició mis mejillas— sin tus besos ni tus caricias.

Con todo el dolor que pude sentir en esos segundos, agarré sus manos y las alejé de mi rostro y endurecí la expresión de mi rostro.

—Es demasiado tarde, yo ya no te amo. Conocí a la mujer de mi vida cuando decidí dejar todo lo que sentí atrás y no voy a perder todo lo que yo he construido por ti. Tendrás que vivir con eso Bahar.

Lo que más me dolió fue ver su mirada desesperanzada y triste, sus ojos llenos de lágrimas y su expresión de dolor.

—Bahar... No quiero perderte como hermana. ¿Podemos estar en el mismo lugar sin tener una relación más que de hermanos?

Pronto me iba a ir y me iba a alejar de ella. Me olvidaría, porque le iba a hacer ver que yo no era el hombre para ella, porque le iba a demostrar, aunque no quisiera, en contra de mi voluntad que yo amaba a Samira Yilmaz.

Nos quedamos mirándonos, y mi corazón dio un vuelco en mi pecho. Casi mando todo al diablo porque las ganas de besarla me estaban matando lentamente pero la voz de Samira se escuchó.

—¿Kemal? ¿Estás aquí?

—Aquí estoy, cielo —respondí.

Bahar aprovechó para irse cuando desvié la mirada en dirección a Samira y cuando estuvo demasiado lejos, fue que pude observar a mi prometida acercarse.

Me acerqué hasta ella y la besé con rudeza, ella sonrió contra mis labios.

—Oye, ¿qué te pasa amor? —dijo, pero no la dejé terminar. El beso de Bahar me puso tan duro que debía tener sexo con ella. Si no me quitaba estas ganas acumuladas, sin duda iba a caer en la tentación.

—Solo quiero desnudarte —murmuré ronco muy cerca de sus labios. Imaginando que era ella, porque sí, estaba loco de amor por ella.

—Tranquilo, nos pueden ver —dijo, observando inquieta los alrededores para buscar a alguien. Sin embargo, era imposible que nos vieran. Estaba muy oscuro y nadie solía recorrer el jardín de noche. Solo Bahar y yo.

Quiso alejarse de mí, pero la tomé fuerte, subí su falda y levanté su pequeño cuerpo, sus piernas quedaron enredadas en mi cintura. Me miró con evidente sorpresa, porque nunca la había tratado de esa manera, cuando nosotros intimábamos solía ser delicado con Samira, ya que ella era más tierna.

Sonrió con nerviosismo.

—¿Te gusta esto? ¿Te sientes cómoda? —inquirí asegurándome antes de lo que iba a pasar a continuación. Quería saber si ella aceptaba esto porque lo que iba a pasar a continuación no iba a ser un acto delicado.

—Quiero probar algo nuevo —respondió— si eso te gusta, no veo por qué no.

Agarré su cabello y tiré de él, eso me dio más facilidad para acariciar su cuello y repartir besos mojados. Con mi lengua comencé a lamer esa zona. Ella olía a fresas y utilizaba la misma fragancia que Bahar, una de las cosas que más me encantaban de ella.

Ella suspiró perdida en esas sensaciones placenteras que yo le otorgaba.

—Kemal, te deseo tanto.

Sonreí contra esa piel sensible erógena. Bajé a su clavícula y repartí besos cálidos en su piel, mientras ella se encogía estremecida en mis brazos.

Coloqué su ropa interior a un lado y aproveché para liberar la erección que sobresalía en mis pantalones.

—¿Quieres que te folle ese rico coño?

Asintió con la cabeza mientras me dedicaba una mirada suplicante.

Me posicioné en su entrada y entre con lentitud en su coño. Suspiré cuando sentí la punta de mi pene aprisionada contra esos músculos calientes y mojados. Luego, cuando terminé de entrar hasta el fondo y sentí esa delicia exquisita que cosquilleaba placenteramente mi glande, comprendí que quería morir del placer.

Abrí la boca y jadeé al sentirla tan caliente y húmeda y ella jadeó cuando mi miembro golpeó hasta el fondo.

Sus ojos me observaron con un brillo intenso, su rostro con una ligera mueca de placer.

Desabroché dos botones de su camisa y me encontré con sus pequeños pechos, los cuales estaban endurecidos. Con mi lengua le di una lamida a la aureola de forma circular y aproveché para chupar. Ella jadeó y yo repetí lo mismo en el otro pezón.

