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Capítulo XII

Zeowyn, dejando de lado su confusión, echó a correr durante varios minutos de incesante furor. Pronto, desde la lejanía, pudo ver por encima de la alta hierba las aspas de un molino perteneciente a su aldea. Corrió, y corrió, y cuando estuvo a salvo, guardó silencio. Nunca más volvió a pensar en ello, y nunca nadie fue conocedor de su desventura. Prefirió que siguiera siendo así.

Había estado tan absorta en sus pensamientos que no paró a reflexionar sobre las palabras que le dirigió el paladín hasta aquel instante. Cuando le explicó la existencia del Aor, se incluyó a él mismo como portador de aquel poder. La curiosidad asaltó su mente. Conocía a los paladines. De hecho, todo el mundo lo hacía, nadie era desconocedor de su abismal poder. Como a todos los demás, se le inculcó a temprana edad la necesidad de los paladines en Heureor, con sus labores de protección de los reinos, humanos en un principio, aunque abarcando todas varias razas más en la actualidad. Los paladines tienen poderes particulares que los diferencian del resto de ciudadanos, obviando su sobresaliente vitalidad, fuerza y esperanza de vida; estos son los dotes. Tal y como explicaron a Zeowyn en una improvisada escuela en Descenso Rocoso, los dotes son bendiciones con las que nacen los paladines. Esta característica le confiere al portador la capacidad de concentrar poder para su empleo en el combate, así como sanar heridas y otra multitud de usos.

Sin embargo, nunca escuchó algo como lo que Elemor mencionaba. No relacionaba sus dotes con lo que él denominaba Aor. Pensó que quizá solo era una distinta terminología, que en realidad ambas cosas significaban lo mismo, pero enseguida lo descartó. En su actuación con las bestias de piedra, según le relató detalladamente Elemor, no parecío en absoluto lo mismo que sus sofisticados dotes.

—Dijiste que responderías a mis preguntas...

—Si soy conocedor de sus respuestas —replicó Elemor.

—Antes, cuando me contabas lo referente al Aor, me pareció escuchar que también tú lo poseías.

—Así es.

—¿Acaso es eso lo que te convierte en un paladín?

—No —respondió secamente.

—¿Podrías ser un poco más explícito? —rogó Zeowyn bajo las respuestas ajenas de Elemor.

El paladín dio un largo suspiro, y sin reducir su marcha procedió a explicarle los principios del Aor.

—No es algo sencillo. Y reitero que no soy la persona adecuada para contártelo, así pues deberás quedar conforme con lo que pueda decirte.

Zeowyn asintió, sus ojos abiertos expectantes.

—Todo es Aor.

La incredulidad se vio reflejada inmediatamente en su mirada.

—¿Qué quieres decir?

—Todo lo que nos rodea, el mundo en sí mismo. Todo es Aor.

Zeowyn no daba crédito a sus palabras, e insistente, aceleró la marcha unos segundos para colocarse frente a Elemor y cortarle el paso abiertamente.

—¿Cómo puede ser todo Aor? —replicó escéptica—. Antes has dicho que era un poder, magia. ¿Cómo puede algo tan abstracto y absurdo resultar en ser todo lo que conocemos?

—No te detengas, Qartal aguarda —sentenció Elemor mientras bordeaba a Zeowyn y seguía inquebrantable su ruta.

—¡Respóndeme! —exclamó la elfa, en un estado de éxtasis cercano a la furia.

El suelo bajo los pies de Elemor vibró ligeramente, y el aura del ambiente se hizo de repente más pesada. Cuando se quiso dar cuenta, Elemor no pudo dar ni un paso más hacia delante. Una extraña fuerza lo apresaba, ahogando todos sus esfuerzos por moverse. Sus sentidos se agudizaron al extremo, pues aunque su cuerpo se hallaba inmóvil, su mente seguía funcionando a la perfección. Notaba cada paso que daba Zeowyn, podía oír su respiración agitada, y sentir como su aura avanzaba lentamente por detrás hasta rodearle y acabar frente a él de nuevo. Contempló como por la blanquecina y fina faz de la chica volvía a caer ese delgado hilo de sangre que la acompañaba cada vez que sus poderes salían a la luz. Sus ojos volvían a adoptar un resplandeciente color dorado que irradiaba energía. Sin embargo, esta vez, a diferencia de las anteriores, Zeowyn parecía consciente. Las facciones de su cara denotaban una frialdad y seriedad que no eran propias de ella, pero efectivamente, se hallaba en pleno uso de sus facultades. En esta ocasión era ella misma la que manejaba aquel poder.

