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EL LABERINTO MÁGICO SECCIÓN 2 - El Misterioso Extraño (3)

El Misterioso Extraño (3)

Ni ángeles ni demonios habían viajado en aquella nave de los cielos. El hombre que Malory y su esposa sacaron del agua y llevaron hasta la orilla en su bote no era ni más ni menos humano que ellos. Era un hombre alto y moreno, delgado como un estoque, con una enorme nariz y una mandíbula hundida. Sus grandes ojos negros les miraron a la luz de las antorchas, y no dijo nada durante largo rato. Tras ser llevado a la sala comunal, secado y cubierto con gruesas ropas, y haber bebido un poco de café caliente, dijo algo en francés y luego habló en esperanto.

¿Cuántos han sobrevivido?

Todavía no lo sabemos respondió Malory.

Unos pocos minutos más tarde, el primero de los veintidós cadáveres, algunos prácticamente carbonizados, fueron traídos a la orilla. Uno de ellos era una mujer. Aunque la búsqueda prosiguió durante toda la noche y parte de la mañana, esos fueron todos los hallados. El francés era el único superviviente. Aunque estaba débil y aún bajo los efectos del shock, insistió en levantarse y tomar parte en la búsqueda. Cuando vio los cuerpos junto a la piedra de cilindros, estalló en lágrimas y sollozó durante largo rato. Malory lo tomó como una buena indicación de la salud mental del hombre. Al menos el trauma no había sido tan profundo como para impedirle expresar su dolor.

¿Dónde han ido a parar los otros? preguntó el extranjero.

Luego su dolor se transformó en rabia, y agitó su puño hacia los cielos y gritó maldiciones contra alguien llamado Thorn. Más tarde, preguntó si alguien había visto u oído a otro aparato, un helicóptero. Muchos lo habían visto.

¿Por qué parte desapareció? quiso saber.

Algunos dijeron que la máquina que hacía aquel extraño ruido como de picadora había desaparecido Río abajo. Otros dijeron que había desaparecido Río arriba. Algunos días más. tarde, llegó el informe de que la máquina había sido vista hundiéndose en el Río a trescientos kilómetros corriente arriba durante un temporal de lluvia. Sólo una persona había sido testigo del hecho, y afirmaba que un hombre había salido nadando del aparato que se hundía. Un mensaje vía tambores fue enviado a la zona preguntando si había aparecido de pronto algún extranjero. La respuesta fue que no había sido localizado ninguno.

Fue encontrado un cierto número de cilindros flotando en el Río, y fueron llevados al superviviente. Este identificó uno como el suyo, y comió de él aquella tarde. Algunos de los cilindros eran contenedores «comodín». Es decir, podían ser abiertos por cualquiera, y esos fueron requisados por el estado de Nueva Esperanza.

Luego el francés preguntó si algún barco gigantesco propulsado por paletas había pasado por aquel punto. Le dijeron que uno lo había hecho, el Rex Grandissimus, capitaneado por el infame Rey Juan de Inglaterra.

Bien dijo el hombre. Quedó unos instantes pensativo, luego añadió: Simplemente puedo quedarme aquí y aguardar a que llegue el Mark Twain. Pero no creo que lo haga. Voy a ir detrás de Thorn.

Por aquel entonces, estaba ya lo suficientemente recuperado como para hablar de sí mismo. ¡Y cómo habló de sí mismo!

Soy Savinien de Cyrano II de Bergerac dijo. Prefiero ser llamado Savinien, pero por alguna razón la mayoría de la gente prefiere Cyrano. Así que les permito esa pequeña libertad. Después de todo, los tiempos posteriores a mi muerte se referían a mí como a Cyrano, y aunque era un error, soy tan famoso por este nombre que la gente no se acostumbra a utilizar el preferido por mí. Creen que ellos saben de eso. más que yo.

»Sin duda habrán oído ustedes hablar de mí.

Miró a sus anfitriones como si debieran sentirse honrados de tener a un hombre tan grande como huésped.

Me duele tener que admitir que yo no dijo Malory.

¿Qué? Fui el más grande espadachín de mi tiempo, quizá, no, indudablemente, de todos los tiempos. No tengo ninguna razón por la que ser modesto. No oculto mi luz bajo la falsa modestia o, de hecho, bajo nada. También fui el autor de algunas obras literarias notables. Escribí libros acerca de viajes al sol y a la luna, muy agudos e ingeniosamente satíricos. Mi obra El pedante burlado fue, según tengo entendido, utilizada con algunas modificaciones por un tal Monsieur Moliere y presentada como suya. Bueno, quizá exagere un poco. Pero lo cierto es que usó mucho de mi obra. También tengo entendido que un inglés llamado Jonathan Swift utilizó algunas de mis ideas en sus Viajes de Gulliver. No le culpo por ello, puesto que yo también usé algunas ideas de otros, aunque lo que hice fue mejorarlas.

Todo esto está muy bien, señor dijo Malory, absteniéndose de mencionar sus propias obras. Pero si no le causa demasiadas molestias, podría contarnos cómo llegó aquí en esa aeronave y qué fue lo que la hizo arder en llamas.

De Bergerac estaba viviendo con los Malory hasta que se pudiera disponer de una cabaña vacía o le pudieran ser prestadas las herramientas necesarias para construirse una. En aquel momento, sin embargo, él y sus anfitriones y quizá un centenar más de personas estaban sentadas o de pie junto a una enorme fogata fuera de la cabaña.

