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Primer beso

N a r r a  Emir

Atrapé Alekxandra antes de que pudiera escapar, dejando del otro lado la que se hacía llamar mi esposa.

Me molesté con Alekxandra porque no le había dicho que podía irse. Ninguna mujer se había comportado de esa manera tan inadecuada, teníamos un negocio y  claro que le iba a pagar por sus servicios.

—¿Dónde va?—Pregunté—.

Le dije que no había terminado con usted.

Mi semblante denotaba molestia, estaba acostumbrado a que las mujeres me rogaran por estar conmigo. Odiaba su desprecio pero me gustaba a tal punto de correr tras ella. Estaba convencido de que sólo serían un par de cogidas, ni siquiera sabía si me iba aburrir.

—Suélteme ya debo irme—murmuró.  Su mirada avergonzada se encontró con la mía.

—¿Está celosa?

La miré con una diversión maliciosa.

—Usted parece que no entendió cuando le dije que lo aborrezco— me fulminó con la mirada.

—Las cosas que usted diga no importan, lo único que importa es lo que yo deseo.—me acerqué hasta su oído y se estremeció—. Pero estoy seguro de algo, y es que, cuando esté entre sus piernas, lamiendo su coño, no va a decir lo mismo.

Silencio.

—¿Cuándo me va a devolver a mi hermano? Necesito estar con él, él es muy pequeño y me necesita, así que por favor...

Era evidente que estaba avergonzada, se podía notar en cómo jugaba con sus dedos. Cada cierto tiempo bajaba y subía la cabeza en silencio. Intentaba cambiar de tema cada vez que estaba abierto a recibir la respuesta de mi propuesta.

—Debe tener paciencia. Además usted y yo no hemos quedado en un acuerdo todavía. —Caminé hasta mi escritorio y tomé unos papeles que tenía, simulé que los estaba revisando mientras esperaba que rompiera su silencio, a espera de su respuesta.

Dudó unos minutos para responderme pero luego, al ver que no le quedaba opción se obligó así misma a responder.

—Sí, está bien—respondió — me quedé atónito por dentro—. Pero solo con una condición.

La miré, ceñudo— no está en posiciones de poner condiciones.

—De igual forma las quiero poner—replicó, un poco nerviosa.

—¿Y si yo decido que aquellas condiciones no podrán cumplirse?

—Me da igual, usted es el que quiere acostarse conmigo, no yo—aclaró, y eso fue un golpe bajo para mi ego. Endurecí la expresión de mi rostro.

—Solo será una vez. Sólo me voy acostar con usted una vez, y luego va a dejarme en paz —expresó con voz segura.

—Lo siento mucho, pero usted será mía por el tiempo que yo deseé. Y no aceptaré sus condiciones.

Tragó grueso.

Antes de caminar en su dirección apreté el botón para asegurar las puertas y estas emitieron un pitido que la sacó de sus vagos pensamientos.

—¿Qué hace?—preguntó confundida y alterada—. Déjeme salir.

Apresuré el paso y cuando estaba cerca de ella cubrí sus labios con mis dedos, impidiendo que continuará hablando.

— Silencio—murmuré. Cerró los ojos ante el toque de mis dedos en sus labios.

—Por favor, no me haga daño—suplicó —todavía no estoy lista.

—No voy hacerle daño, lo prometo. -- le afirmé brindando la confianza que necesitaba—. Solo quiero... probar sus labios.

Levanté su mentón con mi otra mano libre, abrió los ojos y nuestras miradas se encontraron.

—Nunca he besado a nadie—reveló con las mejillas ruborizadas.

—Seré gentil y sobre todo el primero.

Me fui acercando y tentandosus labios, hasta dejar una caricia mojada. Atrapé sus labios, lentamente, ella se quedó estática sin saber cómo continuar y yo la guíe moviendo mis labios en los suyos. Sus labios eran suaves y tibios. Era exquisito.

Enredé mis dedos en su cabello suavemente mientras que nuestros labios se sincronizaban dejándome oleadas de placer en mi entrepierna. Alekxandra me correspondió torpemente olvidando aquellas discusiones y diferencias que habíamos tenido, al menos por la causa. Pero no me importaba, mientras la podía tener a mi merced.

Mi mano atrajo su cintura facilitando el toqueteo, el beso no fue fiero, fue suave. Quería que se acostumbrara a mí, sin prisa alguna. Quería que me deseara, que grabara en ella todos mis toqueteos obscenos y perversos. No había tanta prisa.

Cuando nos separamos ella se quedó ahí, quieta en mis labios, su cuerpo comenzó a temblar, lo podía sentir. Abrió los ojos lentamente y cuando estos se encontraron nuevamente con los míos, se llenaron de lágrimas.

—¿Está contento con esto?— cuestionó con prepotencia

Sonreí con picardía.

—Todavía no estoy satisfecho, sus besos son torpes y sin gracia. Todavía tengo que instruirla

desvío la mirada.

Era irónico pero aunque lo había hecho torpemente, me encantaba su manera tan única de acariciar, esa forma tan ingenua de actuar en cuanto se trataba de acariciar, era tan sutil y peculiar.

