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Cap. IV

ʚ Dopamina ɞ

 

 

 

 

—¡Me encanta! —Gritó Dylan, al siguiente día.

—Dibujas bien. Lo pondré en mi carpeta —comentó Luis, bastante sencillo.

—Ven, ven. Tenés que sentarte con nosotros. ¡Hablemos!

Nicolás se sorprendió. No pensaba que el plan de hacer amigos por dibujos iba a dar resultados tan rápidamente –o que funcionaria tan siquiera–. Por primera vez, en una hora libre, tenía con quiénes hablar. Estuvieron platicando acerca del colegio.

—Es la pocilga más grande en donde me he venido a hacer mier-

—¡Tranquilo! —Nicolás interrumpió—. No tenemos que ser tan explícitos, Dylan. Entiendo tu desagrado, me siento igual, pero calma.

—Qué delicado que sos —se quejó, volviendo la mirada sobre Luis—. Al menos, el suicida me deja expresarme.

—Maje, pero tampoco vas a decir soeces palabra de por medio —rio sarcástico—. A mí me gusta el colegio, soy más feliz aquí que en el infierno de donde vengo.

—¿Y de dónde sos?

—¿Qué te importa? —Se rio al ver la expresión en Dylan—. Pero sí, estoy mejor aquí —comentó, observando a Nicolás.

En la clase de química, el pequeño y más reciente grupo de amigos formaron grupo para la futura feria de ciencias. Durante la clase de educación física, les indicaron que su calificación sería evaluada por las olimpiadas que realizarían en el aniversario del colegio; de esa misma celebración, habría un museo con todos los dibujos de la clase de arte y en sociología, harían una feria gastronómica.

—¡Bien, muchachos, ya sabrán lo que les espera! —Gritó con entusiasmo el profesor de inglés—. No es sorpresa de que los tienen a todos ustedes como unos asnos, cargando mil y un tareas, proyectos y un chingo de cosas que ni les servirá para hacerse un pan tostado y yo... ¡Claro que no soy la excepción, aquí tengo el trabajo que harán! —Se rio por un momento, antes de abrir su carpeta—. Van hacer un álbum musical... en inglés, obviamente, para que no se me hagan los chistosos.

—¿En grupos o solos?

—Obvio que en grupos. No iré evaluando uno por uno, ni que tuviese tiempo para gastarlo en ustedes —respondió, negando con la cabeza—. Usen la cabeza, jóvenes. Ojo aquí, pero esto va para los varones.

Apoyándose contra el escritorio, observó fijamente a la población masculina con seriedad. Pasó un tiempo en silencio, rascándose la barba y pasando la mano por su calva.

—Aquí, todos somos libres de expresión, pero cabe a destacar y resaltar, por todos los medios necesarios, que están en un maldito colegio católico. Chavos, se me abstienen de colocar canciones de ABBA, Queen y el más marica de todos, George Michael —pidió suspirante—. Todo el mundo sabe que es la trinidad en las discos gay, quien no lo sabía es que le hace falta más barrio.

Repentinamente, se sorprendió cuando las miradas se postraron sobre Nicolás. Todos, cada uno de ellos, sin excepción alguna observaron al pobre; este bajó la mirada, intentando de una u otra forma el desviar la atención recientemente atraída.

«Me han exhibido».

 

[. . .]

 

En el recreo, Dylan se fue a la sección de primaria para ver a su sobrino. Luis y Nicolás se quedaron sentados en una banca hablando de la clase, sin tocar el tema de la trinidad gay, hasta que cambiaron a algo más interesante y desviado del ámbito educativo. Luis sintió que Nicolás se encontraba nervioso por la reciente revelación de la clase.

—¿Podés ver fantasmas? —Inquirió Luis asombrado, poco después de una larga y conspirativa conversación.

—No es que pueda verlos tan claramente, pero sí lo presiento y a veces puedo verlos.

—¿Hay alguno aquí?

—Según mis hermanos, sí. Una monja. Dicen que aparece por la tarde; pero ya sabes que siempre dicen que hay un...

—Hay que quedarnos para buscarla, ¿o te vas en ruta?

—Sí, lo siento —murmuró sorprendido ante el interés de Luis.

—Está bien. Otro día será. Nico, ¿cuál fue tu primera impresión de mí? —Inquirió curioso, viendo fijamente al contrario.

—Que eras un chico popular y creído.

