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Orario ha perdido a sus campeones 2.225

Después de su reunión con Bishamon, Viggo tomo un caballo y galopo con dirección sur, hacia el bosque de Wishe que conectaba Orario con el país minero de Sharm. Mientras el caballo galopaba, Viggo pensaba en las acciones de la diosa.

Él le había contado a Bishamon que tenía una habilidad que le permitía buscar cosas o personas a la distancia. No le aclaro en ningún momento si era su divinidad una magia o algo. Eso era información secreta. Sin embargo, le garantizo que, con una pequeña manifestación de la divinidad asociada a la fortuna, él podría dar con la persona que estaba destinada a estar en la familia Bishamon.

<<—Eso parece demasiado conveniente— dijo la diosa Bishamon, se había movido a un asiento al lado de Viggo y lo miraba con cierta fascinación —dime más—

Viggo mantenía la situación bajo control y no dejaba que se le notara la incomodidad. Solo sonreía y hablaba de forma amistosa, manteniendo un equilibrio entre la cordialidad y el respeto.

—Solo necesitas darme tu mano, manifestar un poco de tu divinidad y yo haré el resto— dijo Viggo

—Ok, haz lo que tengas que hacer y cuando estes listo, te daré mi mano—

Viggo asintió con una sonrisa, tranquilo, pero un poco preocupado por la diosa que parecía estarle coqueteando con cada mirada y palabra que le daba. Viggo tomo una profunda respiración, canalizo su poder divino y sus ojos emitieron un brillo dorado. Tendió su mano y a través de una sombra gris con la misma forma de Bishamon, vio como ella ponía su mano sobre la de él. Era el efecto de su clarividencia, le permitía ver dos segundos por delante de la acción. Después de los dos segundos, vio como la Bishamon de carne y hueso colocaba su mano sobre la de él. Entonces la sombra de Bishamon acercaba su cara y le daba un beso.

Viggo se puso tenso por un momento, pero recupero la calma y mantuvo su actitud normal. Bishamon no parecía haberse dado cuenta porque la imagen de la Bishamon de carne y hueso se acercó y lo beso, igual que su previa sombra>>

Viggo tiro de las riendas del caballo y este último desacelero poco a poco hasta caminar. La carretera era de tierra, con zanjas a los lados y más allá bosques densos. La carretera estaba iluminada con los últimos rayos del sol, pero los bosques a los lados se estaban llenando de sombras. Viggo tomo una profunda respiración mientras la brisa llevaba el aroma a humedad de un lago cercano.

—¿Qué voy a hacer?— se preguntó en voz baja. No estaba en contra de tener otra mujer, le gustan las mujeres, sobre todo hermosas e inteligentes, como Semiramis y Scheherezade. Incluso si con eso conllevaba tener que aguantar que un montón de tipos se les acercaran todos los días con otras pretensiones. Sin embargo, sabia poco de Bishamon. Para empezar, solo se habían visto un par de veces desde que ella llego a Orario. Él ni siquiera les había puesto atención a sus encantos femeninos ¿Será porque tenía una apariencia más modesta en comparación con Kiara, Semiramis, Scheherezade y Rosewisse? Incluso Sakura y Ana estaban desarrollando siluetas más glamorosas ¿Era por eso? Bishamon ya era una diosa, no envejecería ni cambiaria, ella se quedaría esbelta y hermosa para siempre.