Esto sí que iba a ser divertido, porque acabaría enseñando a acariciarme a una chiquilla. Siempre me habían gustado las mujeres maduras y dotadas en cuanto a la sexualidad pero está chica desprendía una ingenuidad y una inocencia que me atraían de mil maneras.

—Pues... si tan mal beso busque a otra mujer— hizo un leve puchero y frunció la nariz, tal cual como aquella chiquilla que le habían negado su caramelo.

—No se preocupe, si quiero puedo buscar a otra mujer, pero por ahora eso no está en mis planes.

—En realidad no me importa, porque usted es un completo sinvergüenza.

Se cruzó de brazos.

—Y usted es una prejuiciosa Alekxandra— Caminé hasta mi escritorio y presioné el botón para dejarla libre.

—Dígame, ¿Quién está mal?—subí la cabeza para prestarle atención —. Yo que soy prejuiciosa o usted que tiene que obligar a las mujeres a intimar con usted. Es muy bajo pagar para que le den sexo. Eso es una demostración de que usted no puede conseguir ni a una prostituta. Claro, como es tan indeseable y troglodita.

Sus palabras me afectaron, no podía creer cómo una joven de diecisiete años podía encarar así. Es que ninguna mujer se había tomado el atrevimiento de tan solo levantarme la voz, ¿Quién se creía ella? Pero eso no hacía que la aborreciera, eso hacía que me llamara más la atención.

—Que tenga buen día.

Ignoré todo lo que me dijo, por esa vez ya había terminado. Ya había probado sus labios, había dejado una huella en sus hermosos y rosados labios y eso era difícil de olvidar.

—Ya puede irse—le indiqué y ella se dispuso a caminar, aproveché que estaba de espaldas para admirar su trasero pequeño y tonificado.

Todavía no podía creer que había probado los labios de aquella colegiala gruñona. Lo curioso era que, ya no tenía ninguna duda de que su cuerpo iba a ser mío, de que ella sería mía. El sentimiento de posesión moraba dentro de mí y no lo podía controlar.

Quería probarla toda y no descansaría hasta que fuera mía.

#

Después de aquella llamada que tuve con mi esposa en la cual la ignoré por completo, ella continuó con las llamadas, incluso ofendió a mi secretaria porque le dije que no me la pasara, estaba estresado, cansado y sobre todo molesto.

—Señor...—cerré los ojos al escuchar la voz tímida de mi secretaria—. Su padre ha llamado.

—¿Y qué le dijo?—cuestioné con desgano.

Duró unos momentos en silencio, después se animó a hablar.

—Le dije que no estaba, que estaba ocupado en una junta.

—Muy bien.

Ella se quedó ahí observando.

—¿Ocurre algo más?

—El señor Murad Yildiz dice que vendrá mañana.

El hermano de Bahar me preguntaba qué quería esa sanguijuela inepta.

—Si llama dígale que no estoy disponible, agende una cita con él, pero que no sea mañana, que sea pasado mañana.

—Cómo usted diga.

—Necesito que haga un envío—comencé a escribir la dirección.—Quiero que se mantenga al pendiente, para la tarde que es cuando llegará el mensajero. Necesito que sea discreto, ¿me entendió? No hablé de esto con nadie.

—Así será señor—me dedicó una sonrisa tímida.

—Cuando haga el envío quiero que se tome la tarde libre, no estaré en la oficina y no quiero que usted trabaje tantas horas muertas si no estoy, usted es muy mayor y no quiero que se me canse mucho.

Me dedicó una sonrisa tierna.

—Otra cosa Celina.

—¿Sí?

—Necesito que busque una niñera, alguien de confianza, un pequeño miembro de la familia lejana se está quedando en mi departamento y no quiero que esté solo.

—Está bien. Si no necesita nada más me retiro.

—Siga usted.

#

—¿A dónde iremos?— preguntó Ali mi chofer.

—A mi departamento por favor.

Puso el auto en marcha. Me miró de soslayo al notar mi semblante tenso.

—¿Ocurre algo?

—Es mi padre y mi esposa nuevamente, me tienen al límite de la locura.

—Algunas veces las esposas hacen mucho dramas porque solo quieren llamar nuestra atención, tal vez te extraña. Mi esposa  era igual cuando joven.

Ali había sido mi chofer desde que tenía razón, nunca se apartaba de mí, había sido mi sombra y mi empleado. En cuanto a Zhera, ella siempre fue mi nana y le tomé un cariño especial, tal vez porque siempre me faltó el amor de ella. Mamá me abandonó cuando era pequeño porque no pudo aguantar los maltratos de mi padre. Escapó mientras tuvo la oportunidad. Pero luego volvió a retomar el lugar que le pertenecía, sin embargo, ese lugar había sido ocupado por mi nana Zhera.

—Cree cuando te lo digo. Zhera era muy celosa.

—Sabes que Bahar y yo no nos amamos, sólo es un matrimonio por conveniencia.

—Pero he visto como lo cela— insistió

—. Tal vez deberían darse una oportunidad.

—Ali, —cambié de tema,—quiero que te tomes el día libre, por hoy, ya no te voy a necesitar. Usaré mi auto si quiero salir.

