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Corazón confundido

Observó el cielo cubierto de nubes, deseaba llorar, su mente decía que era lo correcto, pero el único sentimiento en su corazón era la continúa soledad, no había tristeza por la perdida, tal vez porque ya lo había aceptado, o porque nunca se creyó lo suficientemente diestro para salvarlo, pero fuera como fuese, ahora no podía pensar en nada más que en su pequeño amigo, recordando las aventuras y el breve tiempo que compartió su compañía.

Su mueca de leve sonrisa pronto se elevó, y a los pocos segundos ya estaba riendo, aunque pudiera sentir un sentimiento más profundo, y sin esperarlo las frías lágrimas resbalaron por sus mejillas, sus ojos se enrojecieron, y no pudo hacer nada para calmar el dolor. Se había estado mintiendo por demasiado tiempo, creía que era el mismo joven muerto en la guerra, pero no, había cambiado, se había vuelto un debilucho, un bastardo sentimental que su abuela Maria observaría con decepción... Bajó la mirada a sus manos.

«¿Cuánto más he de soportar?». Apretó los puños, absorbiendo con fuerza el aire por si nariz.

Se limpió las lágrimas, observando luego de parpadear la preocupada expresión de Amaris, que dudaba en acercarse.

—Estoy bien —dijo, pero su habitual falsa sonrisa no hizo acto de presencia.

—Por supuesto que no —replicó ella—, hace tanto que noto que no lo estás. —Tembló, soportando las ganas de gritar—. Cuando te conocí tu mirada describía los horrores por los que habías pasado, pero, aun con ello sonreías con honestidad, te detenías a observar las maravillas del mundo. Eras como un niño curioso. Gustavo, puedo comprender que sufras, es más, desearía ver como muestras más tus emociones... en lugar de cerrarte y mentirnos en la cara.

—Lamento si la he decepcionado por actuar como actúo, pero, mis problemas no son los suyos.

—Egoísta, eres un egoísta. —Levantó su dedo índice, apuntándole con furia y decepción.

—Dama Amaris, llorar no sirve de nada, está muerto y nada podrá cambiarlo —Su expresión poco a poco recuperaba esa extraña indiferencia—. Aunque quisiera dar mi vida como el intercambio de la suya.

La maga tembló, recordando el sacrificio que alguna vez pensó se había realizado por su supervivencia. Borró la dura expresión de su rostro, sintiendo que había ido demasiado lejos en su juicio, pero no podía controlar su lengua, y su frustración por las decisiones destructivas que estaba y tomaría su amado.

—Servirá para aliviar tu dolor —dijo con un tono más compresivo—, para calmar tu corazón, y evitar esos pensamientos que sé que posees.

—Mis lágrimas murieron con Wityer, dama Amaris, junto con cualquier indicio de debilidad —Remojó sus secos labios—. Admito que mi corazón duele, y como usted menciona, tengo pensamientos muy oscuros, pero los he tenido desde hace mucho, ja, si soy sincero siento que nací con ellos. Así que no se preocupe, no correrá peligro en mi presencia.

Ella inspiró profundo, frunció el ceño y avanzó a pasos decididos, sin quitarle la mirada de encima. Extendió sus brazos con rapidez, haciendo suyo el cuerpo atlético del joven.

—Ni por un momento lo llegué a pensar —Le costó reunir el adecuado aliento—, escúchame, ni por un momento. Si caminas por la oscuridad yo seré tu candil, iluminando el sendero, seré la voz de la razón en tu alocada mente, tu refugio en las noches frías, tu escudo en las malas batallas, el palo para sostenerte cuando no puedas más. Estaré ahí, Gustavo, lo quieras o no.

Respiró profundo, la calidez que desprendía el cuerpo de la maga alivio la carga de su corazón, pero la indecisión se apoderó del lugar vacío, el sentimiento de traición, y lo que nunca podría haber pensado que sentiría. Cedió, no lo sabía, pero sus defensas estaban al mínimo, ignoraba que ese abrazo sincero era lo que más necesitaba, lo que su alma, mente y corazón rogaban por tener. Ayudó al mentón de la dama a levantarse, y así facilitar la observación de sus preciosos ojos.

—No piense que podrá deshacerse de mí —sonrió, sintiendo las frías lágrimas que resbalaban por sus blancas mejillas.

—Es usted tan hermosa como un amanecer, dama Amaris. Sus ojos deslumbran como las joyas más exquisitas. Sus tersos labios —Los masajeó con su pulgar, pero por el cuero del guante no pudo sentir la suavidad real— inspirarían poemas magníficos. Su belleza llevaría a la locura a cualquier hombre, y me incluyo —susurró, tocando con su frente la de ella—. Estoy tentado, señorita Amaris, y ruego me detenga, pues no deseo manchar su honor.

La dama se mordió el labio inferior, mientras sonreía con suavidad y encanto. El romance anteriormente expresado había sido único, en su vida había escuchado palabras tan bellas, y aquello provocó la indecisión en el siguiente paso que debía tomar. Estaba nerviosa, y eso era raro en su persona.

—Haga lo que su corazón dicte...

—No debe aconsejar así, señorita, pues ignora lo que podría hacerle.

—Hazlo... lo deseo, Gustavo.

Tragó saliva, sintió la fuerza en el abrazo, la pasión y la expectativa. Posó las manos en sus mejillas, e inclino su cabeza un poco a la izquierda, pero detuvo el acto antes del arrepentimiento y del dolor. Abrió los ojos con brusquedad, experimentado aquella afamada sensación de: trago amargo, y cuando lo sintió escuchó a lo lejos un fuerte rugido, salvaje e imponente. Se irguió, buscando su procedencia sin moverse del lugar, sin ser arrebatado de los brazos de la dama. El sonido del rugido lo sentía familiar, creía haberlo escuchado antes, pero ignoraba el cuándo y el dónde.

—El señor Ollin se fue por ese lugar, mi señor —dijo Meriel, señalando el bosque.

—Sí, tienes razón —asintió un par de veces, todavía en conflicto por sus emociones—. Dama Amaris, debemos investigar sobre el bienestar de nuestro compañero.

La maga tardó unos segundos para aceptar la interrupción, asintiendo sin muchas ganas, y soltando con renuencia el cuerpo de su amado.

—Vamos —ordenó, desapareciendo al segundo siguiente por su inhumana velocidad.

∆∆∆

Se detuvo en medio de un claro en el bosque. Su ojo derecho se tornó negro. Analizó los alrededores con una fuerte intención asesina, pero al no encontrar nada se dirigió con rapidez al cuerpo moribundo de su alto compañero.

—Ollin, ¿qué ha ocurrido? —Introdujo su mano en su bolsa de cuero, buscando por la pócima que parecía no querer ser encontrada.

—Está... vivo...

Fue todo lo que pudo expresar antes de caer desmayado.

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