Aunque me pesaban los brazos, los ignoré y realicé mi rutina; hacer ejercicio, ducharme y desayunar. Al salir me alisté con ropa deportiva y un cambio para luego de la academia.
Estacioné el Alfa Romeo en un parking privado en el que se pagaba $80.000 pesos mensuales. Teniendo en cuenta lo caro del coche y que la seguridad del parking era buena, era mi mejor opción. Recorrí las cuadras faltantes para llegar al gimnasio. Al entrar el recepcionista se encontraba en la misma posición que lo encontré ayer.
—Buenos días —saludé con poca gracia.
—Buenos días chico —replicó con un carisma entusiasta.
Continuó su conversación con una chica joven de buen cuerpo. La chica de coleta, mientras charlaba, jugaba con su botella de agua que traía colgando en su muñeca. El recepcionista me cedió un papel y un lápiz, reparé mi nombre en una lista de varias personas, al lado de cada uno variadas firmas se extendían. Completé con la mía en el espacio blanco a un lado de mi nombre. Al pasar por el pasillo observé al interior de la sala y me encontré con la chica, Vania, sentada en el suelo. Con unos libros y cuadernos sobre una pequeña mesa. Al subir su cabeza nuestras miradas se encontraron, me noté nervioso. Sin parar en ningún momento, salió de mi vista para terminar encontrándome abochornado en el reflejo del gran espejo que hacía de pared.
Al entrar a la sala de box, algunas miradas se tornaron a mí. Entre ellas, una que se clavó en mi sin prudencia se percató de que me conocía, tal como yo lo conocía a él. La sorpresa era tan desagradable que pensé en huir.
—Estas jodido —declaró el chico rubio con el tajo de mi patada en el labio.
Con unos guantes de goma en sus manos se me acercó. Sin poder hacer más que agrandar los ojos para asimilar algo, iba a recibir un puñetazo muy familiar. Era increíblemente fuerte. El golpe que recibí en la cara me descolocó por completo, me sentí mareado. Alcancé a colocar mis manos en la pared para no caerme de espaldas. El segundo puño derecho acompañado de una súbita salida de aire, se tensó para llegar a mi estomago con mayor potencia. Fue casi imposible no sentir que todo en mi interior sería regurgitado. Me dejó sin aire por un instante y me hizo desplomar por completo. Los demás lo manejaron lo antes posible; lo agarraron de la espalda y manos.
—¿¡Giovanni qué te sucede!? —dijo un chico mientras se interponía entre nosotros.
—¡Cálmate! —exclamó el que lo sujetaba por la espalda.
—¡Déjame matarlo!
—¿¡Giovanni que haces!? ¡Tranquilízate!
Mientras tocía tratando de agarrar aire, llegó el entrenador.
—¿¡Qué sucede aquí!? —gritó el entrenador al escuchar todo el bullicio—. ¡Los dejo un segundo y ya están haciendo estupideces!
Al verme en el suelo se percató que la situación no era tan sencilla.
—¡Mierda! ¿Niño estás bien? —se agachó para atenderme.
—Sí, no pasa nada. Solo fue un malentendido.
No quería involucrarme en problemas ni perder tiempo.
—No. No podemos dejarte así, te está sangrando la nariz. Ven, te llevaré a enfermería.
—No es necesario.
—¡Sí lo es! ¡Ven! —me agarró del brazo para ayudar a levantarme.
Me costaba respirar, así que me mantuve con la cabeza agachada un momento antes de avanzar.
—Ustedes comiencen el entrenamiento por mientras. Luis, tú estás a cargo.
—¡Bien! —afirmó el tal Luis.
Caminamos hasta llegar a la recepción. Volteé al espejo ligeramente, ahí volvía a estar, repugnante. Con ojos de muerto, mareado, el labio tajado y la nariz sangrante.
Demasiado sensible para estas cosas, reclamé a mi propio cuerpo.
Era mucha más sangre de la que imaginé, esta incluso me estaba cayendo a la ropa. Interpuse mi mano para no manchar el suelo, pero no fue de mucha ayuda.
