El mayordomo anciano y el joven entraron en los territorios de la Isla Debanks vigilados por un grupo de soldados nativos "amistosos y educados". Como estaban en una tierra que no les pertenecía, habían permitido ese arreglo. Luego de algunos días de incómoda espera, lograron organizar una reunión con Leylin.
En su camino hacia la montaña sagrada, el viejo mayordomo miró seriamente al joven: —¿Recuerda lo que le he dicho, joven maestro?
El joven estaba tenso por la situación, pero igualmente logró asentir: —Ajá.
Ah... Este país bello y fértil... Es una base poderosa incluso para los semidioses. Con razón él puede prosperar por tanto tiempo sin temor a ser destruido por el continente... pensó el mayordomo mientras miraba a la próspera capital imperial y suspiraba con admiración. Leylin realmente había escogido un gran lugar. No solo había una gran población que le brindaba su fe, sino que el continente tenía poca influencia allí.
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