Cuando fue la salida de la jornada escolar, pasó por donde descansaba el animal guardián, a quien había invitado su comida en el receso, y en efecto a sus intenciones, el can se encontraba profundamente dormido.
Más sabiendo que el somnífero tenía un tiempo de duración de 8 horas, y que como el recreo fue a las 10am, el perro despertaría aproximadamente a las 6pm de la tarde, hora en la que él recién estaría preparándose para su sigiloso ingreso, decidió sacar su botella de agua, y la esparció dentro del bebedero del animal, agregándole al líquido otra porción del somnífero de magnesio.
Pues bien conocía que el perro despertaría con irrefrenable sed, y sin importar el amargo sabor de la bebida tomaría toda el agua necesaria que encontrara a disposición hasta quedarse dormido otra vez sin darse cuenta.
Al salir del colegio fue directo a la mecánica del cerrajero, pagó todo el monto por adelantado suplicando al sorprendido señor a que realice su trabajo para antes de las 5pm.
Cuando llegó la hora, ya tenía su llave y solo quedaba ingresar despreocupado por el animal (más con cierto cuidado por el profesor que también cuidaba el lugar, pero a quien Berman tenía menos pánico que al perro), encontrar el brazalete, salir del terreno peligroso y tapar el hueco que había realizado por la parte trasera del colegio.
Al marcar su reloj las 8pm vio al profesor cuidador que salía del colegio para seguramente ir a apaciguar su hambriento estómago con un suculento plato al restaurante de doña Dolores Prieto, a quien acudían la mayoría de docentes por la cantidad del menú que comúnmente servía.
"Este es mi momento" se dijo. Destapó el plástico que había acomodado la noche anterior, se deslizó por en medio de la zanja, y se dispuso a correr hacia la dirección de la institución.
Más ya adentro observó las luces de algunos salones y de la dirección prendidas y también notó que las casas de alrededor del colegio eran de dos o tres pisos, permitiendo a cualquier vecino contemplar los pormenores que pasaban en la institución desde la comodidad de su alcoba, puesto que el centro educativo se encontraba a suelo y espacio abierto, solo rodeado por muros de tamaño de la altura de cualquier casa normal.
Entonces Berman caminó sigilosamente por entre los pasillos oscuros donde la luz no alcanzaba a llegar, pero se percató que en una de las casas de alrededor se encontraba una compañera suya a la ventana, mirándolo fijamente de manera asustada y desconcertada.
Era Fabiola Tinado, una niña alta, delgada, pero con rudo brío varonil, que en clases Berman detestaba.
Mientras ella pernocta en dicha posición, él de un fugaz giro retrocede un poco hasta encontrarse fuera del alcance visual de su compañera.
En tanto, maquina en su rápida memoria dos posibles alternativas ante la mencionada adversidad, la primera es huir del lugar y volver otro día, y la segunda es esperar a que Fabiola se retire confiando en que olvidará el momento al evacuar de la ventana.
Después de un suspenso de meditación frívola opta por la segunda opción, arriesgándose a una fatídica acusación pero creyendo que la vida está inmersa en riesgos y que no se puede rendir estando tan cerca.
Cuenta los minutos de manera impaciente esperando a que ella se retire para que él pueda ingresar a consumar su meditado plan.
La mira por entre el arbusto de un jardín de algún aula escolar y de pronto, después de 5 minutos, ella se escabulle por entre la cortina de su dormitorio.
El ávido muchacho aprovecha el momento para acercarse hacia el objetivo, y se encuentra allí... una lóbrega noche de Marzo, en la penumbra oscura, bajo la ventana trasera de la dirección general, meditabundo por la serenidad de sus acciones, ya que él mismo se visionó para ese momento sudando a mares y con los nervios de punta, pero en esta instancia él se encuentra sumamente tranquilo, y se le viene al recuerdo las películas que son de su preferencia, aquellas de suspenso que tanto mira.
"¿Será que de grande seré un audaz criminal o un astuto policía?" se pregunta mientras saca de un bolsillo la llave conseguida horas atrás, la inserta en la cerradura de la puerta, hace un leve movimiento, y ésta se va abriendo suavemente, apaga las luces, y con una improvisada linterna de encendedor se dirige hacia donde están los artefactos decomisados a los alumnos, de entre los cuales se registran desde las más minúsculas cartitas amorosas hasta los más ostentosos celulares, pero le es fácil distinguir la pulsera de su amigo ya que es la única que tiene un nombre de mujer: "Anais".
