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MAGNETISMO ROSADO

Isaac yacía tumbado en su silla, descansando tras un largo día de trabajo. Pensó quizás, como ya había completado algunas tareas, echarse una pequeña siesta, cosa que hacía cada vez que podía.

La radio que su hija le había obsequiado, colgaba de una repisa, mientras emitía algunas canciones de jazz, algo de blues y una que otra canción de rock. Al cabo de un rato, una extraña señal hizo saltar las alarmas. Isaac se despabiló, estremeciéndose en su asiento. A medida que se despertaba y se quitaba un poco el sueño, entendió que el estridente sonido le devolvía a su aburrido y monótono trabajo.

—¿Otra labor de rescate? —preguntó una voz. Era Nathaly, su compañera, quien se acercó y se sentó rápidamente en su puesto.

—Sí… así parece. —respondió Isaac con pereza, mientras dejaba escapar un gran bostezo, al mismo tiempo que estiraba sus brazos al aire.

Más atrás, se les unió Misaki, quien se sentó en su silla sin decir una sola palabra, y enseguida, comenzaron a rastrear la señal, pero algo extraño parecía suceder con la misma. Y tras varios minutos verificando y buscando, pudieron confirmar su localización, pero no hubo forma ni manera de saber quién enviaba la señal.

—Es extraño que no posea ningún tipo de identificación. —dijo Misaki, hurgando en el panel de control.

—Sí, es muy inusual, pero es nuestro trabajo averiguar quién está enviando la señal de auxilio. —respondió Isaac.

 Los tres entonces se acomodaron, y luego de varios apretones de botones y uno que otro contacto por radio, la nave aceleró.

 

Después de un par de horas, lograron llegar a la órbita del planeta Júpiter. En la distancia, una enorme masa de gas de color marrón, flotaba en la oscuridad. A medida que Isaac y su equipo se acercaban cada vez más, advirtieron una pequeña nave a la deriva, cerca de una de las lunas del planeta. Estaba en muy mal estado, y emitía esa señal chillona que sonaba una y otra vez, tanto que molestaba a nuestros ingenieros.

—¿Qué rayos es esa nave? —se preguntaron al verla, pues muy extraña era en verdad.

—Parece algo antigua. —comentó Nathaly.

—Sí. —respondió Isaac más atrás.

En ese momento todos callaron y solo el ruido de la alarma rompía con la quietud de aquel silencio mortecino. Pero en verdad, la nave parecía anticuada, y muy extraña también, pues emitía un destello rosado, apenas perceptible a simple vista.

Y en cuanto estuvieron lo suficientemente cerca, comenzaron con el protocolo para anclarse a la nave, y luego de varios minutos dando piruetas y volteretas, lograron acoplarse con éxito. Se pusieron sus trajes, y con pasos lentos se dirigieron al muelle de salida. Luego de esperar algunos segundos, la escotilla finalmente se abrió. Los tres ingenieros ingresaron con cautela a la nave, sin mucho alboroto, y una vez adentro, pudieron constatar que en efecto, parecía abandonada hace mucho. Se mantuvieron quietos, solo observando. No había señales de vida y el sistema de antigravedad estaba completamente desactivado. Un ruido sordo y bajo se escuchaba en lo profundo.

—Vamos, debemos llegar a la cabina de mando. Con suerte podremos encontrar a alguien. —dijo Isaac.

Atravesaron entonces un corredor ancho, largo y poco iluminado. El polvo y los escombros del personal flotaban por todas partes. Las estructuras del puente se alzaban como grandes brazos de acero, que luego se unían en lo alto como un gran esqueleto metálico. Cables, tubos y otras conexiones, parecían correr en línea recta. Esto embelesaba a Misaki, quien no dejaba de girar la cabeza, arriba y a los lados.

—¡Ten cuidado y mira hacia adelante! —le dijo su compañera, que iba detrás de él.

Las luces de las linternas se perdían en la profundidad de una negrura que parecía extenderse en un arco amplio y oscuro, que se abría en tres pasajes como una enorme garganta. Las botas que los ingenieros calzaban, generaban pequeños campos de efecto de masa, fijando sus pies a los pisos metálicos de aquella nave. A medida que avanzaban torpe y lentamente, se podía oír el susurro de las pisadas al chocar con el suelo metalizado. 