Viggo negó con la cabeza, no era por eso. Diferente de su época en Esparta, Viggo ahora estaba ocupado con sus propios asuntos y objetivos. No tenía tiempo ni mente para otras personas. Rosewisse fue algo fortuito, del destino, un encuentro afortunado una vez en la vida. Sin embargo, aquí en Orario Viggo estaba enfocado en otras cosas y con los últimos acontecimientos en el calabozo, sus visiones y demás, no tenía tiempo para otras mujeres. De lo contrario, a lo mejor hubiera puesto su interés en Hitomi, la delgada elfa de cabello rojo. Su rostro era hermoso, su cuerpo delicado y sus senos explosivos. Sin embargo, tampoco estaba interesado en ella. Acaso había perdido su apetito sexual. No tampoco, cada vez que lo hacía con sus esposas consideraba que ponía más energías y lujuria en hacer el amor. No había perdido para nada su deseo por ellas, era, que solo, las demás mujeres le parecían tan sencillas. Incluso si Hitomi era hermosa e inteligente, Scheherezade era igual de hermosa y voluptuosa, pero eso era ensombrecido por su voz y agradable personalidad. Ella era activa, conversadora, con un tema que absorbía tu atención en unas cuantas palabras. Semiramis era hermosa, altanera, orgullosa, sabía lo que quería en la vida e intentaba ser lo más exitosa e influyente posible, como una verdadera emperatriz. Era solo que las otras mujeres querían tan poco, deseaban tan poco, seducían tan poco, que Viggo ni siquiera las notaba. Aunque Bishamon y Hitomi fueran hermosas, sus figuras palidecían contra la de Semiramis y Scheherezade.

Rosewisse era divertida, una verdadera amiga. Sakura y Ana seductoras, como pequeñas hadas maliciosas, llenas de ternura. Tsubaki, su gran confidente, la persona que le salvo el culo a Viggo un millón de veces en su niñez, alguien que quiere más allá del amor.

—Solo estoy divagando— murmuro Viggo mientras el caballo continuaba caminando a través de la carretera. Viggo tomo una profunda respiración y dijo —a lo mejor, debería trazar una línea entre ellas y yo—

Viggo le dio un leve golpe con los talones y el caballo volvió a trotar hasta que comenzó a correr. Viggo miraba como avanzaban por la carretera, teniendo cuidado con los baches y grandes piedras en su camino. Los árboles pasaban hacia los lados mientras una bandada de pájaros se elevaba en el cielo como si fuera una enorme nube.

Viggo vio una bifurcación a la derecha y tiro su tronco hacia atrás mientras mantenía firmes las riendas y tiraba los pies hacia adelante para que el caballo bajara poco a poco la velocidad hasta detenerse. Una vez que el caballo se detuvo, Viggo activo su clarividencia y sus ojos adquirieron un brillo dorado. Entonces su vista viajo diez kilómetros con dirección a las montañas, alejado de la carretera y en medio de unos pastizales, un muchacho de unos diez años, rubio, con una armadura metálica, blandía un espadón tan grande como él.

Viggo sonrió, chasqueo la lengua y le dio unos golpecitos con los talones al caballo, el cual reacciono volviendo a trotar. Viggo lo dirigió a la bifurcación, un camino de tierra de cuatro metros de ancho con pastizales y bosque a los lados. Viggo continúo galopando en el caballo por dos horas más hasta que el cielo se oscureció y aparecieron las primeras estrellas. Él continúo trotando por un campo con pasto verde y arboles de espino separados por diez metros de distancia hasta que dio con lo que estaba buscando. Viggo se bajó del caballo, se acercó a un árbol y amarro las riendas a una rama gruesa. Después camino hacia una fogata donde solo había un muchacho de cabello rubio y rostro sombrío, demasiado serio para su edad.

Viggo desde la distancia lo vio y se preguntó si él a su edad tenía una expresión igual. No, lo más probable que no, era tonto como las piedras y se reía de todo. Solo ponía una expresión así cuando su maestro le planteaba un desafío o lo hacía entrenar hasta caer rendido. Entonces se preguntó qué le habrá pasado a tal muchacho que no aparentaba tener más de diez años para poner esa cara.

—Hola— dijo Viggo con una sonrisa amable, pero en cuanto el niño lo noto, estiro su mano a la espada tan grande como él y se puso de pie sosteniéndola con las dos manos, pero apuntando al suelo, como si fuera una amenaza "tengo una espada y si me fuerzas a utilizarla, la ocupare" o algo así decía su expresión. Viggo no se enojó y continúo caminando con una expresión amigable, se sentó al otro lado de la hoguera sin pedir permiso y le preguntó —¿Qué pasa? ¿Te vas a quedar ahí parado sosteniendo esa espada?—

El muchacho frunció el ceño, se sentó en una roca que ocupaba de asiento, pero nunca soltó el espadón.

