Dos días después, en un pueblo del noroeste, no lejos del monte Denali, había un desierto con hermosos álamos.
Solo había unas pocas docenas de personas en el pueblo, y la mayoría eran ancianos, pero ahora, había una hermosa joven.
Era Victoria.
Victoria llevaba un fino vestido rojo y el pelo largo hasta los hombros. El viento era fuerte y le despeinaba el pelo. No parecía preocuparse por su imagen y solo llevaba un par de zapatillas.
Estaba sentada bajo un álamo con un pájaro azul.
Un anciano se le acercó poco a poco y le entregó la comida que había preparado para el pájaro. Incluso le preguntó qué quería de comer.
La gente de este pueblo estaba controlada por Victoria. Ella quería vivir aquí tranquilamente durante algún tiempo sin ser molestada.
Victoria acarició despacio las hermosas plumas del pájaro y susurró.
—Cereza, ahora eres la única que está a mi lado. Solo tú sigues dispuesta a acompañarme.
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