La toma consigo, la acerca a su fino olfato y nota que conserva una suave fragancia de perfume de uvas, "seguramente esta niña quiso que mi amigo la recordara hasta con su olor" se dice riendo ligeramente.
Pero de pronto, cuando se dispone en salir de la habitación, las luces se prenden y se percibe en la mirada severa del profesor guardián, quien con cara de preocupación y solemne seriedad se encuentra confundido ante la extraña burla de un infante de primero de secundaria a quien ya conoce.
- ¿Qué estás haciendo acá Berman Caio? – pregunta molesto el profesor.
- Yo… – responde Berman temeroso.
- ¿Qué es lo que tienes en las manos? – vuelve a preguntar al notar lo que lleva en su mano derecha.
- Es… – mira de reojo para abajo y hace una mueca de lamento por no haberla guardado.
- Entraste a robar una pulsera decomisada – dice con áspera voz – dámela – ordena finalmente.
- Disculpe profesor, yo solo… – se trata de defender entregando la pulsera, pero es intervenido otra vez.
- Con que te gusta Anais eh – concluye el profesor tras revisar la inscripción de nombre que tiene el brazalete.
- No, no es eso…
- Es una niña muy bonita – corta otra vez el profesor sonriendo sutilmente.
- No profesor – trata de explicar Berman.
- Sin duda que ha despertado el interés de muchos de los niños por su encanto adolescente – continúa el profesor cuidador.
- No sé quién es – responde Berman, ya que de verdad no sabe a quién se refiere, él no sabe que niña tiene ese nombre raro pero a la vez bonito, solo sabe que la niña que su amigo gusta tiene ese nombre y vive en Cuzco.
- Y justamente como es nueva y nadie la conoce, buscas de esta forma conseguir su atención, pues piensas que devolviéndole la pulsera que seguramente le es muy importante porque lleva su nombre, ella te lo agradecerá y te permitirá ser su amigo, empezando así una cercanía que muchos compañeros tuyos envidiarían – razona el profesor.
- ¿Usted le decomisó esto? – pregunta inquietante Berman
- No, pero seguramente fue el profesor Morales, sí, Oscar Morales, él disfruta haciendo sufrir a las féminas – responde el cuidador.
- Bueno, siento decepcionarlo… – trata de explicar Berman que no conoce a esa tal niña nueva.
- No digas más Caio. Mira, no sé cómo has burlado el cerco del colegio, ni cómo es que el perro no te ha perseguido, pero esto que has hecho es un terrible delito que merece la expulsión de tus actividades escolares en este recinto – liquida el docente.
- Por favor profesor, yo le puedo explicar… – implora Berman desesperado.
- Pero, sabes… – se detiene un momento creando un efímero suspenso – me gusta lo que acabas de hacer.
- ¿Qué? – pregunta con incontrolable asombro pero ansioso por no querer saber que el consentimiento del profesor es una pesada broma.
- Sí. Me agrada. – responde sonriente – Te contaré algo Caio. Es algo que no he confiado a nadie, pero dada la situación…
- No se preocupe, yo le escucho – dice Berman, dispuesto a oír lo que el profesor está a punto de contar.
- Cuando tenía tu edad me gustaba una niña de otro salón. Cierto día su papá murió, y mientras todos fueron a consolarla, yo no me atreví a proferirle palabra alguna, ya que me llenaba de nervios al acercarme a ella. Por aquel entonces tenía un amigo al que también le gustaba esta niña, y él se acercó mucho más a ella.
La buscaba en los recreos, la acompañaba a su casa en las salidas, y a veces hasta le ayudaba con algunas tareas. De un tiempo empezaron una relación que duró hasta nuestros días, ya que se casaron y tienen dos pequeños hijos ahora.
- ¿Es por eso que usted vive soltero? – pregunta Berman preocupado.
- En cierto modo Caio, ella fue el gran amor de mi vida. Más la historia no termina allí.
- ¿Hay más? – vuelve a preguntar Berman, ya extasiado de emociones, por todo lo que le ha ocurrido en el día.
