Estoy sobre una silla que no se encaja muy bien al piso. Debido al tiempo, decidí amarrar mi cabello claro en una coleta muy simple, usé un poco de labial, un maquillaje ligero. Un vestido claro y un saco que me llega hasta por las rodillas. Cruzo mi pierna, mientras muevo mis dedos sobre la mesa, he pedido un café muy simple. Lo espero, miro mi reloj de muñeca y han pasado diez minutos desde que entré a la cafetería. Me levanté al baño, oriné un poco, me retoqué un poco más, arregle el rímel en mis ojos y volví a mi asiento. Diez minutos más, él no aparece.
El mesero muy amablemente me trae un segundo café, mientras me pierdo en el andar de la gente de allá afuera, esperando que entre todos los transeúntes, él entre por aquella puerta, pero no lo veo llegar por ninguna parte. La cafetería no está tan llena. Una pareja está cerca de los ventanales, una madre y una niña en una de las del centro, un par de viejecillos al fondo y otras dos mesas más que no alcanzó a ver.
Recuerdo la primera cita que tuvimos, la primera vez que tomó su dinero que había ganado cargando unos pesados saquillos de un almacén muy concurrido de la ciudad.
Esa tarde Romel llevó a Jarrieta a un restaurante muy fino. Un lugar muy pomposo, conocido en la ciudad por tener un menú muy costoso y al que solo llegan familias ricas. Jarrieta queda fascinada al ver como una pileta interna sirve como recibidor, un bello piso en el que podías reflejarte en él, admirando su conjunto abrigado para el día. Muy al fondo se podía ver a un par de músicos que amenizan el momento con sonidos clásicos. Un deleite a sus placeres.
Realmente llevarla a un lugar de ese tipo es algo que nunca había esperado.
—Romel —llama Jarrieta muy preocupada, al darse cuenta que no tenía mucho efectivo en su bolso—. Este lugar es muy caro.
El chico de piel morena la observa, con sus grandes orbes coquetos que la empujan a hacer una verdadera locura. Como si fuera un pecado andante para ella.
—Tranquila, pregunté por los precios, tengo el dinero —contesta, seguro como siempre de sí mismo. Esa energía, es confianza que la chica con sobre peso quisiera tener. Se sentaron, luego de haber tenido mucha desconfianza, Jarrieta no dejaba de tocarse el cabello y arreglar el vestido con sus manos.
—¿Por qué te arreglas tanto? —pregunta con gracia Romel, Jarrieta tan solo responde que no tiene la ropa adecuada para el lugar, que se siente desaliñada—. Ay, por favor. Solo vinimos aquí a divertirnos y comer bien. Darnos gustos como estos son buenos a veces.
—Los placeres de la vida son muy caros entonces —comenta, mientras se remueve un poco en el asiento.
—Piensas mucho las cosas —menciona él, sintiendo que ha dicho la frase correcta que describe completamente a la jovencita—. A veces, no es malo disfrutar el momento como tal. Te he estado observando, sé que escribes.
Jarrieta remueve la mirada un poco, se siente descubierta. Desde los catorce años había comenzado a escribir pequeños relatos, cuentos muy simples, una que otra novela que dejó a medio hacer, cientos de ideas escritas en un cuaderno muy viejo que no utilizó para su clase de Ciencias. Había estado escribiendo, sí, pero siempre lo hacía a escondidas, sin dejarse ver por nadie. No sabe cómo fue qué Romel se enteró de eso.
—¿De dónde sacas esas ideas? —sigue meneándose para no verlo a los ojos, con ligera incomodidad.
—Hoy por ejemplo —comenta, mientras come un poco de la entrada que les han pasado—. En el pequeño tiempo que tenemos libre, veo que sacas un cuaderno muy arrugado, donde escribes, lo haces también cuando te quedas sola. Estoy seguro que no es un diario.
Jarrieta se ve metida en una encrucijada, ya que no deseaba que nadie se entere del pasatiempo que ha llegado a tener. Aunque cierto pequeño estigma de la vergüenza y de lo que piensen de ella, en su pensamiento cree que es mejor no contarle las mejores ideas a sus conocidos.
—Es un diario ���asegura con frialdad.
—No lo es —refuta el chico de piel morena—. Sé que escribes porque lees mucho. Sé que escribes porque imaginas mucho. No hay nada malo en eso. Yo no hago ninguna de las dos cosas, pero si pudiera tener el don que tienes, haría que el mundo entero lo conozca.
Mueve el tenedor con lentitud, pensando una y otra vez lo que ha soltado el osado muchacho de al frente. Nunca había pensado que alguien podía leer sus historias. Es cierto que es escritora ya, que ha logrado crear un mundo muy grandioso en el que le ha puesto mucho esmero e imaginación, pero también necesita llevar ese escrito a miles de personas.
—Me atrapaste —asevera, aun con un poco de recelo—. Realmente si estoy escribiendo algo y no sé si sea bueno.
—¿Cómo lo vas a saber si no lo muestras al resto? —pregunta, entonces llega a una plena verdad. Es imposible que alguien le pueda decir que algo es bueno cuando nadie lo ha admirado.
—Tienes razón —le confirma, con un sentimiento de orgullo y buenas vibras dentro—. Necesito demostrar lo que soy.
