El hombre no tenía intensión de preocuparse por su dolor, ya que ahora lo único que sentía era un deseo descontrolado.
Para él, esta era solo una sesión íntima. Ningún hombre gastaría tiempo en eso, ¡especialmente si se tratara de una mujer por la cual no sintieran nada!
¿Ser compasivo?
Él era su empleador. Incluso le había dado una cuantiosa recompensa. Este dolor era algo que debía soportar.
Esa tortura, junto con las injusticias y las dificultades que tuvo que aguantar, se manifestaron en desenfrenadas lágrimas.
Se quejó una vez por el dolor, con los ojos totalmente enrojecidos, pero siguió mordiendo su labio inferior en un obstinado esfuerzo de no mostrar su lado débil. Aun así, era casi imposible soportar una invasión tan violenta como esa. Respiró y jadeó con dificultad, hasta que no pudo aguantar más y estalló en sollozos intermitentes.
—Oh... Oh...
Lloraba como un pequeño gato perdido.
El hombre era como un emperador despiadado que la despojaba de todo hasta el límite de la crueldad.
El infinito dolor que sintió fue como las implacables olas del mar; así como se ahogaba y lograba salir a flote, volvía a hundirse.
De a poco, comenzó a dejarse llevar, perdiendo la mirada en el horizonte. Estiró los dedos para alcanzar algo, pero no había nada a lo que aferrarse. Todo frente a ella estaba negro y su mente era un completo caos.
Ambos encajaban perfectamente.
El sudor calentaba sus cuerpos. Mu Yazhe enterró los dedos en su cabello, solo sentía deseo por más.
Ella le imploraba con la mente confundida.
Durante su excitación, el hombre de pronto sintió una humedad tibia en su cuello. Elevó levemente los ojos y vio a la chica mordiendo sus labios y quejándose por el dolor agonizante.
La expresión del hombre se endureció y, observando la pequeña cara resistir el ataque, inconscientemente bajó la cabeza y juntó sus labios con los de ella. La punta de su lengua hurgó en la caverna hasta que finalmente capturó la serpiente que la habitaba. La envolvió con su lengua y con ello ahogó todos sus sollozos.
¡Un beso para él era un tabú!
¡Besarse significaba que estaban enamorados!
Mu Yazhe nunca había besado a una mujer antes porque, para él, sus labios eran sucios. Las mujeres que lo rodeaban siempre eran miembros de la alta sociedad, hijas de familias adineradas o celebridades, y nunca jamás había tocado ninguna de esas mariposas. Sin embargo, sin saber por qué, realmente besó a esta.
Para ser más exactos, ella fue su primera. Nunca podría haber adivinado que la sensación de un beso sería tan deliciosa.
Mu Yazhe entrecerró los ojos y se presionó contra ella. Desde el interior de una represión asfixiante, sació su intensa sed con veneno.
Sobre la cama yacían sentimientos tiernos y románticos.
Se sumieron en el éxtasis...
...
En de la oscuridad, Yun Shishi abrió los ojos. El trozo de seda roja que los cubría, estaba completamente empapado en sudor frío.
Escuchó el rumor del agua de la ducha cayendo desde el baño. En seguida, movió levemente su cuerpo, pero un dolor agudo surgió desde sus dedos. Dicho dolor era resultado de su sesión íntima, cuando sus dedos se aferraron con fuerza a los extremos de la cama: sus uñas se habían quebrado a causa de este esfuerzo y se hundieron en la punta de sus dedos.
Fingió estar tranquila para calmarse. Todo había acabado. Todo había terminado... Con suerte, esta vez habría bastado para quedar embarazada.
Ahora solo debía esperar hasta dar a luz a este bebé. Después de eso, podría tomar el dinero e irse, para volver a su vida normal.
Era pasada la medianoche.
Mu Yazhe tomó un baño y se cambió de ropa. Su enorme y alta figura, allí de pie, era algo apabullante. Sus ojos permanecían sin emoción. Bajo la luz de la luna, la mujer se envolvió entre las sábanas blancas mientras continuaba jadeando. En su delicado cuerpo había vestigios de la brutalidad recién vivida.
El charco de sangre se extendía por la cama al igual que una rosa que florece. Un espectáculo espantoso.
Yun Shishi yacía inexpresiva en la cama, dándole la espalda al hombre. Su cuerpo, hecho un ovillo, temblaba y estaba rígido como una roca. Él la observó: su cabello, suave como la seda, despeinado y completamente empapado en sudor, cubría de forma caótica una almohada.
El hombre la miró fríamente y se quedó inmóvil, observándola por un momento antes de partir.