—¡¿En serio?! —Empezó a reírse, contagiando a Nicolás—. ¿Por qué? ¡Todos dicen que soy suicida!

—Es que te hablé el primer día de clases y me ignorabas. Luego pasó eso, pero todos te hablaban; solo mira que hasta Dylan está aquí y era el menos que le agradabas. Me dio esa impresión —confirmó, encogiéndose de hombros.

—¿Me hablaste el primer día?

—Sí. Llevabas una sudadera blanca, el cabello planchado y fuiste muy cortante.

—Me sorprende de que te acordés de eso —comentó, pasándose la mano por los rulos actuales—. Me plancharon el cabello ese día, querían animarme y que me sintiera bien. No recordaba que vos me habías hablado.

—Está bien. Tal vez estabas pasando un mal momento; pero es bueno saber de que estás mejorando.

—En realidad, no. Dylan me regaña cuando me ve las cortadas y me insulta, pero sé que se preocupa y trato de no hacerlo. —Torció una sonrisa—. Quise saltar del segundo piso de mi casa, pero me detuvieron de hacerlo. Ya no quiero ser él mismo de siempre, me gustaría mejorar.

—Podemos escribirnos, si quieres.

—Sos un gran amigo. —Le sonrió—. Siempre has sido un buen chico, sin importar el qué —exclamó con un tono más ronco y grave—. Espero que un día, me veas con los mismos ojos con los que yo te veo. Sos asombroso —exclamó Luis, levantándose rápidamente—. ¡Te admiro! Sos inteligente, sabés contar historias, memorizas todas las fórmulas de química; podés entenderle al profe de inglés y sos tan lindo como un pasivo. ¡Sos increíble!

—No lo soy —respondió con una pequeña sonrisa y un rubor en sus mejillas—, pero gracias por creerlo.

—Vos, no entendiste nada de lo que te dije, ¿cierto? —Soltó con una tétrica carcajada, dándole escalofríos a Nicolás—. No importa, siempre vas a ser un buen chico.

Había una verdad que Nicolás tenía en secreto, una que solo James conocía y esto, luego de varías teorías conspirativas y sueños lúcidos bajo el efecto de una cena antes de dormir. Bajo esa imagen inocente, pura y reservada, existía algo de lo que se avergonzaba. Una adicción, que como se puede entender, era difícil para Nicolás dejarla.

Cada noche, cuando no podía conciliar el sueño, se quedaba en el baño de su casa para ver pornografía mientras, naturalmente, se masturbaba.

Para cualquier otra persona podría parecer normal, lo que hace cualquier chico a su edad, incluso sería una simple broma si él lo dijese con vergüenza; pero Nicolás sentía que estaba degradando su mente con los vídeos, manchando su imagen y obsesionándose con las escenas.

A pesar de consumir una cantidad moderada de vídeos pornográficos, no podía recordarlos o describir de qué iba la trama. Olvidaba haber visto algún vídeo a la mañana siguiente; aunque reconociendo, que sí era pornográfico. Lo que sucedía por la noche, se quedaba allí, sin pasar a más en su mente. De todo esto, James desconocía que él era el nombre que Nicolás gemía con los vídeos.

Esa noche, Nicolás estaba mordiendo una toalla, evitando hacer mucho ruido. Sus mejillas estaban coloradas de un fuerte tono rojo; su cabello marrón oscuro goteaba agua.

Su plan original era ducharse antes de dormir, pero luego de ocho meses sin tocarse había caído nuevamente a su vicio. Extrañaba a James y la respuesta de Paul, solo le hizo pensar en su mejor amigo. Todo su cuerpo se estremecía al masturbarse y sus ojos se llenaban de lágrimas por el calor del momento.

Acabó en unos minutos y se arrodilló en el suelo de la ducha, jadeando sumamente agitado, casi sin sentir el oxígeno por sus pulmones. Todo se borraba de su mente luego de eyacular, como si nada de eso hubiese pasado.

La liberación de dopamina le daba consuelo en sus estresados nuevos días de colegio; pero la culpabilidad de saber lo que hacia, causaba un gran conflicto en su interior, ocultando todas las razones de su malestar. Todo parecía trabajar a su conveniencia y podría resultar satisfactorio no recordar la causa de su incomodidad; sin embargo, Nicolás estaba consciente de su adicción, pero no era capaz de decirle la completa verdad a James y perderlo.

Perder a su único mejor amigo, solo desenfrenaría una mayor necesidad en su vicio.

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