Supongo que este fue su ojo por ojo.
—¡Toledo, necesito la llave del botiquín! —pidió el entrenador.
—¿Para qué?
A penas me vio, el recepcionista se dio la vuelta al mesón que lo encerraba.
—¿¡Qué le pasó!? —se adelantó a la sala.
—No lo sé. No alcancé a ver nada, solo los dejé un momento. Incluso, el chico no había llegado cuando me fui.
Pasamos por la sala a un lado de la recepción para que me sentaran en una banca. Sabía que Vania se encontraba ahí, un leve giro en noventa grados me la mostraría, solo que, no quise verla. No quería dar a conocer este lado a nadie. El recepcionista que al parecer se apellida Toledo, sacó un paño húmedo de un gran mueble blanco y me lo tendió para que yo mismo me aplicara presión.
—Chico dime, ¿qué sucedió? —exigió el recepcionista.
—Nada, solo fue un malentendido.
—No me vengas con eso, dime qué fue lo que realmente sucedió.
—De verdad no es nada.
—Por lo que alcance a ver, fue Giovanni el que lo golpeó —mencionó el entrenador Mashroll
—Ese idiota, cree que puede hacer lo que le plazca. Tráelo aquí mismo.
—Bien.
Ascendí mi frente y me encontré a Vannia mirándome con una cara de compasión por mí y al parecer de rabia al escuchar el nombre Giovanni. Su expresión de asco; que era para él, la sentí dirigida a mí. Sabía que no era su intención, pero me hizo sentir impotente. La frustración me hervía la sangre. Antes de que el entrenador Mashroll se fuera, grité:
—¡No! ¡No es necesario! ¡Vine acá para aprender a recibir golpes y a darlos, no es nada fuera de lo común que alguno de los golpes que reciba me hagan daño!
—Aun así, él es muchos años más antiguo que tú, debería saber controlarse.
—¡No me importa! Cuando me metí a la academia, estaba dispuesto a este tipo de situaciones.
—Está bien, está bien. —se sorprendió por mi súbito cambio. De alguna manera me encontró razón y se volvió para dirigirse al entrenador— En tal caso… Mashroll ve a por tu clase y continúala como siempre.
El entrenador Mashroll hizo caso algo desconcertado por la decisión y se marchó. Mi oportunidad de seguirlo se desvaneció cuando estaba a punto de pararme. Una fuerza externa me detuvo.
—Tú, tienes que descansar. Aunque lo que digas puede ser muy de valiente, el cuerpo no responde igual que la mente. Tienes que reposarlo, en especial si el golpe fue de ese muchacho.
No podía oponer resistencia ante esa lógica, pues aún me encontraba mareado, como si las cosas se movieran más rápido que de costumbre. El dolor punzante en el pectoral también comenzó a hacer lo suyo. Mi cuerpo estaba al borde del límite.
—Está bien.
—Por el momento tengo que seguir haciendo mi trabajo, pero si por alguna razón, incluso por más mínimo que sea tu preocupación, házmela saber.
—Lo haré, gracias.
—Bien —se levantó dando un suspiro. Encaminado a su puesto de trabajo, se llevó la mano al cuello.
Hubiera preferido que no me dejara. No porque me sienta mal, mas que nada debido a que no sabía cómo comportarme ante Vania, menos si estábamos solos en la misma habitación.
No podía mirarla, así que me giré en el mismo asiento, dándole la espalda. Me disculpé por esa ofensa en mi conciencia.
—¿Por qué te golpeó? —preguntó esa voz que no calzaba demasiado con su carácter.
Me sorprendió que me hablara. A pesar de que ella me ponía un poco nervioso, el dolor evitó la mayor parte de mi inquietud.
—Ya lo dije, fue un malentendido.
—No creas que me voy a tragar eso, puede que Giovanni sea un imbécil, pero jamás golpearía sin una razón en mente.
—Pues en ese caso no sé, no sé qué razón tenía en mente.
—Lo conoces de antes.
Puede que lo haya dicho por azar. No, por lo que he visto, no gasta palabras innecesarias, eso significa que bien tiene buena intuición o es excelente para deducir.