La besé nuevamente y moví mi pelvis hacia fuera para volver a entrar en ella con rudeza, cubrí su boca para que los gemidos de ella no fueran sonoros y para poder imaginar con más facilidad que era ella la que estaba ahí, conmigo.

Cerré los ojos y repetí el mismo movimiento, sentí como su coño se apretaba alrededor de mi miembro y como sus uñas se clavaban en mi hombro por encima de mi camisa.

Oh Dios, esto se sentía tan bien, estar dentro de ese coño.

Mi mente se fue lejos, no estaba ahí, estaba vagando en los recuerdos, en los sonidos que emitía nuestros cuerpos, en sus gemidos sonoros y delicados; en el manjar exquisito, el cual no iba a volver a probar nunca más. Y en su olor, ese que se quedaba impregnado en mi ropa y que se mezclaba con el aroma de mi perfume.

Me sentía muy mal porque este era un momento íntimo entre Samira y yo, y yo no la amaba como ella merecía.

Recordé que la vez que me acerqué a Samira fue porque usó su perfume, luego hablé con ella y salimos. Y ahí fue que me di cuenta la mujer excepcional que era.

Era un maldito, porque Bahar siempre había estado en medio de nosotros.

Embestí con tanta rapidez, con tantas ganas que tal vez le hice daño, pero esa teoría se desvaneció cuando ella tembló en mis brazos y quiso gritar, sin embargo no podía dejarla gritar porque podían escucharnos, así que la besé callando su jadeo chillón, el cual solo pude escucharlo yo.

—¡Diablos! ¡Maldición que delicioso! —murmuró entre dientes y contra mis labios.

—¿Quieres que te dé más duro? —tiré de su cabello y me moví para acomodar su pequeño cuerpo encima de una de las bancas largas que había. Salí dentro de ella y me coloqué de rodillas encima de aquella banca, le di una leve nalgada en ese precioso y redondeado culo y su cuerpo sobresaltó por el aturdimiento. Su coño empapado sobresalía.

—Si —asintió— hazlo más duro.

Me invitó y así lo hice, entre en ella con vehemencia, a esa exquisita estrechez, a esa deliciosa piel suave y mojada que acariciaba cada parte de mi miembro y el cosquilleo placentero se intensificó más. Me incliné y aferré las manos a sus pequeños pechos y los apreté, mientras me mecía duro y sin parar. Cerré los ojos, para concentrarme más en los sonidos que emitía mi pelvis al chocar con ese precioso culo.

Ella gimió pero lo hizo casi en silencio.

—¡Oh sí, Kemal! —exclamó Bahar.

—¡Eres mía! —aseveré tan extasiado que mi voz salió ronca por la intensidad de ese placer que me proporcionó ese delicioso coño.

—Sí, maldita sea, soy tuya, soy —Bahar respiró profundamente al sentirse sofocada.

—Sí soy tuya Kemal —expresó en respuesta.

Me levanté un poco y tomé su largo y sedoso cabello negro y tiré de él e hice una pequeña cola de caballo.

Tensé la mandíbula, estaba próximo a venirme, lo podía sentir porque mi pene estaba palpitando de placer. Le di una leve palmada en la mejilla y con mi pulgar acaricié esa zona hasta que introduje en dedo en su boca, ella no se quedó atrás, lo lamió y lo chupó y sentí escalofríos y corrientes eléctricas recorrer todo mi cuerpo.

—Mira como me pones, mira como me pone ese precioso coño cuando me aprieta de esa manera —murmuré y jadeé— me encanta cuando se pone tan suave y resbaloso, me encanta.

—Me encanta cuando me maltratas de esa manera amor.

Tiré de su cabello con rudeza y ella chilló, su culo rebotaba alrededor de mi polla y eso era magnífico, exquisito y placentero.

Ella se vino. Su coño se apretó en mi virilidad y su cuerpo tembloroso se dejó caer con debilidad en mis brazos, pero yo no dejé de embestirla. Jadeé y me aferré a esas pequeñas y redondeadas nalgas mientras mi semen se derramaban en ese estrecho y caliente coño.

—Bahar.

Fue mi mente la que dijo su nombre, extasiada por todas esas sensaciones que sentí cuando mi miembro palpitó y los efectos del orgasmo que sentí estaban pasando lentamente, y la respiración se empezó a normalizar.

