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Toque de queda

La emoción se esfumó cuando lo supe. Cuando supe lo que sucedería. Desde antes me había preguntado qué acontecería con Rojo una vez llegado al área naranja, porque todos los experimentos estaban infectados y él también. Pero a diferencia de los demás, Rojo era el único que permanecía mayormente con forma humana, y a pesar de eso, era peligroso. Esta no era el área naranja, pero habían sobrevivientes, y al final querían matarlo a él.

Ahora sabía la respuesta. ¿Qué haría entonces? No podía dejar que lastimarán a Rojo, tampoco quería dejarlo. Él no era malo, era peligroso solo si se metían con él.

El hombre levantó el arma y señaló aún lado de mí. Mi corazón se detuvo un instante antes de que todo mi cuerpo reaccionara. Y antes de que él decidiera disparar, alcé mis brazos a los lados y me acerqué hasta cubrir un poco con mi cuerpo el cuerpo de Rojo. Él ya se había puesto de pie, con esa postura y esa mirada peligrosa fijada solamente en el hombre.

— ¡Alto!— grité. Sus ojos azules volvieron a estar en mí, pero solo duró unos segundos antes de regresar a ver a Rojo—. No dispares.

Miré a Rojo por el rabillo del ojo. Tenía —casi toda — la parte inferior de su rostro bañado en sangre. Sobre todo el área de su boca, donde sus labios habían adquirido un color más oscuro como los labios del experimento muerto. La forma fija y seria en la que miraba al hombre, era la misma con la que miró a los monstruos antes de matarlos.

—No te muevas—pedí al percatarme de sus largas garras negras ubicadas desde sus nudillos, listo para atacar. Un poco más, solo un poco más y seguro que se lanzaba a matarlos, y eso era algo que no quería que sucediera. Volví a mirar al hombre joven que parecía desconcertado con lo que veía, pero no le permitiría que le hiciera daño—. No le dispares. No estamos aquí para lastimarlos.

Pareció desorientado por mis palabras, como si no pudiera creer lo que estaba sucediendo o lo que yo hacía. La verdad era que estaba muy asustada, pero ahí me encontraba, defendiendo a Rojo como si fuera una clase de armadura.

— ¿Es una broma?

Moví la cabeza, negando:

—No, hablo en serio, y él está conmigo—comenté, disminuyendo la voz. No quería que otro experimento deforme apareciera en el pasillo—. Él mató al monstruo de este pasillo.

El hombre arqueó una de sus moldeadas cejas castañas y alzó el mentón, con el mismo gesto confundido. Aunque los tres tuvieran el mismo semblante, estaba segura que no había nadie más confundida y perdida que yo. Después de todo desperté sin recuerdos.

Mi nombre y mi familia, era el único recuérdala. No había nada más perturbador que eso, que no saber qué era lugar en el que me encontraba, y no saber lo que estaba sucediendo o lo que sucedería después. Solo podía seguir sobreviviendo, y salir de este lugar... con Rojo y con los sobrevivientes.

— ¿Qué me importa si lo mató? ¿Sabes acaso lo que es esa cosa?— espetó, consternado por mi reacción. Tambaleando a los lados el arma antes de volver a enderezarla en la misma posición—. Ya no es un experimento, está contaminado. Ahora, quítate antes de que te ataque.

—Lo está—acepté, sin retroceder y sin mover mis piernas un centímetro lejos de Rojo—, pero es muy diferente a los demás— agregué. Notando como las pelinegras compartían una mirada en la que mostraban su miedo. No me creerían, ¿y cómo hacerlo? Yo también desconfiaría después de estar a punto de morir por las garras de un experimento—. Él no les hará daño. So-solo déjenos ir, no le disparen.

Entornaron todos, la mirada a Rojo. Pero no por lo que acababa de decir, sino porque él me había tomado de la cintura para atraerme detrás de su cuerpo.

— ¿Qué dices? —escupió. Hundió su entrecejo y torció un poco la cabeza casi como si estuviera negando—, ¿y cómo estas segura que no te mató para comerte después?