Fue un largo relato, más fabuloso incluso que las propias ficciones del que lo contaba o de Malory. Sir Thomas, sin embargo, tenía la sensación de que el francés no estaba diciendo todo lo que había ocurrido.

Cuando la narración hubo finalizado, Malory rumió en voz alta:

¿Entonces es cierto que hay una Torre en el centro del mar polar del norte, el mar de donde brota el Río y al que regresa? ¿Y es cierto que quien sea que es responsable de este mundo vive en esa Torre? Me pregunto qué le ocurrió a ese japonés, ese Piscator.

¿Acaso los residentes de la Torre, que seguramente deben ser ángeles, lo invitaron a quedarse con ellos debido a que, en un cierto sentido, había cruzado las puertas del paraíso? ¿O lo enviaron a algún otro lugar, alguna parte distante del Río, quizá?

»Y ese Thorn, ¿qué pudo impulsarle a su comportamiento criminal? Quizá fuera un demonio disfrazado. De Bergerac se rió fuerte y burlonamente. No hay ni ángeles ni demonios, amigo mío dijo cuando pudo contener la risa. Aquí no mantengo, como en la Tierra, que no existe Dios. Pero admitir la existencia de un Creador no le obliga a uno a creer en mitos tales como los ángeles y los demonios.

Malory insistió ardientemente en que había sin lugar a dudas de ambos. Esto condujo a una discusión en el transcurso de la cual el francés se apartó de su audiencia. Pasó la noche, por lo que Malory oyó luego, en la cabaña de una mujer que pensaba que si era un tan gran espadachín tenía que ser también un gran amante. Por lo que luego dijo, lo era, aunque quizá demasiado inclinado a esa forma de hacer el amor que muchos piensan es la cúspide de la perfección, o el nadir de la degeneración, en Francia. Malory se sintió disgustado. Pero más tarde, aquel día, Bergerac se presentó a pedirle disculpas por su ingratitud al hombre que le había salvado la vida.

No debiera haberme burlado de vos, mi anfitrión, mi salvador. Os presento un millar de disculpas, por las cuales espero recibir un único perdón.

Queda perdonado dijo Malory, sinceramente. Quizá, aunque usted se apartó de nuestra Iglesia en la Tierra y blasfemó contra Dios, quiera asistir a la misa que será celebrada esta noche por las almas de sus camaradas desaparecidos.

Es lo menos que puedo hacer dijo Bergerac.

Durante la misa, lloró copiosamente, tanto que después de aquello Malory sacó ventaja de su emocionalidad. Le preguntó si estaba dispuesto a volver a Dios.

No soy consciente de haberlo abandonado nunca, si es que existe dijo el francés

. Estaba llorando de dolor por todos aquellos a los que quería en el Parseval y por todos aquellos a los que no quería pero respetaba. Estaba llorando de rabia contra Thorn o cual sea su auténtico nombre. Y estaba llorando también porque los hombres y las mujeres siguen siendo aún tan ignorantes y supersticiosos como para creer en esas patrañas.

¿Se refiere usted a la misa? dijo Malory heladamente.

¡Sí, y perdonadme de nuevo! gritó de Bergerac.

No hasta que se arrepienta sinceramente dijo Malory, y hasta que dirija usted su arrepentimiento a ese Dios al que ha ofendido tan gravemente.

Quelle merde! dijo de Bergerac. Pero un momento más tarde abrazó a Malory y le besó en ambas mejillas. ¡Cómo desearía que vuestras creencias fueran hechos! Pero si lo fueran, ¿entonces cómo podría yo perdonar a Dios?

Le dijo adiós a Malory, indicando que probablemente nunca volverían a verse de nuevo. Al día siguiente por la mañana iba a partir Río arriba. Malory sospechaba que de Bergerac robaría algún bote para irse, y así lo hizo.

Malory pensó a menudo en el hombre al que había rescatado del dirigible en llamas, al hombre que había estado realmente en la Torre de la que tanta gente hablaba pero que nadie había visto excepto el francés y sus compañeros de tripulación. Y, si la historia podía ser creída, un grupo de antiguos egipcios y un enorme y peludo subhumano.

Menos de tres años más tarde el segundo gran barco de paletas llegó allí. Era aún más enorme que el Rex, y era más lujoso y rápido y mejor blindado y armado. Pero no se

llamaba el Mark Twain. Su capitán, Samuel Clemens, un americano, lo había rebautizado el No Se Alquila. Aparentemente, había oído que el Rey Juan llamaba a su propio barco, el original No Se Alquila, el Rex Grandissimus. Así que Clemens había vuelto a tomar el antiguo nombre y ceremoniosamente lo había pintado en el casco.

El barco se detuvo para recargar su batacitor y para cargar sus cilindros. Malory no tuvo ninguna oportunidad de hablar con el capitán, pero lo vio, a él y a su sorprendente guardaespaldas. Joe Miller era a todas luces un ogro, casi tres metros de altura y un peso de trescientos kilos. Su cuerpo no era tan peludo como esperaba Malory por los relatos que de él había oído. No era más hirsuto que muchos hombres que Malory había visto, aunque sus pelos eran más largos. Y tenía un rostro con masivas mandíbulas prognatas y una nariz como un gigantesco pepino o la probóscide de un mono. Sin embargo, su apariencia era inteligente.

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