Después de un rato y de haber caminado un largo trecho, llegaron finalmente a la Sala de Control. Frente a ellos había una puerta medio abierta, que Isaac empujó con mucho esfuerzo hasta lograr abrirla por completo. Al entrar, todo el lugar estaba sucio y en completo desorden. A simple vista, parecía como si todos dentro de aquel lugar hubieran salido despavoridos, dejando a un lado sus quehaceres. Una luz rojiza latía y latía, alumbrando toda la habitación. Isaac se acercó a la consola de mando, presionó algunos botones aquí y allí, y de inmediato la señal se desactivó. Todo quedó en completa tranquilidad.

—Creo que eso es todo. —dijo— Ahora volvamos a la nave. Este lugar me da escalofríos.

—¡No tan rápido! Primero debemos saber qué sucedió en este lugar. —dijo Misaki, quien rápidamente tomó asiento y enseguida se puso a trabajar. —Este software es algo anticuado. —comentó, mientras navegaba e indagaba dentro de los archivos de la base de datos de la nave. Y revisando los documentos uno por uno, no tardó mucho en encontrar aquello que tanto buscaba.

—¡Eureka! —dijo exaltado de la emoción.

—¿Qué encontraste? —preguntaron sus compañeros.

—Encontré estos videos. Quizá con algo de suerte y podamos descubrir que le sucedió a la tripulación. —y con un toque reprodujo el video enseguida. Una ventanilla se abrió, y de inmediato una grabación de la cabina comenzó a rodar en pantalla.

—No parece haber nada extraño. —vociferó Nathaly.

—Avanzaré un poco más rápido el video. —dijo su compañero.

Misaki ajustó, y el video empezó a correr un poco más rápido de lo habitual. Varias secuencias de un día tranquilo se mostraban con relativa calma. Algunas personas de la tripulación entraban y salían de la habitación. Se podía ver al Capitán, yendo y viniendo, pero nada fuera de lo común. Avanzando más adelante, algunos minutos más tarde, algo llamó la atención de nuestros amigos. —¡Detente, justo allí! —dijo Nathaly, con voz alta y algo exaltada.

—¡Acerca la imagen! —señaló Isaac a la pantalla, mostrando interés.

—¡Dios mío! —susurró Misaki horrorizado.

Ninguno de los ingenieros podía dar crédito a lo que veían: uno de los tripulantes enloqueció de golpe, y saltando por encima del Capitán, de un mordisco, le arrancó de cuajo un trozo de piel de su cuello. El pobre hombre cayó al suelo, cubierto de sangre y completamente muerto. El resto de la tripulación se abalanzó sobre aquel lunático sujeto, que solo reía y reía, gritaba y zarandeaba, pero nada parecía detener su locura repentina. Y de improvisto, el video se cortó, y solo hubo estática y ya nada más pudieron ver.

Sus miradas se entrecruzaron, y un sentimiento de malestar y temor los inquietaba.

—Salgamos de aquí cuanto antes. —clamó la ingeniera, quien ya no se sentía del todo a gusto.

—Sí. —contestó su compañero, y enseguida salieron del lugar en dirección al puente. 

Atravesaron con pasos largos el pasillo, que parecía interminable. Las luces de los techos comenzaron a parpadear sin razón alguna, y había ruidos extraños y desconcertantes que provenían detrás de las paredes. Los tres ingenieros detuvieron toda marcha, y allí, en medio de la soledad, quedaron enmudecidos y absortos. Sentían que estaban siendo observados, aunque aparentemente, no había nadie por las cercanías.

Una vez que los ruidos cesaron, reanudaron la marcha. Caminaban ahora con más cautela y se tomaban de las manos, con el corazón en la garganta y la frente sudando. El aire se tornó pesado y opresivo, y no faltó mucho para que huyeran corriendo como cabras asustadas de aquel sitio, pues mucho era el miedo que sentían. Y aunque les pueda parecerles tonto, lo cierto es que, si ustedes estuvieran en semejante situación, dentro de una nave aparentemente abandonada, estarían agazapados y ocultos en una esquina, buscando la manera de salir corriendo tan rápido como fuese posible. Pero a pesar de lo mucho que nuestros ingenieros trataban de mantener la cordura, pronto, todo juicio quedaría en duda, pues lo peor estaba por ocurrir.