No tenía muchas respuestas, ni una muy profunda explicación de por qué me mantenía a salvo. Pero estaba claro que a pesar de que hubiera momentos en los que logró asustarme, Rojo se había contenido en el laboratorio para no morderme. Y todavía fuera de él, se consiguió su propia comida y guardó para después, con tal de no saltar sobre mí como aquella vez.

Tuve un destello en mi mente que me hizo mirar hacia Rojo y luego a ese cuerpo sin vida que se ocultaba detrás de él. Esa, era la mayor prueba para ellos: Rojo tenía hambre, y todavía pudiéndome matarme se apartó y eligió comerse al experimento, y no a mí.

— ¿No lo viste comer del cadáver?—inquirí, firme y sin tartamudeos señalando hacía el cuerpo inerte. Él pestañeó, pero sus labios se endurecieron en una línea gruesa—. Sí quisiera comerme, lo habría hecho, pero se apartó y fue a conseguir su propia comida para no matarme. Eso ha estado haciendo desde siempre.

No confiaba. Podía verlo en su mirada, él seguía sospechado. En cambio ellas, que bajaron un poco más el arma y miraron a su compañero, parecían haberme creído. Una de ella cuyos ojos llevaban un dulce color esmeralda, se movió, bajó el arma por completo y estiró su brazo para tocar el hombro del hombre.

—Roman, baja el arma, podemos necesitarlos—dijo en un tono bajo, para calmar a su compañero. Intentó bajar su arma, pero él sacudió sus hombros y dio un paso más cerca de nosotros.

—Dime algo...—Me sostuvo la mirada, fija y casi fruncida—. ¿Quién eres tú y de qué área es él?

—Soy Pym, venimos del área roja—respondí, sin dejar pasar la mirada de uno a otro. Sus rostros habían cambiado por completo, entornados en una clase de emoción. Roman levantó un poco el mentón, estirando una extraña sonrisa antes de bajar el arma y negar con la cabeza—. Estamos buscando una salida...

—Maldición, tenemos un enfermero termodinámico —escupió en bufido, llevando su arma sobre su hombro mientras miraba de reojo a sus compañeras como si hubiese encontrado algo muy interesante—. Esto cambia las cosas por aquí sabiendo el por qué no te has deformado...

— ¿Ya no dispararas?

—No voy a desperdiciar mis balas con alguien que puede regenerarse, a menos claro que lo drene—dijo en tono sorna, esta vez, encaminándose a la entrada del laboratorio—. Tranquila, no voy a dispararle solo si vienes con nosotros...

Abrí la boca, pero no pude decir nada, estaba enredada entre sus palabras, teniendo un debate interno. Podía entrar, podía ir con ellos, estar con más sobrevivientes y quién sabe, hasta salir del infierno. Pero, ¿sin Rojo? Rojo me había protegido. Él era fuerte, miraba las temperaturas y se regeneraba. Si yo me quedaba con ellos y no con él, ¿qué probabilidades había de sobrevivir? No muchas, pero con él, tenía más que con ellos.

—No, definitivamente no iré sin Rojo—cuando lo dije, su rostro se enchueco, estaba perplejo.

— Pensé que eras inteligente — se mofó con frustración —. No vas a sobrevivir por mucho tiempo a su lado, te lo puedo asegurar.

No iba a alejarme de Rojo, tenía más posibilidades de sobrevivir con él que con ellos, de eso estaba segura. Solo hacía falta que Rojo descansara y comiera para que se fortaleciera.

— Déjanos ir, entonces—pedí, tratando de no mostrar mi temor, pero la verdad es que ya me estaba alterando, y más sabiendo que Rojo parecía estar a punto de lanzarse sobre él.

—Creo que no estas entendiendo la situación, Pym— que me nombrará me dejó en blanco. Su voz ahora me resultaba un poco familiar —. Él está contaminado y tarde que temprano su cuerpo no soportará el contaminante, y mutará. Te matara.