Por el contrario, Elemor no era como sus anteriores adversarios. La poderosa sangre de paladín que corría por sus venas, le confería, además de su superior forma física, un temperamento inquebrantable. Usando esa enorme voluntad y fiereza contenida, hizo acopio de toda su energía interna y, sin demasiado esfuerzo, logró salir de aquel estado de inmovilidad. Tras ello, la elfa inmediatamente cayó de rodillas e inspiró varias bocanadas de aire presa del cansancio. Al levantar la mirada y observar a Elemor, que se hallaba frente a ella, adoptó una inocente mirada de confusión y preguntó a su acompañante qué había pasado.

—Soy yo quien debería preguntártelo.

Lentamente Zeowyn comenzó a incorporarse, mientras Elemor la asistía con sus brazos.

—La mente se me nubló. No recuerdo nada justo después de...

Zeowyn agachó la cabeza con el pesar de la culpabilidad a sus espaldas, pues lo que provocó la erupción de su poder fue el grito de ira hacia su amigo. En cierto modo, Zeowyn no fue culpable en la totalidad de sus actos, ya que un resplandor dorado se extendió completamente por su conciencia, dejándola invidente y a merced de la voluntad propia de su cuerpo.

—Debes aprender a controlar tu poder —respondió Elemor mientras agarraba su hombro con suavidad, con intención tranquilizadora—. Con el tiempo y práctica, serás capaz de utilizarlo a tu antojo.

Elemor pretendía con sus palabras transmitir la sensación de seguridad necesaria para que los incidentes se redujeran al mínimo posible, sin embargo, algo lo inquietaba. Era consciente del poder desmesurado de Zeowyn. Una simple disputa con él, su aliado, había provocado un estadillo de ira por su parte.

Siguieron con la marcha. La expresión de Zeowyn denotaba tristeza y la acompañó el resto del trayecto. El arrepentimiento la acechaba, y no teniendo bastante con eso, la llegada del anochecer trajo consigo un nuevo enemigo; el hambre. Sus tripas resonaron a lo largo del estrecho y solitario camino. Elemor, consciente del apetito de la elfa, decidió hacer una parada.

—Acamparemos aquí.

Zeowyn se sentó bajo la copa de un frondoso nogal, apoyando la espalda en su robusto tronco. Dejó caer al fin sus hombros, liberando la tensión acumulada anteriormente, y dando un respiro de tranquilidad, llevó las manos a una bolsita de cuero desgastada que colgaba de su cinto. Tras abrirla y comprobar su contenido, sacó dos pequeñas piezas de pan. Por su poco apetecible color blanquecino y verdoso en los laterales, Elemor supuso que estaría tan duro como una roca, además de obviamente mohoso.

—Necesito que reúnas ramas y follaje seco. Haremos fuego.

