El tío Jekill vivía en una parte oscura del bosque francés. Cuando llegue y golpeé su puerta, no hacía falta decirle a que había venido. Él lo intuyo y me dió un fuerte abrazo antes de hacerme pasar.
No lloré, no derramé lágrima alguna. Lo que sí tuvo mucho odio, que empezó a consumir todo mi interior. Era una bestia negra de cinco cabezas que se retorcían, luchando por controlar mi corazón.
Quería que el extraño hombre de ojos grises me consolará. Tenía mucho dolor en mi interior, era un volcán dormido apunto de ebullir. Me quemaba y sentí como un oscuro secreto empezaba a despertar y engullirme por dentro como una quimera.
Cuando pude controlar mis emociones, busque un trabajo en el pueblo. Necesitaba ocupar mi mente antes que la tristeza me llevará por mal camino.
Empecé a trabajar como dependienta en una librería. Particularmente no me gustaban los libros, pero era un lugar donde no me exigía mucho de mi parte. Así que funcionaba bien para mí.
El tío Jekill vivía en el limbo, sabía que había estado experimentando consigo mismo para poder ver los límites de la ciencia que le gustaba.
Razón por la cual siempre cerraba la puerta de la habitación con llave y pasador. Nunca hizo algo que me haya alarmado pero por las dudas.
Estaba organizando unos estantes, colocando nuevos volumenes de los nuevos títulos de los libros.
Algunos clientes traen a sus hijos y éstos los dejan correr como si se tratará de un parque. Razón por la cual ellos en un descuido, tiran de la escalera que usaba para llegar a los más altos. Me sostuve con las yemas de los dedos en el último estante de esa sección.
Unos enormes brazos me rodearon y sentí como la electricidad volvía a mí. Era como regresar al lugar donde uno quería estar.
Volteé el rostro y sus ojos grises me recorrieron en una lenta pero profunda mirada. Me sentí absorbida.
Me deposita en el suelo y sabía que se volvería a ir. Por impulso le agarré el antebrazo derecho y traté de detenerlo. Se deshizo de mi.
Sentí dolor.
Corrí hasta verle la espalda y le tiré lo primero que agarré, golpeándolo de atrás. Se voltea y lo noté enojado.
Algo más corrió por mis venas, mis ojos se contrajeron y se pusieron como el oro líquido. Los instintos felinos empezaron a regresar hacia a mí.
Deseaba matar. Deseaba ver como la vida desaparecía de los ojos, ser lo único que fuera a ver antes de morir. Deseaba...
Él estaba por llegar hacia a mí. Lo derribé y eboce una sonrisa siniestra.
Intentó atraparme y volví a derribarlo. Está vez me senté sobre él:
-- Si te vas de nuevo, juro que nunca podrás encontrarme-- lo amenace.
Me agarró por la cintura, apretándome más hacia él.
-- Inténtalo y verás lo que te ocurrirá-- me devuelve la amenaza.
Le sostuve la mirada y supe que estaba perdida.
Estaba por irme y dejarlo, cuando él me lo impide:
-- Eres mía y de nadie más-- su voz sonaba como un rugido.
-- Quiero vengarme-- y ya no había vuelta atrás.