Nala no sabía qué decir en ese momento, solo miraba a Lou con incredulidad. Iba a estar con Iris, aunque estaba muy claro que sería un pensamiento secundario.
—¿Sabes que la reina nunca te verá de la misma manera en que tú la ves, verdad? —preguntó Nala.
—No soy tan tonto, Nala. Me di cuenta de eso hace mucho tiempo —Lou estiró su cuerpo. Todavía se veía igual. Los usuarios de magia tendían a envejecer muy lentamente.
—Entonces, ¿por qué? —Nala se sentía con ganas de llorar, pero se contuvo. Había guardado esta emoción durante tanto tiempo. Ya no era su yo más joven, que lloraba ante la primera oportunidad y se volvía muy impulsiva—. Puedes tener una familia aquí, conmigo, con nuestro hijo. Podemos construir una vida juntos.
—Ese es el problema Nala —Lou la miró, sonriendo y por un momento, Nala quiso darle un puñetazo en la cara—. No quiero una familia. Ya tuve una y eso es muy malo.
—Podemos hacerlo mejor.
—Pero, todavía no lo quiero.
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