Mi chofer asintió sin cuestionarme y agradecí por eso. Me dejó en mi departamento.

Subí en el ascensor hasta llegar al último piso, pasé la tarjeta y la puerta se abrió al instante dejándome ver una persona del pasado.

—¿Qué haces aquí?—

El tono de mi voz sonó más gruesa.

La mujer hizo un sonido seductor con los labios.

—Hola Emir

llevaba un vestido negro, el cual dejaba revelar sus largas piernas.

—¿No me extrañaste, ni un poquito?—cerró los dedos midiendo con ellos el peso de sus palabras.

—Janette, ¿Quién te dejó pasar?— cuestioné furioso.

Jeanette Macdonald, fue una mujer alemana que conocí en mi juventud. Después de casarme con mi esposa la tomé como mi amante, pero ella quiso tener otras aspiraciones conmigo. Quería ocupar el lugar de mi esposa y quiso retenerme con un bebé que no era mío. Mi padre se enteró y hubo un escándalo en los medios. Todo un desastre.

Luego de eso, mi padre le dio una gran suma de dinero a cambio de que se fuera lejos del país.

Agarré bruscamente su brazo y me limité a sacarla

—Quiero que te vayas, mujer.— repliqué en un tono seco. Cada vez que recordaba el escándalo que hubo conmigo en el pasado, sentía ira, la cólera cegaba mi cordura y me convertía en una persona más pedante.

—Espera un momento—

dijo, mientras trataba de deshacerme de ella. La miré expectante.

—Te he extrañado mucho.

Su aliento olía a alcohol. —Estás muy borracha Janette, quiero que te vayas en este mismo instante.

—Quiero estar contigo. Emir—rogó con torpeza—. Te extraño mucho.

Se desprendió de mi agarre, se echó a mi lado y beso mis labios, todo fue superficial porque yo tenía más fuerza que ella. La separé de mi y la tomé por el brazo para sacarla por la fuerza, pues ella se negaba a dejarme en paz.

—¡Quiero que te largues!—

Abrí la puerta de mi habitación y la saqué por la fuerza.

Gritó cuando bajé las escaleras casi arrastrándola.

—¡Ahmet!—le grité al guardia de seguridad, no duró un minuto en llegar.

—Si señor—dijo. Se puso nervioso al observar a la mujer que casi se tambaleaba en mis brazos.

—¡¿Que demonios significa esto?!— le grité y brincó en respuesta—. ¡Quiero que la saques de aquí en este mismo instante!

— Sí señor.

—¿Cómo entró? ¿Acaso no reforzamos la seguridad?

—No lo sé, señor.

—Te pago para que te hagas cargo de la seguridad, pero no, ni para eso sirven. ¿Para qué estás aquí si no puedes proteger mi residencia?

Empujé a la mujer y el hombre se tambaleó, la mujer estuvo apunto de caerse en sus brazos.

—Quiero que la saques, ahora— era una órden y no se había movido de su sitio—. ¡Muévete! ¡Inepto!

—Tío Emir— me sobresalte. Había olvidado que Andrés estaba en mi casa.

Lo abracé, de espalda al niño le hice una seña al hombre para que actuará normal. La mujer estaba tan habría que ni siquiera él podía con tanto.

—Hola campeón— le mostré una sonrisa de boca cerrada, calmando la adrenalina que sentía—. ¿Cómo la pasaste?

—Bien, —respondió entusiasmado —la Tía Zhera me compró muchos juguetes y hoy me llevó al parque.

Abrí los ojos con sorpresa. Todavía estaba sofocado por todos esos gritos que había lanzado.

—Sí.—acaricié su cabello rubio.

—¿Tienes hambre campeón?

—Solo un poco—informó. —ahora solo quiero jugar.

—¿Y dónde dejaste a la tía Zhera?

—abajo.

Calce mis pies para luego tomar al niño en brazos.  Zhera estaba en la cocina preparando un poquito de leche.

—¿Le agregaras miel?—preguntó Andrés con una tierna mirada.

—Claro cariño — Afirmó Zhera con una sonrisa tierna.

Lo dejé en el piso.

—¿Podrías ir organizando el play? Enseguida te alcanzo— revolotee su cabello. Se fue corriendo, emocionando.

Después de que Andrés se fue, hubo un profundo silencio en la cocina.

—¿Por qué tan callada mamá? —cuestioné serio. Ella subió la mirada, un poco desconcertada.

—Necesito que me expliques todo.

Simulé estar confundido.

—¿De qué hablas?

Bufó al observar mi actitud. Sabía perfectamente de lo que me estaba hablando.

—Lo sabes, no te hagas el desentendido.

Exhalé.

—A ti no voy a mentirte mamá,  es el hijo de Anastasia, la institutriz rusa que una vez impartió clases.

—¿La asesina de Murad?

Se llevó la mano a la boca.

—No vuelvas a repetir eso, madre, nunca.

Tragó saliva.

—Lo siento, pero es la verdad.

—Murad está muerto, pero su hijo no descansará hasta dar con ella.

—¿Y dónde está ahora?

—Está muerta, pero sus hijos están desamparados.

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