—Puede.
—Ya veo. Él te molesta o tú lo molestabas.
—Ninguna de las dos.
—¿Entonces?
—¡No fue nada! —levanté la voz, irritado.
—Idiota.
Puede que me haya pasado un poco. Necesito remediarlo si no quiero llevarme mal con ella. Pero si le digo, ¿qué sucederá? No creo que influya lo que le cuente. Fácilmente podría mentirle con alguna escusa creíble.
—Lo golpeé en la cara cuando quería salvar a un amigo.
El silencio permaneció un buen rato.
—Ju.
Quedé extrañado. ¿Acaso escuché una risa? Estoy seguro de que se lanzó una carcajada.
No era mi imaginación. De verdad se estaba riendo. Volteé mi cuerpo para verla. En realidad le causó gracia lo que dije, pues esbozaba una gran sonrisa. No tenía problemas con eso, pero… ¿Cuál parte de lo que dije fue lo que generó el gesto? Aunque no le entendí, sonreí con ella.
—Perdón —disimuló mientras apagaba su risa.
Quiero llevarme bien con ella por lo que preferí no interrumpir, se ve tierna de esa manera.
—¿Se lo merecía? —habló ya tranquila.
—Puede ser que sí.
—Le dejaste marcas.
—Sí, al igual que yo, tiene el labio roto.
—Juju. Ya veo.
Él tiene marcas, igual que yo.
Me devolví para mirar el piso.
Una vez decidido, me levanté y salí sin intenciones de despedirme. Me encontré al recepcionista.
—¡Me voy!
—Está bien… —me entregó las cosas que boté en el incidente con Giovanni.
Sonó preocupado, si bien iba a seguir viniendo hay algo que debo hacer. Apenas salí, saqué el teléfono y llamé. Luego de sonar un rato, unos ceros aparecieron en la pantalla.
—"¿Hola?"
—"¿Qué tal? Soy Absalon."
—"Absalon. Qu…"
—"Voy yendo para allá, ¿Podría mandarme la dirección exacta a este mismo número? Por favor."
—"Bien me parece. Apenas finalice la llamada te la envío."
—"Muchas gracias. Nos vemos, ya voy conduciendo en este momento."
—"Entiendo. Hasta pronto."
Subí al coche y apenas dejé caer el celular a un lado, sonó confirmando la ubicación del señor Philip Grey.
La entrada a Las Tacas la componía unos imperiosos pilares de tres metros de altura, encima de estos un techo de bajo pendiente oscuro. Los paneles en estos casi no se notaban. Antes de entrar, un joven me detuvo.
—Nombre, apellido y casa a la que se dirige.
—Absalón Salieri. Casa de Philip Grey.
—De inmediato le aviso.
Entró un momento, tomó un teléfono y apretando un botón, la barrera se alzó. Si bien con el Alfa Romeo podía pasar por debajo de esta, no lo hice por cortesía y respeto. Luego de un laberinto de mansiones y de departamentos de lujo, casi en el centro de toda la herradura, estaba el gran hogar del señor Philip. La entrada estaba abierta, era extremadamente amplia, al pasar, entré en un mundo diferente. Todo se veía demasiado elegante y costoso. La entrada estaba transmitida por pequeños arbustos perfectamente cortados a los lados. Luego se abría en una especie de rotonda cuadrada. Podía ver como sus vehículos estaban en una cochera de vidrio, mostrando los espectaculares autos deportivos, las grandes camionetas y jeeps que tenía. El patio delantero, era demasiado grande, parecía que no tuviera fin hacia los lados. En el centro de la rotonda, una pileta de agua con una fuente encima generaba un paisaje señorial. Unas escaleras a ambos lados de unos enormes pilares que conectaban con un tejado en la entrada, daban la bienvenida al frente del edificio. En esta, estaba un caballero bien vestido se mantenía erguido. No era usual ver a alguien así, tenía un traje rosa pastel claro que le daba un toque elegante sin parecer arrogante. Usaba zapatillas deportivas blancas, que se implementaban correctamente al conjunto. En su mano pude ver un brillante reloj de oro que se acomodaba mientras veía el vehículo que conducía. Dejó la sombra que le otorgaba el enorme voladizo, que combinaba con el gris claro, casi blanco, y la madera oscura de la mansión. Me detuve frente él y me bajé. Al verlo de más cerca, me di cuenta de que su estatura de 1.85; combinado con su pelo rojizo, unas pocas canas plateadas y sus ojos casi grises, lo disponían imponente
—Mucho gusto, señor Philip.
