Abigail entrecerró los ojos a través del parabrisas, preocupada de que la salud del hombre empeorara antes de llegar al hospital. Ella se preocupaba por el extraño, cuyo nombre ni siquiera conocía como si fuera parte de su propia familia.
Sebastián sólo la miraba, su corazón desbordante de emociones. Había anhelado verla, hablar con ella y saber todo acerca de su vida. Sus ojos seguían cada uno de sus movimientos con intensa afecto, orgullo y amor.
Verla crecer y tener éxito le llenaba de inmensa alegría y orgullo. Al mismo tiempo, la culpa y el arrepentimiento le roían por dentro, sabiendo que se había perdido gran parte de su vida.
Desesperadamente quería acercarse y abrazarla, pero no tenía ni idea de cómo hacerlo.
Se le ocurrió un pensamiento.
—Ahu-Ahu-Ahu... —Comenzó a toser, sosteniéndose el pecho.
—¿Estás bien? —preguntó Abigail preocupada.
Al ver que él continuaba tosiendo, ella entró en pánico.
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