Mientras An Xiaxia la miraba con estupefacción, Mu Li bajó las escaleras a trompicones. Miró por encima de su hombro varias veces, en pánico, pero nunca dejó... de correr.
—Xiao Mu —abajo, la esperaba el chofer de Qi Yanxi y le dio curiosidad verla salir así—, ¿estás bien?
—Sí —soltó una risita—. Solo me asustó una cucaracha.
—Ah, ya veo —el chofer le creyó. Luego recordó la tarea que su joven amo les había encomendado y preguntó cuidadosamente—. ¿Entregaste el regalo como pidió el Joven Amo?
—Sí —su corazón se endureció al pensar en eso y su expresión se volvió fría—. Por favor lléveme de regreso ahora.
—Claro.
«An Xiaxia, no me culpes. Lo tenías merecido.»
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