—Mucho gusto joven, pero yo no soy el señor Philip.
—¿En serio? —me exalté. Debía ser una broma, ¿quién podría ser? ¿Un mayordomo? ¿Tan bien vestido? Bueno uno nunca sabe…
—Es broma —mostró una gran sonrisa—. Soy Philip Grey, mucho gusto.
—Absalón Salieri.
Un buen apretón de mano marcó el inicio.
—¿Quieres pasar a dentro o te encuentras muy ocupado? —preguntó mostrándome la entrada.
—Está bien, tengo algo de tiempo.
Pasamos la gran puerta, pareciera que fuera el doble e incluso el triple de grande que una promedio.
—Permiso —pedí antes de pasar el umbral.
—Adelante.
Crucé y un mundo diferente se mostró ante mí. Si bien mis abuelos tenían muchos lujos a los que estaba acostumbrado, los de esta casa eran exagerados. A penas uno entraba se encontraba con un amplio espacio enfrente, en donde una escalera pegada a una pared con palomas blancas de marmol conducía al segundo piso. Entre las escaleras en forma de L, un altar de tres sutiles niveles. En la su última planicie insertada en el suelo, una estatua de Demeter surgía. Con un bastón en su mano izquierda y en la otra, un ave que resplandecía. El techo, era el mismo del segundo piso, lo que daba una sensación de que acabas de llegar a un palacio. Lograba hacerte sentir ínfimo y maravillado a la vez. En paralelo, el piso blanco que reflejaba todo de lo limpio que estaba, combinaba con unos sectores donde se volvía gris y en otros donde una madera oscura que contrastaba a la perfección. Las paredes eran blancas, de ellas colgaban varios tipos de cuadros, de distintas formas y tamaños. A mi derecha, casi en diagonal, podía ver como el comedor continuaba con la entrada. Esta vez con un techo de primer piso, que seguía siendo demasiado. Se lograba ver una mesa de madera enorme. Tras esta, la mitad de un acuario hacía de pared. Al otro lado, mirando a la izquierda podía ver dos pasillos que te llevaba a una sala que no lograba avistar. El sonido del agua me devolvió a la escalera, bajo esta, aparecía una pequeña cascada que daba con los pies de la estatua de Demeter.
—Subamos al balcón, la vista es magnífica ahí.
—No es necesario… —si bien me encantaría, es la primera vez que vengo, sería un poco impropio de mi parte aceptar sin resentimientos.
—Lo es, es lo menos que puedo hacer para hacer sentir a gusto al nieto de mi buen amigo.
—Sobre eso, tengo que decirle algo.
—Luego, primero vamos.
Subimos por las escaleras. Las palomas blancas me acompañaban de cerca. Estas tenías detalles considerablemente minuciosos, era sorprendente lo realista que se notaban las plumas.
—Pediré algo para beber. ¿Quieres algo?
—Un poco de agua estaría bien.
De su bolsillo sacó un teléfono, abrió la pantalla lo presionó. Se puso el teléfono en la oreja y apenas lo hizo sonó.
—"Dígame."