Zeowyn guardó rápidamente sus panes y enseguida se dirigió a realizar la tarea encomendada. Su determinación yacía en un intento de aplacar la decepción marcada en Elemor por los actos pasados. Enérgicamente, cruzó parte de la arboleda en la que acampaban en busca de pequeñas ramas y hojas, además de un buen puñado de nueces que fue encontrando y depositando en su bolsa. Mientras tanto, Elemor se desplazó hacia el sentido opuesto. Anduvo un centenar de pasos, y cuando consideró que se hubo alejado lo suficiente, se detuvo y centró su atención al completo en su sistema auditivo. Tras unos minutos de incertidumbre, encontró el momento. Escuchó el leve crujir de unas ramas en el suelo víctimas de algún animal de caza nocturna. Por la profundidad del sonido supo enseguida que se trataba de un pequeño depredador. No se movió. Lentamente, y sin entablar contacto visual directo con él, empezó a dirigir su mano derecha hacia su cinturón en busca de la espada oxidada que portaba. Una vez la hubo agarrado del mango, con suavidad comenzó a tirar hacia arriba de ella. Sutilmente, y sin hacer ningún movimiento brusco, agarró la punta de la hoja con sus dedos pulgar e índice, manteniendo la atención mental en el animal. Al cabo de unos segundos, otra rama crujió más a la derecha. Continuó inmóvil. De nuevo otro sonido idéntico, esta vez más lejano. Su presa se distanciaba. Debía ser rápido. Un último crujido sonó bajo los pies de un pequeño zorro, y un instante después una hoja atravesaba limpiamente su cuello. Elemor lanzó el arma sin mirar, haciendo uso único del esquema mental que tenía la escena, pues el menor de los movimientos provocaría la huida del depredador, quien en la oscuridad de la noche y al encontrarse en su hábitat se hallaba en ventaja.

Cuando se reunió con Zeowyn, esta se encontraba sentada junto a las ramas y hojas que recolectó, y colocó posteriormente de manera ordenada formando una pila lista para ser encendida. Se sentó junto a ella y admiró por un momento el montón.

—¿Tienes algún pedernal para hacer el fuego? —preguntó al verle llegar.

—No será necesario. Zeowyn adoptó una expresión curiosa y observó muda al misterioso paladín.

Elemor volvió de nuevo a focalizar su mente, esta vez en su mano derecha. Reunió mucha energía, y mientras tanto pensó en fuego. De la palma de su mano surgió un ligero brillo dorado que se movía deprisa hacia la pila, adoptando de un momento a otro la forma de un haz de luz incandescente que empezó a abrasar las primeras hojas del montón.

La elfa miraba incrédula las llamas arder. La ilusión propia de un niño se reflejaba en su mirada.

—¡No sabía que podías hacer eso! —exclamó.

—Ciertamente es algo sencillo —respondió Elemor, restándole importancia.

—¿Sencillo? ¡No conozco a nadie que pueda crear fuego con sus manos!

Elemor captó el súbito interés de Zeowyn en su magia, y pensó en utilizarlo como arma de persuasión.

—Si controlas tu poder, podrás hacerlo tú misma con facilidad.

Sus ojos antes abiertos como platos se marchitaron.

—¿Cómo puedo lograr contener algo que desconozco?

—Date tiempo, chica. Eres muy poderosa, no es un asunto para tratar con tal banalidad. Cuando llegue el momento estarás lista para moldear el Aor a tu antojo. Al fin y al cabo, los portadores de tal don están destinados a vivir vidas gloriosas, en su mayoría.

La mente de Elemor se nubló repentinamente. Era cierto lo que decía. Con frecuencia, los mayores usuarios del Aor se convertían en famosos héroes y personajes relevantes para la historia de espaldas a los ojos de los ciudadanos corrientes, sin embargo, también a veces, producía el efecto contrario, pues el Aor dominaba por completo sus vidas y los hacía caer en el pozo de la maldad y la locura. Deseaba con todo su ser que Zeowyn dominara su poder.

La mirada decepcionada de Zeowyn inundaba la escena. ¿Cómo podría ella, una elfa abandonada a su suerte al nacer, controlar algo tan poderoso como lo que Elemor contaba? Además, el total desconocimiento que poseía sobre el tema la volvía más ansiosa aún. No obstante, la actitud fraternal del paladín la consoló de buena manera, y le dio un atisbo de esperanza que le acompañaría durante los días venideros.

Elemor sacó el zorro, que llevaba colgado de su cinturón, y haciendo de nuevo uso de la hoja, se dispuso a despellejarlo. Pocos minutos después, su carne ya se hallaba empalada y colocada frente a la pequeña hoguera para dejar que se cocinara. Zeowyn sacó de su bolsa los dos panecillos. No era mucho, pero aquella noche ambos comerían bien.

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