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Veinte. El anillo.

Ya tenía todo listo.
Mi bolsa para la visita de dos días "a Alice" ya estaba hecha y esperándome en el asiento del copiloto de mi auto. Le había regalado las entradas al concierto a Angela, Ben, Mike y Jessica. Billy le había pedido prestado el bote al viejo Quil Ateara y había invitado a mi padre a pescar antes del partido. Sue Clearwater había invitado a mi madre a la reserva para platicar. Y como golpe de suerte Eric había quedado con su novia de ir a Nueva York para preparar el departamento para cuando se mudaran ahí.
Subí a mi auto y conduje directo a la casa Cullen.
A Edward y a mí nos emocionaba la idea de pasar una noche para nosotros solos. Una noche en donde solo nos centraríamos en nosotros y no en lo que ocurría en esos momentos, era como un escape de la realidad.
Ya había oscurecido cuando llegue a su casa, pero a pesar de eso, las luces del interior iluminaban el jardín.
En el momento en el que apague el motor, Edward ya estaba a mi lado abriendo la puerta del auto, me saco del interior y tomo mi mochila poniéndose la en el hombro. En cuanto oí que cerraba la puerta ya tenía sus labios sobre los míos.
Sin dejar de besarme me levanto un poco haciendo que enredara mis piernas en su cadera, y así llevándome hasta el interior de la casa. Nos quedamos de pie en la puerta mientras nos besábamos por un buen rato.
Edward soltó una risita mientras separaba nuestros labios.

—Bienvenida a casa. —dijo.
—Pero que buena bienvenida. —sonreí.

Me puso con suavidad en el suelo.

—Tengo una sorpresa para ti. —dijo.
—Oh, amo las sorpresas. —dije con entusiasmo. —¿Dónde está? —
—Está en mi habitación, ¿Vamos? —

Asentí emocionada.
Entrelazamos nuestros dedos y comenzamos a caminar hacia su cuarto. Edward se miraba emocionado por entregarme su regalo, porque me cargo y corrió a gran velocidad hacia la habitación.
Me dejo en medio del cuarto y volvió a correr pero esta vez a su closet. Camine hacia la cama y me senté en la orilla, él ya estaba delante de mí cuando me acomode.

—¿Lo puedo ver? —dije.

Edward subí a la cama y se sentó a mi lado.

—Es un objeto usado. —dijo mientras tomaba mi muñeca y acariciaba la pulsera de plata. Después de eso volvió a dejar mi mano recargada en el colchón.

Levante la mano para poder examinar la pulsera. De la cadena, ahora colgaba del lado apuesto al lobo, un corazón de cristal que brillaba a la luz de la lampara.

—Es hermoso. —dije.
—Era de mi madre. Se me ocurrió que podía ser como nuestro símbolo, duro, frio y a la luz del sol se puede ver el arcoíris. —
—Me encanta. —sonreí y después le di un beso en la mejilla.
—Mi corazón es igual de silencioso que este y también es completamente tuyo. —

Mire el cristal para después mirarlo a él.

—Gracias, por los dos. —dije.
—A ti. Me alegra que lo hayas aceptado. —

Nos acostamos en la cama y el me envolvió en sus brazos.

—Quisiera hablar de algo contigo. —dije con calma. —Quiero saber si podemos llegar a un acuerdo. —
—¿Qué tipo de acuerdo? —dijo cauteloso.
—Quiero saber cuáles son tus condiciones. —
—Ya sabes cuales son. No te pido nada más que eso. —dijo.
—¿No tienes otra cosa en mente? —pregunte.
—No me molestaría que me dieras más tiempo. —
—En eso no hay discusión. —sonreí.
—¿Cómo? —pregunto.
—Se me había olvidado decirte que ya he decidido donde estudiare la universidad. —dije. —Iré a Dartmounth como me lo habías propuesto, ahí estudiare derecho, que dura más o menos de cuatro años a seis años, lo único que te pido es que me esperes esos años y ya, ¿Qué te parece? —
—¡Me parece estupendo, corazón! —dijo abrazándome.

Nos quedamos abrazados por un buen rato hasta que Edward volvió a hablar.

—Hablando de lo otro, supongo que no quieres un anillo de compromiso. —dijo.
—Supones bien. —

Asintió.

—De acuerdo. De todos modos no tardare en adornar tu dedo con él. —

Lo mire.

—Hablas como si ya lo tuvieras. —

Me dio una mirada inocente.

—¿Edward? —dije. —¿Lo tienes? —
—Si, ¿Quieres verlo? —pregunto emocionado.
—Si quieres. —dije.

Se miraba tan emocionado que no pude decirle que no.
Se levanto y se arrodillo junto a la mesilla de noche, para después volver a la cama, se sentó a mi lado y me estiro la mano que tenía una cajita negra.

—Vamos, dale un vistazo. —dijo.

Tome la cajita.

—Espero que no hayas gastado tanto en él. —dije.
—No he gastado nada. —dijo. —Es el mismo anillo que mi padre le dio a mi madre. —
—Oh. —dije sorprendida.
—Supongo que es demasiado anticuado. —se disculpó medio en broma. —Está tan pasado de moda como yo. Puedo comprarte otro más moderno. ¿Qué te parece uno de Tiffany's? —

Negué mientras abría la cajita con delicadeza. Ahí pude ver el anillo de Elizabeth Masen que brillaba a la tenue luz de la habitación. La piedra era un óvalo grande decorado con filas oblicuas de brillantes piedrecillas redondas. La banda era de oro, delicada, estrecha y tejía una frágil red alrededor de los diamantes. Nunca había visto nada parecido. Sin pensarlo, acaricié aquellas gemas.

—Es hermoso. —murmure.
—¿Te gusta? —
—Es precioso, a cualquiera le gustaría. —sonreí.
—Pruébatelo, quiero ver que tal te queda. —

Asentí.
Edward tomo el anillo entre sus dedos. Luego de forma delicada tomo mi mano izquierda y con delicadeza deslizo el anillo en mi dedo corazón. Levanto mi mano para que los dos pudiéramos ver bien que tal me quedaba.

—Te queda perfecto. Así me ahorras un paseo a la joyería. —dijo.

Pude ver en sus ojos las emociones que intentaba esconder, podía ver su ilusión y anhelo. Y para que mentir a mí también me dio un poco de ilusión. Le di el anillo y lo volvió a guardar.

—Propónmelo bien, cuando las cosas se hayan calmado. —dije de repente.
—¿Qué? —pregunto.
—Lo que oíste. —dije. —Propónmelo como dios manda y cuando sepamos que no hay ningún enemigo detrás de nosotros. Quiero que sea algo bonito que pueda recordar siempre. —
—Sera la mejor propuesta. —dijo seguro.
—Ya veremos, cariño. —dije dándole una sonrisa y le daba un beso en los labios.