«Te contaré algo. Al principio éramos más de quince sobrevivientes y teníamos con nosotros a un enfermero, un experimento adulto del área roja que se resguardaba en uno de los bunker y que había recibido una mordida. Nada de él se había deformado al principio gracias a su regeneración, pero después de varios días enloqueció de hambre. Empezó a devorarse a nuestros compañeros, y solo por algo de suerte, pudimos sacarlo de aquí. Ese experimento fue el que ustedes mataron, y el que el enfermero termodinámico se estaba devorando. Sucederá lo mismo con él tarde o temprano, solo es cuestión de tiempo para que ocurra. »

Quedé en suspenso, con los dedos temblorosos y crispados buscando a que aferrarse. ¿En verdad había sucedido eso? ¿Él decía la verdad? No parecía que estaba mintiendo, no por la forma preocupada en la que me miraba, o cómo había bajado su arma esta vez sin amenazar. Solté una exhalación cuando sentí que mi cuerpo se estremeció, y no solo por la discusión que estaban teniendo, sino por la nueva caricia en mi cuerpo. Esa mano se deslizó por mi espalda baja hasta aferrarse a mi cadera, sus garras en esa zona me enderezaron más el cuerpo.

Torcí mi rostro en su dirección. Rojo tenía su mirada incrustada en mí, reparando en cada centímetro de mi rostro. No dudé en hacer lo mismo con el suyo, sobre todo en la sangre que manchaba sus labios y mentón. Estaba en otra guerra interna, no sabía esta vez qué responder. Había quedado muda por completo.

Rojo no tenía ni una parte de su cuerpo deformada, pero si le daba hambre... ¿Se deformaría en cuestión de tiempo? ¿Intentaría comerme? ¿Y si no? ¿Si esta vez él era diferente al resto? Quería golpearme la cabeza una y otra vez, para aclarar el orden de mis pensamientos, era un caos.

—Las personas ahora son un recurso importante—le escuché decir, pero su voz se escuchaba lejana a causa de las voces en mi cabeza—, entre más seamos, más posibilidades tenemos de salir de este lugar, ven con nosotros. Estarás a salvo aquí.

—No voy a comérmela— La voz de Rojo me hizo alzar de nuevo la cabeza para mirarlo, al igual que la de Roman y la del resto de las personas—. Puedo controlarme tal como lo hice en el laboratorio, en el agua, en el pasillo, en la ducha, y en este momento.

Vi a Roman. Pr un momento su rostro parecía contraído sin saber qué gesto poner o cómo reaccionar al principio, pero después, solo bajó la mirada y estiró sus labios como una reacción asqueada.

—Bien—suspiró, mostrándonos su perfil mientras asentía—. Vamos a ver que tanto te dura la humanidad—. Me observó de pies a cabeza, esperando a que dijera algo. Pero no lo hice, solo pude silenciar—. Entremos, ya no hay nada más qué hacer aquí.

Algo se escapó de mi interior cuando vi cómo se adentraban al laboratorio sin decir nada más. Sin siquiera darnos una última mirada o pensar en ayudarnos. No había sido la tranquilidad porque al final habíamos dejado de ser amenazados por un arma, sino la esperanza de saber cómo salir de este maldito lugar con vida. La puerta se corrió cerrándose de un tirón, dejando que solo pudiéramos ver esa pequeña ventanilla.

Volvíamos a estar solos.

Solo nosotros dos.

(...)

Seguíamos en el mismo pasillo, escondidos en la segunda sala frente a la que tenía un agujero en la pared. Cubrí rápidamente el ventanal, cerrando las persianas de la cortina para que nada de afuera pudiera vernos o nosotros moviéramos los cuerpos estampados contra el suelo. No teníamos a donde más ir, no podíamos regresar área de transporte, estaba infestada, según rojo, de temperaturas tanto frías como calientes.

Era peligroso si quiera regresar al túnel, así que ese cuarto era nuestro toque de queda.

Solo podíamos esperar, mientras tanto, en esta oficina con muy poca iluminación. Era una oficina ordinaria, con muchos casilleros acomodos en la larga pared a nuestra izquierda. Había un sofá negro contra el ventanal, un escritorio y tres sillas acomodadas en el centro, y un pequeño baño junto a un mueble de dos puertas en el que se ocultaban tres pequeños televisores.

También había una planta de grandes hojas verdes que se encontraba adornando una de las esquinas, y uno que otro cuadro adornando las paredes con fotografías de un grupo de personas vistiendo batas. El lugar era espacioso, un poco cómodo para tomar un pequeño descanso. Solo un pequeño descanso.

