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Capítulo IX

La experiencia de Elemor le confirió en aquel momento el valor necesario para no ceder al pánico y enfrentar el asunto. Ágilmente y de manera fugaz agarró a Zeowyn por el brazo y tiró de ella al tiempo que esprintaba despavorido hacia el lado izquierdo de la salida. Una vez se hubo alejado lo suficiente ambos se colocaron detrás de unos arbusto que apenas los cubrían en su totalidad. Pasados unos segundos, el paladín se cercioró de que su acompañante estaba bien y alzó la cabeza un palmo por encima de la vegetación para contemplar con horror cómo mientras dos de los gólems continuaban golpeándose mutuamente, el tercero les intentaba seguir el rastro torpemente al tiempo que aplastaba los matorrales cercanos con sus enormes pies.

El terreno temblaba bruscamente bajo sus pies y la proximidad de aquella formación rocosa cada vez era mayor. Elemor sabía que no tenía mucho tiempo, así que cuando la criatura se hallaba a poco más de cinco metros, salió de su escondite y dejó sola a la elfa, quien lo siguió con una mirada perpleja y boca semiabierta, como en un vano intento de pedirle que no saliera. Pero ya era demasiado tarde. El paladín se encontraba al descubierto y el gólem se percató de ello. Tras verlo, la mole aceleró el paso y a una velocidad vertiginosa en relación a su gran tamaño alzó una de sus piernas e intentó aplastar a su diminuto adversario.

En ese momento el guerrero rodó hacia un lado ágilmente de manera que sorteó con facilidad la extremidad de rocas que pretendía aplastarle. Sin embargo, lo que no se esperaba, es que la criatura alzara uno de sus brazos varios metros por encima de él y que sin ninguna dilación procediera a colisionarlo contra su cuerpo. De nuevo y gracias a su excelente estado físico pudo esquivarlo otra vez, aunque esta vez la distancia de separación entre el golpe y él fueron considerablemente menores. Cuál fue su sorpresa cuando al recomponerse y enfocar su atención nuevamente en su oponente observó con pánico cómo un segundo ataque con su otro brazo se dirigía estrepitosamente hacia él. Las enormes dimensiones del gólem y la longitud de su extremidad provocarían que este tercer ataque probablemente fuera en su totalidad certero, y de ser así, las consecuencias serían muy graves.

Zeowyn, que contemplaba la escena desde la seguridad de su escondite, también comprendió la situación, Elemor estaría en un gran problema si aquel golpe lo alcanzaba. La fuerza de aquella imponente masa de rocas sumada al desgaste físico de su anterior lance en el elevador y a que apenas había descansado unos días desde su desafortunada andanza provocarían un triste final para el paladín.

Todo pasó en unos segundos. La energía cinética del brazo aumentaba conforme se acercaba a su víctima y con ello las probabilidades de morir con la colisión. Un palmo más cerca. Los latidos de Zeowyn rugían con fuerza a una velocidad desorbitada. Otro más. Pareciera como si su corazón luchara por salir de su pecho. Otro más. El puño casi rozaba la cabeza de Elemor, y entonces, un agudo grito femenino inundó la escena al tiempo que el gólem frenó en seco. Incluso cuando el sonido cesó, éste no cambió la posición que acababa de adoptar. El paladín se irguió y pronto se apartó de la que teóricamente debió ser la zona de impacto. Acto seguido miró la procedencia del grito: Sin duda provenía de la elfa, la cual se hallaba en un estado de shock ocasionado por el frenesí del momento. Enseguida Elemor captó cómo su aura cambió abruptamente y sus ojos irradiaban un potente brillo dorado. Era aquella sensación que ya percibió anteriormente, salvo que en esta ocasión surgía con mucha más fuerza. El coloso cesó el ataque que pretendía asestar, hizo retroceder su brazo y puso rumbo a la zona donde sus dos iguales continuaban asestándose golpes mutuos. Elemor no entendía lo que pasaba, pero obviamente comprendió que la chica acababa de salvar su vida inexplicablemente. En unos instantes el gólem llegó junto a sus compañeros e instantáneamente comenzó a propinar golpes a ambos.

El Golem que hace escasos minutos acaba de intentar acabar con su vida, ahora actuaba como una marioneta aparentemente controlada por Zeowyn, que aún seguida en una especie de trance. Viendo que de momento se hallaban seguros, el paladín decidió continuar observando la escena.

La gran mole rocosa golpeaba cada vez a sus aliados con más frenesí, al mismo tiempo que ellos hacían lo mismo. Pronto la lluvia de puñetazos que le propinaron las otras dos hizo que la criatura quedara resumida en trozos de ella esparcidos por la tierra, y un peculiar polvo cristalino de color azul. Una vez hubo desaparecido todo ápice de vida de esta última, los otros dos continuaron de nuevo con su propio combate.

