Aalto en octubre era como una pieza de fruta encima de un pastel, dulce pero ligeramente frío. La amplia campiña estaba cubierta de campos de cultivo dorados que formaban un fuerte contraste con los árboles amarillos de la ciudad. Juntos formaron un panorama pintoresco. La música generada por diversos instrumentos musicales podía escucharse desde cierta distancia, lo cual añadía una hermosa música de fondo a la imagen. Aalto merecía su título, la Ciudad de la Música.
—El Bosque Negro de Melzer siempre tiene ese aspecto oscuro... —dijo Natasha. Estaba de pie junto al Río Belem y miraba los árboles al otro lado del agua. El viento otoñal acariciaba su largo cabello morado en el aire.
El bosque negro estaba lleno de recuerdos de sus primeros años. Había duro trabajo, dolor y alegría en el bosque. Y jamás olvidaría lo que le sucedió una vez en él.
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