Dejé la mochila encima del escritorio y me dediqué a sacar un par de botellas de agua y unas galletas. Tenía hambre y mucha sed. Necesitaba comer tal y como Rojo lo estaba haciendo fuera de la oficina... devorándose al experimento.

—Que pesadilla—suspiré, abriendo la botella de agua para darle grandes tragos. Miré hacia la puerta que permanecía un poco abierta y luego al sofá. Anhelaba descansar, mi cuerpo estaba gritando que me recostara. Pero no quería hacerlo, hasta que Rojo regresara. Con él aquí, me sentiría más segura.

Entré al baño, quería restregarme el agua en el rostro, y lo hice de inmediato antes de verme en el espejo. Mis escleróticas estaban enrojecidas, mis labios secos, tenía un moretón en el mentón y en mi sien izquierda, sería raro si no tuviera alguno después de todo lo que habíamos pasado. Me deshice del suéter, dejándolo secar sobre la tapa del retrete, y miré mi camiseta de tirantes, con la mayor parte inferior rota por los muchos trozos de tela que había arrancado. Podía ver mi ombligo a la perfección.

Sí esto seguía así quedaría desnuda muy pronto. Menos mal que tenía un suéter.... Escuché el portón cerrarse y eso me hizo salir del baño apresuradamente solo para saber que quien había entrado al fin, había sido Rojo. Le puso seguro a la puerta.

Dio la vuelta dejando su mirada clavada en mí. Dejándome a mí apreciar el color rojo recorriendo desde su mentón hasta la parte de su cuello, marcando su manzana de adán e incluso sus clavículas. El aspecto de Rojo era mucho más macabro y espeluznante, pero parecía sentirse mejor que antes. Él también tenía muchas partes de su polo trozado, sobre todo en la parte de su estómago donde había un agujero más grande que una pelota de futbol.

—Deberías lavarte la cara—sugerí, rompiendo con nuestras miradas para acercarme al escritorio y comer de las galletas. En cuanto mordí una, lo sentí apresurando sus pasos al baño, y luego, escuché el agua correr.

Estaba bien, ¿no? Estuvo bien decidir quedarme con él, ¿verdad? Seguía teniendo esa indecisión en mí después de lo que Roman dijo. El experimento que matamos, provenía de la misma área que Rojo, o mejor dicho, de un bunker. ¿Y dónde estaba ese bunker? Según él—por muy confuso que eso sonara— parecía humano cuando estaba con ellos, hasta que mutó y se comió al resto de sus compañeros. ¿Sus compañeros eran los cadáveres del pasillo?

Rojo era bueno, no parecía querer lastimarme, o comerme. Quería confiar en que él seguiría siendo él, y no como esos monstruos caníbales, no como el que matamos. No empeoraría, no mutaría, no enloquecería de hambre... Mordí mi labio.

—Quiero que cortes mi cabello—Su petición me tomó por sorpresa. Casi eché un brinco por lo cercano que lo había escuchado.

Volteé para encontrármelo a menos de medio metro de mí. Su rostro estaba limpio, impecable de sangre al igual que su cuello, no había ni rastros de suciedad en él. Podía reparar en su rostro otra vez, en esas facciones que le daban un aspecto tan humano. Pero con ver sus ojos carmín o los colmillos detrás de sus carnosos labios, era fácil saber que no lo era... de todo.

— ¿Por qué quieres cortarlo?

—Me lo cortaban cada que salía de la incubadora—fue su respuesta —. No lo quiero largo.

—No tengo con qué cortártelo... buscaré algo—reaccioné. Revisando las cajoneras del escritorio donde había todo tipo de cachivaches y entre ellos pequeña libretas, calculadoras, y unas pequeñas tijeras que podían servir. Las tomé, parecían más de juguete pero podían servir—. Siéntate.

Señale la silla de ruedas frente a mí y la cual él no tardó en tomar para acercarla a mí y sentarse. Con torpeza di los últimos para rodear la silla y estar detrás de su espalda. Tomé un primer mechón suave de su cabello, lo analicé: su color castaño era un poco más claro que el mío. Ni siquiera sabía si antes había hecho algo así pero llevé las tijeras y corté.

