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Una herida abierta

Los días pasaron con extraña normalidad, acompañados por los vientos gélidos persistentes en su tarea de atacar a cada ser vivo habitante del bosque.

—Debemos seguir avanzando —dijo Gustavo al morder la pata del animal cuadrúpedo al fuego—, todavía estamos lejos de nuestro destino.

—¿Cuál es ese? —preguntó Amaris luego de limpiar la grasa de sus labios.

—Un lugar que sabrá cómo ayudar a Wityer. —Observó al pequeño lobo envuelto en pieles al lado de la maga. Todavía no se atrevía a acercársele.

—No quiero andar por la noche en el bosque —dijo Primius—, estoy seguro de que algo nos acecha.

—Deja de decir estupideces —intervino Meriel, enojada por la cobardía de su compañero.

—No son estupideces, y sé que también lo sientes —replicó, con miradas inquietas a las sombras que rondaban entre los troncos.

—Sí, hay algo en el bosque al caer la noche —dijo Gustavo, mordiendo otro pedazo de carne—, misterioso y familiar, pero cobarde, pues temen atacarnos.

La luz del fuego de la fogata bailó, impactando en su cuerpo, las manchas negras de su cuello habían desaparecido, y la mano que sostenía la presa de carne ya no mostraba el feo hueso con putrefacción, ahora no era más que una mano humana común.

—Temen atacarnos por usted, mi señor —aseguró Primius—, si estuviéramos solos ya nos habrían asesinado.

—No volveré a dejarlos solos.

Guardaron silencio ante la promesa, habían sido las palabras necesarias para tranquilizar los corazones angustiados de los presentes, que dibujaron una sonrisa aliviada en sus rostros.

—Iré a explorar —Se levantó, recogiendo el sable y cubriéndose con la gruesa capa de piel.

—Dijo que no nos abandonaría —señaló Primius, con una expresión de miedo nervioso.

—Debo asegurarme que nadie se atreva a emboscarnos mientras dormimos. Acompáñame Xinia.

La dama del escudo dejó de comer al escuchar la sorpresiva orden. Se levantó, recogiendo de forma rápida las cosas necesarias. Meriel observó a su señor, pero no pudo expresar su descontento, no ante esos firmes ojos.

Al alejarse lo suficiente para que las siluetas de sus compañeros desaparecieran del paisaje, Gustavo se detuvo y ánimo a su compañera a imitarlo.

—Quiero disculparme contigo, Xinia.

—¿Por qué sería eso, señor Gus?

—Estuve mucho tiempo inmiscuido en mis problemas, y no logré percatarme que sufrías. Pero, ahora lo hago, y si me permites, me gustaría conversar un momento contigo.

Xinia asintió con calma, sin percatarse que su comportamiento hacia el muchacho de tez morena había sufrido un cambio radical.

—Hace algunos días me preguntaste sobre Dios Padre, y creo que es una buena oportunidad para conversar sobre el tema. Cómo podrás intuir, no pertenezco a esta tierra, provengo de un lugar lejano, demasiado diría yo, pero creo yo que Dios es el mismo en todos lados, así que, has tus preguntas, y trataré de responderte lo más que pueda.

—¿Quién es Dios Padre? —inquirió sin tacto, pues más que curiosidad, deseaba una respuesta que pudiera deshacerse de su miedo.

—El creador de todas las cosas —dijo con una ligera sonrisa—, de ti y de mí, y este maravilloso paisaje.

—Creía que el dios Sol había sido el artífice de este mundo, junto con la diosa Luna —dijo ella, confundida.

—Tal vez el planeta sí, pero yo hablo de todo lo demás. El firmamento, nuestras almas, el aire que respiramos.

—¿Qué son las almas?

Gustavo tardó en contestar, pues cada que formulaba una respuesta, su propia mente la rechazaba, debiendo comenzar desde el principio.

—Un alma es... la esencia de Dios habitando en nuestro cuerpo, la llave que nos permitirá entrar al paraíso, pues nuestras almas serán nuestros testigos de lo realizado en la vida terrenal. El alma es lo más bello y perfecto del universo, y por ello tenemos la obligación de no contaminarla, de mantenerla pura hasta el final de los tiempos... —Apretó los labios, avergonzado consigo mismo, y en conflicto en su corazón.

Xinia hizo una mueca suave, pero el sufrimiento fue difícil de ocultar.

—¿Qué sucede si te despojan de tu alma? —Sus ojos se humedecieron, debiendo bajar la mirada para que su joven señor no lo percatara.

—No creo que aquello sea posible, pero supongo que sería como sentirse abandonado en un mundo repleto de personas, vacío aunque lo poseas todo, roto aunque no hayas sido tocado...

Xinia comenzó a gimotear. Gustavo se volvió a ella de inmediato, confundido por su estado.

—Yo estoy rota, vacía... me robaron mi alma, me la quitaron de pequeña. Y nunca podré recuperarla. Estaré vacía por siempre...

—¿Por qué dices eso?

Levantó la mirada, mostrando sus enrojecidos ojos en una expresión de absoluto sufrimiento, uno profundo y nunca tratado.

°°°

El día aparentaba ser uno de esos comunes de verano, tan calientemente intenso que la única salvación de no morir por insolación era manteniéndose en la sombra, donde el frescor era mínimo, casi inexistente. Pero el bullicio no podían detenerlo días así, en realidad, había un considerable aumento en la movilidad de los residentes.

Se trataba de un pueblo costero, no pequeño, pero tampoco grande, de dimensiones aceptables para ser considerado un puerto de carga, y al mismo tiempo uno de los principales exportadores de pescado que la región consumía.

Estaba liderado por la segunda línea de una prestigiosa familia principal de Rodur, que poseía una gran influencia en la corte del rey por la fuerza naval en la que eran los principales donadores de soldados y capital para la manutención y construcción de barcos de guerra.

Era un pueblo de bullicio, de costumbres antiquísimas, pero muy fraternal entre todas las familias que lo construían, se trataba de una verdadera comunidad, que compartía tanto las penas como las glorias. Hasta ese día...

°°°

Gustavo se mantuvo en silencio, prestando total atención a la narrativa de su compañera, que en cada oración era interrumpida por un breve silencio por la emoción profunda de su corazón.

—Tan solo tenía seis años...

°°°

Estaba sentada al frente del inmenso mar sobre una enorme piedra, la arena se deslizaba entre sus pequeños dedos, sus ojos se perdían en las olas, y sus oídos captaban la sinfonía producida por el golpe del agua a la arena, y su regreso.

—Quisiera ser un pez —dijo la niña con un tono dulce, perdido entre la ilusión del sueño y lo real.

—Los peces son tontos, Xin —dijo el niño sentado a su lado, mientras sonreía como un sabelotodo—. Padre dice que los pescadores no son verdaderos cazadores, pues las presas que cazan son muy estúpidas. —Se irguió, frunciendo el ceño—. "No hay honor en ser pescador". —Alzó la voz, en un intento fracasado por imitar el tono de su padre.

—Los peces son libres.

El niño se quedó callado ante tan extraña observación, digiriendo en su no muy perspicaz mente el significado de tales palabras.

—Yo quiero ser un aventurero —dijo con una sonrisa, mientras observaba el extenso panorama. La niña volteó a verlo con una mirada repleta de adoración y respeto, de aquel que solo puede atribuirse a un protector—. Uno de verdad, de aquellos que padre habla con una sonrisa de orgullo... Tú podrías acompañarme.

La niña asintió con entusiasmo.

—Te quiero, Xin. —La abrazó, y ella sonrió al aceptar la muestra de afecto.

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