De repente, al fondo del prestigioso restaurante se logró ver una pareja tomada de la mano que entró provocando que muchos de los presentes empiecen a murmurar, una pareja cerca pegó el grito al cielo al ver a dos chicos tomados de la mano, un pelinegro y un rubio. Al parecer uno de los recepcionistas se negaba a darles una mesa provocando enojo en el chico rubio que mostraba un carácter fuerte. Los empleados del lugar decidieron no pelear más con la pareja y los dejaron entrar al gran comedor. No estuvieron al tanto de la situación, pero luego de unos segundos accedieron a darles una mesa para sorpresa de la pareja interracial.
Aquello sin duda sacudió las entrañas de la jovencita, ver a aquel par de chicos tomados de la mano, mostrando protección el uno por el otro la llenó por entero .Jarrieta tomó inspiración de la osadía de aquella pareja homosexual, que no dio su brazo a torcer y demostrar frente a todos que no pueden ser ignorados.
—¿Los vistes? —pregunta con una sonrisa Romel—. Debes de ser como ellos. No dejarte minimizar, no dejar que te hagan sentir inferior por como luces o por lo que eres —le toma las manos con fuerza, apretándolas, haciéndole sentir que ella es importante, que es valiosa—. Si no demuestras quien eres, no serás nadie en esta vida. Es fácil ser olvidado cuando no dejas huellas.
Mientras observaba la vajilla brillante de aquella meza, analiza ese pensamiento tan cortado en su vida. Nunca se ha imaginado algo como aquello.
Me acomodo en el asiento una y otra vez, esperando que ingrese por aquella puerta pero por lo que noto, siento que no va a aparecer. Siento que debí haber aprovechado cuando estuve en su apartamento para aferrarme a su cuerpo como lo hacía antes, cuando no pedía permiso, tan solo dejaba que mis brazos rodeen su cuerpo. Todavía lo rememoro mientras doy un bostezo, no quería soltarme de él porque sentía que venía una oscuridad infinita cuando me alejaba de él. Como si no me encontrara, como si el mar de mis miedos me devorara entera, ahogándome en irrazonables términos que aun no entiendo, aquellos términos que me contagiaban sollozos en las noches cuando me sentía invadida por el desasosiego, cuando me sentía incompleta, poca mujer o una bazofia andante.
Mis ojos se dilatan cuando le doy otro sorbo al café que me han pasado. El tiempo se vuelve más asesino como es de costumbre, no quiero pensar en las razones por las cuales no vino, no quiero llorar porque sentiría que me estoy acabando. Está soledad oculta mis dudas, las deja sin luz y quedo pérdida, perdida de lo que realmente quiero.
Jarrieta se toca el cabello insistentemente mientras Romel se mueve de una dirección a otra, con la respiración agitada, con la ira controlando todo su cuerpo, con cada parte de su cuerpo sensitivo y hasta el último vello erecto.
Jarrieta abre la puerta del dormitorio de ambos y lo encuentra bebiendo una botella de licor, mientras niega con la cabeza una y otra vez. Jarrieta, con un poco de miedo en su interior se acerca, tratando de preguntar el porqué de la botella.
—¡Quiero que me dejes en paz! —soltó, sin verla a la cara, tan solo moviendo su mano para repelerla. La chica se acomodó un poco el cabello y trató de peguntar la razón de su enojo, a lo que este responde mirando al suelo—. ¡¿Le pediste en serio ese préstamo a tu padre para nosotros?!
La de cabello castaño claro se sentía que día con día el dinero que ganaba de cajera no le alcanzaba, había meses que dejaban de comprar ciertas cosas que consideran muy importantes en su hogar y el desempleo de Romel los atacó bruscamente. La chica se excusó de ciertos pagos que debía y el dinero de su padre sirvió para ellos.
—¡Y por eso me haces ver como un donnadie! —expulsa furioso, se tambalea un poco al pararse, se acerca a un mueble cercano donde hay un poco de ropa—. ¿Crees que no puedo pagar tu ropa? —comenzó a lanzar cada una de sus prendas a la cara de la chica y el resto al suelo, mientras Jarrieta simplemente le pedía que pare—. ¡Puedo buscar la forma de mantenernos juntos! ¡Soy capaz de traer dinero a esta casa!... ¡Soy capaz de muchas cosas, carajo!
Tomó un bote de crema hidratante de una cómoda, la toma con mucha fuerza en su mano y la lanza al espejo más cercano de la habitación. Los cientos de trozos volaron en varias direcciones. Esa noche Jarrieta se dio cuenta de la otra cara de Romel, esa cara que ella no había visto, un chico que puede perder el control con facilidad, un hombre que actúa con mucha rabia cuando se enoja. Estaba asustada, temblando, con un nudo en la garganta que le provoca unas fuertes ganas de llorar.
Incluso esto extraño de él. Su poca forma de enfocar su enojo, aquellas veces en las que perdía el control, ese chico que por más positivo que fuera le salían mal las cosas y se encerraba en su habitación a lamentarse. Quizá le pedí mucho, hacer que él vuelva es complicado para ambos. Me limpio las lágrimas que quedaron en mi rostro e intento ponerme de pie, tomo la cartera y antes de que pueda salir, él está de pie frente a mi mesa, con una ropa deportiva, una gorra con la visera hacia atrás, un bolso donde debe de cargar la ropa de su entrenamiento.