Elemor dirigió la mirada hacia la elfa. Sus ojos habían vuelto a la normalidad y su aura parecía haber disminuido drásticamente. Poco tardó en caer de rodillas al suelo víctima del esfuerzo. El guerrero la socorrió y la colocó en una posición cómoda encima de unos grandes matojos de hierba seca. Su mirada marcada por el cansancio buscaba vagamente la de Elemor sin éxito, pero pareciera que salvo eso no había nada fuera de lo normal.

No podían olvidar aún que el peligro no había finalizado. Las dos bestias de roca continuaban enzarzándose con sus pesados golpes. El paladín dirigió su vista a los despojos de su adversario. Examinó desde la distancia y con cuidado los restos azules que había dejado caer al morir. Por lo que pudo apreciar estimó que parecían diminutos fragmentos, y por el brillo que reflejaba la luz del sol que les daba parecían ser cristalinos o semejantes. Volvió a mirar a los otros dos, y pronto una respuesta surgió en su cabeza. Una de las dos criaturas lucía una grieta de tamaño considerable en lo que tomaba lugar como uno de sus pectorales, a causa de los golpes que le propinaba su compañero. Elemor no tardó demasiado en comprenderlo, pues en aquella grieta podía vislumbrarse una débil luz azul que coincidía en tonalidad con el polvo derramado: se trataba probablemente de un núcleo de poder.

Y estaba en lo cierto, aquella luz era producida por una pieza de forma cilíndrica cristalina que simulaba el papel del corazón en un ser viviente. Si el núcleo era destruido, su situación se vería al fin resuelta.

No tenía tiempo que perder. Sin parar a reflexionar una estrategia o tan siquiera recuperar algo más de fuerzas salió corriendo en dirección a los dos gigantes de piedra. Se encontraban tan ensimismados en su lucha que apenas se percataron de su presencia, o quizá lo consideraron insignificante y no le prestaron atención. El caso es que Elemor aprovechó su libre entrada y con movimientos ágiles y rápidos dignos de cualquier animal salvaje, dio un gran salto y se enganchó a una de las piernas del monstruo más cercano. Cada segundo era oro. Comenzó a trepar sin parar, y entonces fue cuando su enemigo decidió no seguir permitiendo su avance, y detuvo su pelea para intentar, en vano, capturarle. Torpemente el coloso intentaba agarrar o aplastar al paladín, pero no era posible: La determinación en la mente de Elemor le permitían evadirlo y seguir trepando a una velocidad vertiginosa.

Pronto se hubo hallado en el torso de este, muy cerca de su objetivo. Pero no todo podía ser tan fácil, no aquel día en el que todo se le estaba torciendo. Sacó la espada oxidada que portaba en su cinto y desesperadamente intentó atravesar el cristal con ella: fue en vano. La dureza del material y el mal estado de la espada hicieron que aquel acero de mala calidad se rompiera en burdos trozos. Todo parecía perdido y las esperanzas de Elemor se deshicieron en pedazos al igual que su espada, pero entonces, una idea desesperada pasó por su mente. Giró la cabeza y miró fijamente a Zeowyn. Seguía recostada en el mismo sitio donde la dejó, pero su mirada lo observaba con plena atención. No lo pensó dos veces y se dirigió a ella con un feroz grito que con toda seguridad el eco de las montañas transportaría muy lejos.

—!Zeowyn¡ —los ojos de la elfa se abrieron como platos y permaneció atenta en silencio a lo que su amigo tenía que decirle—. Necesito que vuelvas a hacer lo que has hecho antes. Debes conseguir que el otro golpee la abertura que tengo delante, es nuestra única opción.

Ella continuó sin decir ninguna palabra. Su cara aparentaba haber comprendido la situación, sin embargo, su cuerpo aún en shock no le permitía responder. No era capaz. Ni siquiera sabía cómo había ocurrido aquél suceso hacía unos minutos. Era incapaz de volverlo a realizar por voluntad propia, y Elemor lo entendió.

Tenía un nuevo plan. Un último atisbo de esperanza con un movimiento muy arriesgado. De no funcionar su vida acabaría, de nuevo, en aquel preciso instante. Dirigió una última vez la mirada hacia ella para comprobar que continuaba observándole, y entonces, premeditadamente esperó el momento exacto: aquel en el que la mole en la que se mantenía agarrado acercaba una de sus extremidades para aplastarle al mismo tiempo que el otro ser se acercaba lo suficiente como para poder ser víctima de un ataque doble.

Y así, sin miedo a la derrota, Elemor soltó sus brazos de aquellas grandes rocas y se dejó caer indefenso, mientras las dos criaturas luchaban por atraparle.

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