El silenció se desató muy pronto. Mostrando que ni siquiera en el exterior se escuchaba un eco de algún rugido o grito. Esa era nuestra aliada, mientras no desapareciera el silencio, sabíamos que estábamos a salvo.

— ¿Me temes?

¿Por qué estaba preguntándome eso? Tragué con fuerza y seguí cortando mientras pensaba al respecto. Temía por lo que sucedería más adelante, con él, conmigo, con nosotros. Además, ¿por qué Rojo no me mataba? ¿Por qué decía que no iba a lastimarme? No era que quisiera alejarme con él. Antes, mucho antes de llegar a esta área, había pensado que estaría a salvo si encontraba a otros, pero ahora pensaba lo contrario.

Aun así, quería saberlo. Quería saber cuál era su razón para mantenerme con él o protegerme. Saber si solamente era una carga, o una tentación a pesar de que luchaba por hacerme sobrevivir.

Él era rápido y fuerte. Se regeneraba, y yo era como otros humanos. Normal.

— ¿Por qué no quieres comerme? —ataqué con otra pregunta. Sin dejar de cortar su cabello en unos centímetros suficientes, como para que pudiera moverse con cualquier movimiento.

Él tardó en responder. Y para ser exacta, fue mucho el tiempo que se tomó para hacerlo, tanto así que, ya había terminado de cortar la parte de atrás para continuar con la de enfrente.

Corté y corté mechones mientras él me vigilaba con sus orbes carmín. Me observaba con una intensidad que incluso me hacía dudar de cada movimiento, hacía vibrar mis músculos. Me ponía muy nerviosa, y eso era algo que quería ignorar.

— ¿E-e-es porque te saqué de la incubadora? —carraspeé para recuperar la voz—. ¿Es por eso que no me matas, por qué te cuide?

Seguramente era eso, él sentí que me debía algo y por eso me protegía. Mientras una gran parte de mi sabía que con él sobreviviría, otra muy pequeña sentía culpa. Él me había salvado, y yo no quería dejarlo solo. Si los sobrevivientes no aceptaban que estuviera conmigo, entonces no estaría con ellos.

Ahogué una exclamación cuando mis caderas, al ser tomadas inesperadamente por sus manos, fueron atraídas hacia abajo, obligándome a sentarme sobre sus piernas de un rotundo movimiento. Llevé mi mano a su hombro, pero era tarde para levantarme cuando su brazo rodeó mi cintura en una clase de atadura para ni siquiera alejarme.

En tanto escuchaba a mi corazón martillando con locura en mis sientes, se me ocurrió subir la mirada de su agarré y de esa mano deslizándose en mi muslo, a sus orbes carmín que seguían mirándome con la misma intensidad que antes. Tan intensa y abrumadora que hizo que jadeara.

Volvería a comenzar, ¿verdad? Mi cuerpo lo sentía.

—Porque me gustas, me gustas tanto que no quiero comerte de esa forma.

Pestañeé tantas veces pude, pero entre en un trance que me dejó en blanco por al menos unos segundos. Era una locura, imposible que le gustara, ¿qué sabía él sobre eso? Había pasado casi toda su vida en una incubadora y solo 57 veces salió de ahí, ¿qué tanto le habían podido enseñar?

— ¿Q-qué? ¿D-de qué forma quieres comerme? No, no, no... ¿Cómo sabes eso? — decidí indagar—. ¿Cómo puedes saber que te gusta alguien? ¿Se los enseñaron?

¿Qué caso tenía enseñarle a un experimento sobre los sentimientos? Él era un enfermero, creado para sanar, ¿no? ¿Por qué le enseñarían sobre el amor y esas cosas? Me estremecí. Mis dedos aprisionaron la tela de su hombro cuando sintieron sus dedos deslizar nuevamente en mi muslo, y dirigir lentamente su camino a mi trasero.

Oh Dios, quería gemir.

No, no, no, esta no era yo, yo no quería reaccionar así. Algo malo estaba sucediendo, él estaba provocándome eso contra mi voluntad. No era el lugar, no era el momento, no era nada adecuado. Pero se sentía como sí su propio tacto tomara solo la parte hormonal de mi cuerpo e hiciera tomara mi lado racional y lo empujara muy en mis entrañas. Olvidándola.