- Sí. – responde el profesor – Hace un par de años me la encontré en el terminal de buses de Arequipa, estaba tan hermosa como cuando la conocí, pero tenía un bebé en los brazos. Como nos reconocimos de mucho tiempo, la invité a degustar un almuerzo, mientras esperaba su bus que la llevaría a Lima para encontrarse con mi amigo, quien ya era su esposo, y quien tenía consigo a su hijo mayor.
- ¿Y qué pasó? – invita Berman deseoso por querer saber el final.
- Entre recuerdos y risas ella me confesó su secreto más grande de la adolescencia.
- ¿Y cuál era ese secreto? – pregunta inquietante.
- Resulta que antes de que su papá muriese yo le gustaba, y que cuando se encontró sola, creyó que yo me acercaría al menos a consolarla, pero no hice eso, y cuando mi amigo se le acercó, ella aceptó su amistad solo porque pensó que yo le había mandado, más a la eterna espera del quien nunca llegaba, comenzó a enamorarse de quien siempre la acompañaba, y lo amó tanto hasta darse cuenta de que no podría cambiarlo por nada ni nadie en el mundo. – termina el profesor con triste semblante.
- Más supongo que usted le confesó allí que también la quería – interpela Berman.
- No Caio – responde con la voz apagada el profesor – ni siquiera allí tuve el valor de decirle que también me gustaba. Le dije que en buena hora se enamoró de mi amigo, porque yo nunca iba a llegar ya que salía con una chica a escondidas.
- ¿Pero por qué le dijo eso? - pregunta Berman desconcertado.
- Por cobarde muchacho. Por cobarde. – responde con lisonjera decepción de sí mismo el maestro, dejando un fúnebre silencio en el lugar.
- Profesor, yo creo que… – a pesar que se quedó mudo del asombro, intenta proferir un consejo, pero es interrumpido.
- Es por eso que me agrada lo que estás haciendo Caio. – anima contento el profesor, como si guardara una inmensa emoción por dicho suceso – Si yo hubiera tenido el valor que tú tienes, quizá a quien considero aún mi gran amor estaría conmigo ahora. – concluye enérgicamente.
- Eso es cierto profesor.
- Solo en ese motivo es que te voy a ayudar esta noche. – dice el maestro mirándolo fijamente a los ojos.
- ¿De verdad profesor? – pregunta suplicante Berman con llorosos ojos de agradecimiento.
- En efecto – responde el docente – No reportaré tu falta mañana, más a cambio quiero contemplar el momento exacto en el que devuelves el brazalete a esa niña nueva de nombre Anais - fantasea el profesor con inusual sonrisa.
- Pero profesor – se opone Berman, puesto que ni siquiera sabe quién es esa niña nueva, y además tiene que enviar dicha pulsera a su amigo en Cuzco.
- Quiero ver ese momento que pudo haber sido mío hace años atrás, pero que por cobarde no lo concreté – interrumpe el maestro lanzando al aire un profundo suspiro lleno de nostalgia – quiero ver cómo me hubiera visto yo.
- Profesor disculpe, pero eso no va a ser posible – dice decididamente Berman.
- Por favor muchacho – ruega el profesor – compadécete de este frustrado amante, o no querrás que yo reporte tu caso y haga que te expulsen del colegio ¿verdad? – escarnece pretensioso el cuidador.
- Es que… – trata de contarle la verdad.
- No se diga más Caio – sentencia – quiero verte en lo más breve posible. Ah, y que no pase de la semana que viene.
- Ok – responde resignado Berman. Y comienza a maquinar por su mente el nuevo plan de encontrar a esa niña nueva y pedirle que le ayude a salir de este apuro.
- Sonríe campeón – dice el profesor tras tomar una fotografía del desconcertado alumno – ya tengo la muestra de que estuviste acá. – sonríe sarcásticamente – Ahora llévame, y muéstrame el lugar por donde entraste, preciso tomarle un par de fotografías por el pequeño caso de que no quieras cumplir nuestro secreto trato – se lleva los labios a los dientes y los muerde con malévolo placer.
Berman encolerizado en rabia percibe que el profesor de todas formas se ha salido con la suya, pero se consuela sabiendo que el castigo es menor al que le aguardaría si él reportara lo que aconteció.
Cuando llegan al lugar el cuidador toma un par de minuciosas fotografías a la zanja por adentro y por afuera del colegio, y despide a Berman con un guiño de complacencia, pues aguarda ansioso la concretización de su pedido.