Terminó de elegir y colgó, no estoy seguro de que pidió, ya que me perdí en la estructura y diseño interior de la casa. El segundo piso parecía una casa entera aparte. Un salón enorme funcionaba de recepción a las demás habitaciones. Enseguida a un lado, continuaba la escalera para subir al 3 piso. Cosa que hicimos. Al subir nos recepcionó una extensa galería hacia ambos lados de la mansión. Justo en frente, luego de la antesala a donde nos dirigíamos, entramos a una amplia habitación rodeada hasta la mitad de largos ventanales de vidrio templado que llegaban al techo. Nos sentamos en unos sillones de terciopelo. Frente a nosotros una pequeña mesa de centro hecha de cuarzo daba la separación de los espacios. A un lado de la entrada, como si fueran guardianes nos protegían estantes con innumerables libros, revistas e historietas. No me percaté de donde estábamos hasta que se levantó, presionó un saliente del vidrio y comenzó a moverse, el vidrio bajó, llegó al tope, dejando una baranda que llegaba arriba de la cintura, con una parte del techo como apoyo. Quedando una increíble terraza al aire libre. El fuerte viento proveniente del mar, chocó con mi cara. Era demasiado increíble y relajante. Atrapado por lo agradable que se sentía el sol y la magnífica obra de arte que se proyectaba al horizonte, tomé aire con profundidad. Me hizo sentir tan bien que parecía mentira. Sin admitirme, me reí poco animoso, ocultando la niebla de mis ojos.
—Bien, ¿qué te parece?
—Tenía razón, es increíble la vista y la tranquilidad.
—Así es. Bien —me ofreció uno de los sillones que rodeaba la mesa de cuarzo—. Ahora, los negocios.
Me senté en el gran sillón, él de inmediato siguió mi acción en uno individual.
—Entonces —comencé—. El auto lo revisé y está en óptimas condiciones. Como sabe es un Alfa Romeo 4C del 2018. Le estimé el precio teniendo en cuenta de que es edición Spider 1.7 y la exportación que le costó a mi abuelo. En el mercado debería costar cerca de $90.000.000 pesos chilenos. Pero considerando la cercanía de usted y mi abuelo puedo rebajárselo hasta $71.000.000.
—¡Wow! ¿Estás seguro chico? Yo pensaba comprarlo al precio base.
—Sí, no es ningún problema, de hecho, le voy hacer sincero. Preciso del dinero con urgencia.
—¿Y eso a que se debe? ¿No me digas que al viejo le pasó algo?
—Como dije, voy a ser sincero con usted —detuve un poco el tiempo del señor Philip, le generé inquietud al asunto y una mayor presión se acumulaba en sus desgastados huesos—. La verdad, es que mi abuelo falleció.
Sus músculos se contrajeron. Abrió los ojos con desesperación. El sentimiento de traición llegó a él. La inquietante perfidia de la vida.
—Discúlpame —habló levantándose.
Se dirigió al balcón y desde ahí, contempló a la playa con sus ojos empañados.
En su mente debe haber muchas dudas que se responden con más intriga que con asertividad. ¿Estaré demasiado viejo? ¿Por qué debió morir? Me puede tocar a mí en cualquier momento ¿Por eso el chico está vendiendo sus cosas? ¿Qué debería hacer ahora? ¿Realmente ha fallecido? ¿Qué hay más allá? ¿No era él muy joven todavía? ¿Hay un más allá? ¿Qué le habrá pasado? ¿La vida es así de corta? ¿El tiempo lo alcanzó? No hay vuelta atrás ¿Es así? Me hubiera gustado despedirme, compartir unos tragos, hablar de nuestras vidas, de cómo éramos antes, de nuestros recuerdos ¿De verdad está tan al asecho la muerte? Hace unas horas estaba riendo viendo una tonta película mientras que un gran compañero había fallecido.
Las preguntas, reflexiones y la realidad, lo estaban devorando. Si bien era viejo y debió experimentar la muerte de sus padres, tíos, abuelos, parientes e inclusive otros compañeros o conocidos, acostumbrarse a ese cruel golpe no es algo que se pueda hacer con una sola vida.
Se arregló el pelo, todavía mirando al horizonte. No quise acompañarlo para darle su espacio. Pensaba esperar el tiempo que fuera necesario para otorgarle silencio y calma. Entonces, una silueta que ingresó al mismo espacio, irrumpió nuestra tranquilidad reflexiva.
—Aquí está lo que pidió tío Philip.
El señor Philip estaba tan inmerso que ni siquiera la escuchó. Así que decidí hablar por él.