De un momento para otro, la nave comenzó a moverse: sus vigas de acero, techos y pisos, se retorcían y serpeaban, como si tuviera vida propia. Los tres ingenieros luchaban para no caer, aferrándose a las paredes, mientras la inmensa nave se sacudía y sacudía, como el interior de una gran boca, oscura y profunda. Y después de varios segundos, dejó de temblar y sacudir. Nuestros tres compañeros estaban perplejos. Sus miradas se entrechocaban una vez más, y sus rostros reflejaban el miedo y la confusión que reinaban ahora en ellos.

—¡Debemos salir de aquí cuanto antes! —exclamó Nathaly, quien era la más angustiada de los tres.

—¡Eso lo sé! —resopló fastidioso Isaac, quien miraba y miraba las paredes oxidadas de aquella nave supuestamente vacía, buscando aquí y allá, pero no parecía haber "moros en la costa". De tal forma que continuaron caminando, esta vez más cautelosos que de costumbre. Y luego de haber recorrido un corto tramo, se oyó un sonido: el ruido de una música.

—¿Qué es eso que se oye a la distancia? —preguntó Misaki.

—Parece una… ¿Canción? —dijo consternada Nathaly.

Callaron por breves momentos, y luego de un par de minutos, avanzaron unos cuantos metros más adelante. La canción, ahora se oía cada vez más clara y más fuerte, y en cuanto salieron del pasillo donde se encontraban, de repente, la melodía se apagó.

—¡Larguémonos de aquí, no aguanto más este sitio! —expresó Nathaly, quien para esas alturas estaba demasiado mortificada.

—Mantén la calma y mantengámonos juntos hasta que lleguemos al puente de abordaje. —les dijo Isaac a sus compañeros.

Pero en ese preciso momento, ambos se percataron de que Misaki no estaba con ellos.

—¿¡Dónde está Misaki!? —dijo la mujer, mirando de izquierda a derecha, pero no había rastros de su compañero.

Isaac volteó, buscando y rebuscando con la mirada, pero solo veía escombros regados por todo el sitio, luces parpadeantes y polvo flotando como copos de nieve. De repente, se oyó otro ruido aún más chirriante y molesto, como si muchas cosas pesadas y metálicas chocasen con mucho estruendo y cayeran rodando por el suelo. Y de improvisto, se escuchó la canción otra vez.

—¡Allí está otra vez esa molesta canción! —berreó la ingeniera.

—¿¡Qué rayos está pasando aquí!? —dijo Isaac, cada vez más perplejo. Y enseguida intentó contactar con Misaki, pero solo escuchaba estática, y luego silencio— ¿¡Dónde se habrá metido!? —reclamó molesto.

—Quizá este abordo en la nave, esperándonos. —comentó la muchacha, intentando mantener la calma y la cordura.

De repente, un grito fuerte se oyó provenir desde lo profundo de la nave.

—¡Es Misaki! —dijo exaltado Isaac.

—¿¡Estás seguro de que es él!? —dijo la ingeniera confundida.

—¡Sí, sin duda alguna! —respondió su compañero.

—¡Entonces, vayamos a buscarlo! —y enseguida se echaron a correr.

A la izquierda del corredor principal, se asomaba un pasillo largo y estrecho, y mucho más oscuro que el anterior. Y luego de activar las linternas de los cascos nuevamente, se zambulleron en la oscuridad. El pasillo no parecía ser distinto al anterior. Luces blancas y rojas parpadeaban, y el sonido de las botas al chocar con el suelo metálico, se escuchaba en todo el lugar. Al final, se toparon con unas escaleras que bajaban y bajaban, profundo y directo. Ambos ingenieros descendieron, y enseguida, otro corredor se mostraba frente de ellos. Cientos de tubos (grandes y pequeños), atravesaban las paredes y techos, todos en línea recta, hacia la profundidad de un pasillo que parecía no tener fin. Todo el corredor estaba iluminado por una tenue luz roja, y un silencio abrumador estremecía a los pasajeros. Más adelante, luego de un par de yardas, se oyó un sonido grave y profundo, seguido de un siseo y un gemido inquietante.

—Esto no me gusta. ¡Regresemos de una buena vez! —dijo exaltada Nathaly, a quien apenas y las piernas le daban para continuar. Se aferraba al brazo de su compañero, mientras atravesaban a pasos lentos aquel pasillo tosco, delgado y siniestro. Una luz bermeja se asomaba en el fondo, y en cuanto penetraron en la luminosidad, y una vez que el brillo fue desapareciendo lentamente, se percataron que estaban en una sala pequeña, pero no vacía. En el medio de esta, se hallaba una gran roca roja, de líneas negras y dibujos extraños y retorcidos. La gran piedra se levantaba hasta casi tocar el techo, y aunque parecía increíble, emitía una luz pulsante de color rosado que iluminaba la habitación.