No iba a permitir eso.

—Sería un tonto si no supiera la diferencia de querer a alguien a mi lado a querer comérmela para satisfacer mi estómago—Acercó su rostro en posición a mi cuello y cuando sentí su cálida respiración, me incliné hacía atrás para apartarme.

— ¿De qué estás hablando? — A causa de mi pregunta, levantó su rostro para dejarlo frente al mío, y escudriñarme en silencio.

—Que me gustas mucho y te quiero a mi lado, quiero hacer el amor contigo—replicó antes de añadir: —. Las personas que cuidaban de nosotros del otro lado de la incubadora mantenían esta misma posición mientras intimaban.

Miré una vez más su agarre en mi cadera, y lo entendí. Dos científicos que cuidaban del área roja habían hecho sus cositas frente a ellos. Seguramente entre tanto, fueron los besos de lengua. Así fue como él lo había aprendido, ¿verdad? Que ridícula tontería.

Que desgraciados más sinvergüenzas.

— Sé que quiero hacerlo contigo.

—No podemos—Tomé las fuerzas para salir de la burbuja de ensoñación y endurecer mi voz. Pero tenerlo así y aun sintiendo su fuerte calor, nublaba mis sentidos—. Es peligroso hacerlo, nunca se sabe qué podría suceder.

—No hay peligro.

—Eso dijiste en la ducha—dije. Recordando los gritos que se escucharon en el pasillo de aquella zona.

Su agarré en mi espalda me acercó a su pecho. Llevé mi otra mano para al menos, dejar un pequeño espacio antes de tocarnos. Pero cuando él respiró y tan solo me rozó el pecho, mis nervios se acumularon en la parte baja de mi estómago.

Mi vientre se calentó...

¿Qué tenía él que hacía que me comportara de esa manera irracional? No era normal. Admitía que era atractivo. Su físico era enigmático. Sus caricias me nublaban. Pero algo más debía tener él porque, sabiendo que no estaba bien, desde cuándo me apartaría de su cuerpo.

Me apretó a su pecho. Mis manos temblaron y se debilitaron cuando sintieron sus caricias en mi espalda, cuando sintieron lo tenso que estaba él. Debía hallar una salida antes de perderme tal como lo hice en la ducha o, dejar todo otra vez y solo hacerlo.

Solo hacerlo.

—Rojo—jadeé su nombre. Busqué en su mirada que él se detuviera.

Yo era muy débil. Era demasiado débil para intentar apartarme nuevamente porque ya no quería poner fuera. Ya no quería oponerme. Al parecer, él tampoco quería detenerlo. ¿Esto era lo que quería? ¿Tener sexo conmigo después de todo lo que acababa de ocurrir fuera de esta oficina?

— ¿Seguro que no hay peligro? —exhalé la pregunta en un susurró, ni había fuerza en mi voz, no había fuerza de voluntad. Estaba enferma.

Cerró sus ojos. Sus parpados levemente enrojecidos y con venas azules marcándose encima de ellos, fue lo único que pude ver mientras movía la cabeza a los lados de mí. Bajé la mirada a sus carnosos labios y mordí mi labio inferior sintiendo esas enfermas ganas de besarlo. Me animé a acariciar su mejilla, colocando temblorosamente mi mano en su piel para dejar que mi pulgar se paseara por su pómulo.

Bastó con ese tacto para que algo se endureciera debajo de mi entrepierna. Oh maldición, odiaba mucho esto. Odiaba no responder a la poca cabeza que tenía.

—No—suspiró con dificultar. Abriendo sus ojos más oscurecidos que antes, sedientos de empezar. Me tomé un segundo para reconocer lo agitada que estaba, y lo excitado que él se encontraba—. No hay peligro.

Deslicé mi mano hasta su quijada, hasta que mi pulgar estuviera encima de esos enigmáticos labios que no dejaba de mirar.

—Déjame empezar—mi voz prendía de un hilo, poco falta para quedarme muda. Incliné un poco mi rostro para que nuestras narices se rozaran, para que él abriera sus labios con la intención de capturar los míos.

—Adelante.

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