Cuando todo eso pasó me invadieron unas ganas terroríficas de llorar por la profunda tristeza de caló en lo más hondo de mi interior, pero fui valiente, no podía romperle el corazón a ella. Debía mostrar mi más hipócrita sonrisa, cuando morí por dentro miles de veces esa noche.

Narra Bahar Yildiz

No podía respirar. La crueldad con la que me trató fue como una maldita daga incrustada en mi esternón y mi sangre eran las lágrimas que derramé. Mis lágrimas no cesaban de resbalar por mis mejillas.

Grité con fuerza, al recordar su frialdad.

El la amaba y yo lo amaba a él. Él tenía razón, fui una cobarde porque ni siquiera me importaron sus sentimientos cuando le dije que lo nuestro no podía ser, después de que el me dijo que me amaba horas antes de casarme.

Después de que nos acostamos, después que me llevó al cielo con sus embestidas y el suspiró conmigo y me hizo llegar al punto más alto de placer, después de eso me entregué a Emir y eso fue lo que más lo rompió. Que él me tocó.

Fui muy cruel, pero solo quería protegerlo, porque mamá sospechaba que me estaba viendo con alguien y me amenazó, me dijo que los ancianos del consejo lo iban hacer trizas si no era virgen.

Yo sufrí muchísimo, el no tenerlo entre mis brazos, el tener que esconder este sentimiento que ardía en mi pecho fue una de las cosas más difíciles que hice. Fui valiente por los dos y sacrifiqué nuestro amor, era eso a que le hicieran daño. No me arrepiento de nada, porque de una forma u otra lo protegí como si se tratara de mi vida.

¿Qué iba hacer sin su amor? Era lo único que le daba sentido a mi desdichada y miserable vida que ni siquiera me pertenecía.

Acaricié mis labios queriendo guardar esa sensación agradable y reconfortante que me hizo sentir y las mariposas de mi estómago no se quedaron quietas.

Me levanté del piso y abrí un cajón donde guardaba una botella de Vodka y una botella de Whisky, esa se la robé a Emir, a él le encantaban y esta noche era la ocasión especial para emborracharme hasta quedar en coma, porque mi vida no tenía ningún sentido.

Probé de la botella y tomé una gran cantidad y ni siquiera me molestó ese caliente en la garganta, el dolor emocional era más fuerte que eso.

Gemí angustiada, seguí tomando de grandes sorbos hasta que mi vista se tornó borrosa.

Una hora pasó, en menos de una hora me tomé toda esa botella de whisky, y abrí la de vodka, ni siquiera supe de mí, estaba demasiado borracha pero una cosa sí supe y era que no podía dejar de llorar, el llanto me invadió de una manera terrorífica, era como si solo viviera para llorar. Las lágrimas salían por inercia.

Acosté la cabeza en la almohada y sollozé, las imágenes de lo que pasó se repetían una y otra vez en mi cabeza, maltratando una y otra vez mi corazón, mi respiración era caótica, y mi almohada se llenó de lágrimas.

Escuché como alguien intentaba abrir la puerta, así que no me importó. Tal vez era mi esposo de mentiras que estaba intentando entrar, al final esta también era su habitación.

—¡Bahar! ¿Qué diablos estás haciendo?

No podía verlo, porque mi vista estaba borrosa, sin embargo imaginaba la furia que se apoderó de él y su lenguaje facial.

—¡Déjame en paz!— Murmuré ininteligible.

—¿Acaso te volviste loca? Nunca vas a madurar. ¿No te das cuenta de que estos ancianos están aquí y pueden verte? Si te ven así pueden hasta golpearte, estúpida.

—¡Que se jodan!— exclamé.

—Haz lo que se te de la gana, Emir— aseveré— pero no vas a dormir en esta cama. Quiero estar sola.

—¿Qué es lo que te sucede? Es increíble que no pueda dejarte sola ni un momento. Ya estás borracha. Esta bien que vivas tu vida, pero no puedo creer que seas tan estúpida y hagas semejante circo con esos ancianos que pueden estar recorriendo los pasillos. Imagina que pidan por ti, ¿cuál es la excusa que vas a dar?

Reí escandalosamente.

—Jodete maldito, váyanse al infierno. Maldita seas tú y maldito sean los ancianos.

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