Viggo miró los alrededores notando que no había nada para comer. Entonces recordó sus días de entrenamiento en la casa de Kratos. Se levantó, fue a un árbol de espino y materializo su hacha, cortó algunas ramas, les quito las espinas y les quito la corteza. Después volvió a donde estaba la hoguera, se sentó frente al niño rubio en su armadura, quien solo lo miraba en silencio. Viggo saco de su anillo dorado en su mano derecha unos trozos de carne de venado (había mejores carnes, pero él ya estaba costumbrado a esta carne), los cortó en trozos y los pincho en las ramas. Después los puso al fuego y a los pocos minutos comenzó a salir un agradable aroma.

—¿Qué haces en estos lugares, niño?— preguntó Viggo, dándole una breve mirada. El muchacho de unos diez años babeaba por la comida que Viggo estaba cocinando. Viggo soltó una risita y continúo mirando las brochetas de carne —¿Cómo te llamas?— insistió, pero no tuvo respuestas.

Media hora después la carne estaba casi lista, el espino era buen combustible para el fuego. Viggo tomo una brocheta, saco un recipiente y saco un poco de sal de su interior. Después lo esparció por la superficie de la brocheta y por último probo un bocado.

—Mmmm, esto está bueno y no lo digo porque lo haya hecho yo— dijo Viggo con una voz amigable, miró al niño quien deseaba quitarle la brocheta y comérsela él, pero a pesar de sus deseos, Viggo no le ofreció.

—Yo ¿Qué quieres?— preguntó el niño mirando al fuego —si eres del imperio estas perdiendo tu tiempo, no volveré—

—Oooh, así que eres del imperio— dijo Viggo con una sonrisa y la boca llena de carne, continúo masticando y después de tragar, continuo —deberías ser más conservador ¿Cómo crees que vas a conseguir comida siendo tan antisocial?—

Viggo lo quedó mirando con una sonrisa amable en los labios, pero el niño rubio en su armadura metálica seguía manteniendo una expresión seria. Viggo negó con la cabeza, se puso en cuclillas, tomo una de las cinco brochetas de carne que quedaban y se la tendió al niño por encima del fuego.

—Vamos, es gratis, sin cargo alguno, no te pediré nada— dijo Viggo

El muchacho rubio lo miró a los ojos, después miró la brocheta. Hizo el mismo gesto varias veces, hasta que el hambre traiciono toda su desconfianza y extendió su mano para tomar la brocheta.

—Ten cuidado, está caliente— dijo Viggo, pero el muchacho no le hizo caso y le dio una gran mordida a un trozo de carne, soplo con la boca abierta varias veces, pero no boto ni saco la carne de su boca. Parece que se había quemado, pero igual continúo soplando hasta que pudo comer la carne.

—Te dije, está caliente, ten cuidado— dijo Viggo

El niño con la brocha sostenida en sus manos cubiertas por guanteletes metálicos miró la brocheta y después miró a Viggo. Por último, abrió la boca queriendo decir muchas cosas, pero solo dijo —gracias—

—De nada, amigo, soy Viggo ¿Y tú?—

—Sigfried, del imperio—

—Bueno, Sigfried del imperio ¿Qué haces por aquí? Esto es la región Sur de Orario, el imperio está muy, muy al noreste—

—Yo…— dijo Sigfried, miró la brocheta y le dio una mordida a la carne, parece que ya no estaba tan caliente porque no tuvo que soplar. Una vez que mastico y trago la carne, continuo —quiero ser fuerte, más fuerte que nadie—

—Oooh, en ese caso estás de suerte muchacho, tengo una amiga diosa que vive en Orario—

Siegfried frunció el ceño y examino a Viggo de pies a cabeza —perdón— dijo —estoy agradecido por la comida, pero no pareces alguien que tenga conexiones con una diosa—

—Es porque eres un muchacho muy superficial— dijo Viggo con una sonrisa en los labios sin tomarse el comentario en serio —pero soy muy fuerte—

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