—Gracias —le dije a la chica pelirroja de ropa elegante.
¿Chica pelirroja? Debía ser una broma.
—¿Ah?
Al mismo tiempo pensamos lo mismo. Una extraña coincidencia. No creo en el destino, pero esto es demasiado. La chica que me ofreció un quitasol hace unos días, estaba a justo en frente. Vestía con una camisa blanca, un pantalón y zapatos negros, una corbata que hacía juego con el conjunto. Estaba seguro de que era ella, aunque su pelo ahora estaba alisado. Quedé pasmado apreciando su nevada piel, un poco colorada por el sol. Sus ojos celestes, su nariz perfecta, sus labios sutilmente gruesos. Estaba un poco maquillada con un delineado y sus labios pintados de un leve tono rosa. Unas expresiones que la podían hacer ver madura a la vez que tierna. Me advertí nervioso, pues recuerdo que esa vez que me escapé porque no podía pensar bien en lo que estaba pasando. Ahora que le tenía enfrente de nuevo, mi mente quedó en blanco.
¿Debería decir "Hola"? No, sería muy estúpido. Quizá lo mejor sea que ella diga algo primero.
Esperé y esperé sin respuesta por su parte, me observó sin perturbarse. Su mirada era intensa. Traté de no parecer amenazador. Desvió su mirada al Señor Philip y luego sin más, dejó las cosas en la mesa de cuarzo para luego desaparecer por la misma puerta por la que apareció.
¿Habré hecho algo mal? Ni siquiera me moví, no lo creo. ¿Puede ser que no me haya reconocido? Está claro que lo hizo. Entonces, ¿por qué se fue sin decir nada?
Un poco desilusionado de la situación agarré el vaso con agua y el con Whiskey para llevárselo al señor Philip, este lo aceptó con una leve reverencia.
—Gracias —apenas habló, para tomar un sorbo.
Su vista estaba deprimida, no debe querer hablar por ahora, menos de negocios.
El momento es perfecto.
—La verdad es que toda mi familia murió en un accidente.
Si la muerte de una persona cercana fuera demasiado para procesar, que la familia de esta persona también lo haya hecho es sin duda algo que a nadie le gustaría oír. Incluso me volvió algo de incomodidad al decirlo.
—No puede ser —dijo mientras se tomaba el pelo. Seguramente ahora está preocupado y no por su sufrimiento—. Lo lamento. No puedo creer por lo que estás pasando.
—Gracias, bien ahora, no sé qué hacer —una presión en la garganta no me dejaba respirar, esta se extendió a mi pecho. No impedí que algunas lágrimas saliesen. Traté de ocultar mi rostro—. Pensé que deshaciéndome de sus cosas podría disminuir el dolor, pero no es para nada así.
—Chico. No puedo ni imaginarme el dolor que debes estar sintiendo. Puede que con palabras no ayude mucho, pero si necesitas cualquier cosa, por favor házmelo saber, lo que sea, haré lo posible para remendar tal error. Incluso si no tienes donde quedarte, eres bienvenido a esta casa.
—Gracias. Se lo agradezco de corazón —dije con las lágrimas cayendo.
—¡Maldita sea la muerte! —bebió el whiskey por completo, dejó salir un suspiró y con todas sus fuerzas, lo lanzó lo más lejos que se permitió. Este cayó a un lado de una gran piscina, rompiéndose por completo, el característico sonido del impacto se volvió vibrante—. Inténtalo tu chico. Es algo desahogante.
—¿Está seguro?
—Como te dije; si quieres, puedes hacer lo que quieras en esta casa. Te voy a tratar como si fueras mi propio nieto. Es lo que tu abuelo hubiera querido.
Me sequé las lágrimas y sonreí de manera lamentable. Retrocedí unos pasos y con un poco de vuelo lo lancé con todas mis fuerzas. Este salió disparado de mi mano. Se desvió y cayó alejado de donde se trizó el otro. Se apreciaba tener la oportunidad de hacerlo, era una manera de descargarse.
Reí con el llanto encima, él también.