—¿¡Qué rayos es esto!? —vociferó Isaac al ver aquel monolito extraño.

De su superficie áspera, brotaba un líquido espeso, negro y pegajoso, parecida a la saliva.

—¿¡Qué es ese olor!? —preguntó de repente Nathaly— ¡Huele horrible aquí adentro! —El monolito parpadeó y otro destello de luz inundó el sitio— ¡Por amor a Dios, salgamos de aquí! ¡Este sitio es desagradable! —replicó la muchacha, que para nada se sentía bien. Un terrible malestar le acongojaba, y poco le faltó para que se vomitase dentro de su traje. Isaac se adelantó y acercándose al pedrusco, lentamente posó su mano en la superficie del monolito. Nathaly solo observaba desde atrás.

—¡Está vivo! —dijo en voz baja.

—¿¡De qué estás hablando!? ¿¡Cómo que está vivo!? —dijo la muchacha turbada.

Isaac volvió hacia ella, y con voz ronca espetó: —¡Tiene vida, y viene para acá!

Hubo entonces un susurró en el aire; un soplido metálico y vacilante. 

En ese momento, Isaac se hinchó. Creció y creció, como un globo de agua a punto de reventar, —¡Isaac! —gritó su compañera desesperada, pero ya era demasiado tarde. La piel de su compañero se desprendió de la carne, cayendo como trozos de manteca derretida al suelo. De improvisto, cientos de gusanos, gordos y negros, emergieron de las paredes, que ahora parecían heridas infectadas llenas de un líquido viscoso y maloliente. Una voz habló, y su lengua era horrible e impronunciable. En ese momento, Nathaly gritó. Gritó tan fuerte que toda la nave oyó aquel alarido. Y sin pensarlo, corrió. 

Corrió y corrió, y de una exhalación atravesó el pasillo, subió por las escaleras trastabillando y siguió corriendo. Corría por su vida, pero sentía que las botas le pesaban y el traje también. Hubo un sonido horrendo en lo profundo, como si una gigantesca criatura estuviera retorciéndose en el interior de aquella nave; pero ella continuó corriendo. Presentía que algo siniestro le pisaba los talones y que, si llegase a detenerse, tan solo un segundo, aquello que le venía persiguiendo, la arrastraría de vuelta a lo profundo de aquella sala maloliente. Pero como pudo consiguió huir, a pesar del peso de su traje y de los escombros que estaban esparcidos por el piso, y que más de una ocasión, tuvo que saltar y patear. Pero contra todo pronóstico, logró cruzar el corredor principal hasta llegar al puente de abordaje. Desesperada, intentaba abrir la compuerta; y una vez más, aquella canción sonó en toda la nave. Las lágrimas se escurrían de sus ojos, y un miedo estremecía cada parte de su cuerpo. 

Cuando por fin la escotilla se abrió, de un salto, Nathaly ingresó de vuelta al puente de abordaje. Tras de ella, la compuerta se cerró. Entonces la nave se agitó con fuerza, y hubo un ruido y un estruendo ensordecedor. Nathaly se arrastró casi a gatas, hasta asomarse por la ventanilla, y observó como aquella nave se hundía en el oscuro espacio, perdiéndose para siempre en las tinieblas sempiternas. De modo que se dejó caer en el piso, se quitó el casco y comenzó a llorar. 

Y no pasó mucho tiempo cuando, de repente, la alarma se activó. Nathaly se despabiló, se restregó los ojos secándose las lágrimas, se levantó y se encaminó al puesto de control. Allí, una luz roja parpadeaba y parpadeaba. Miró con desconfianza, y una sensación extraña recorrió todo su cuerpo. Cuando al fin decidió apretar el botón, una voz emergió de los parlantes y, —¡Ten cuidado! —dijo. Nathaly no sabía qué hacer ni que pensar, pues era evidente que sus colegas habían quedado atrapados dentro de aquella desagradable nave, y ahora la voz de Misaki surgía de los parlantes como una señal de precaución. Entonces, en ese instante, entendió que aquello que la perseguía mientras huía despavorida, le alcanzó, y ahora estaba junto a ella, adentro de la nave, acompañándola en medio de la soledad.

G.M. Urdaneta

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