—Papi, ¿cómo sigues?— preguntó Helena, sentada a una esquina de la cama de sus padres.
—Ya estoy mejor, hija, fue la presión—respondió el señor, con voz débil.
—¿Estás tomando tus pastillas?—inquirió, observandolo atentamente.
—Sí, las tomo, solo que estoy un poco nervioso. Ando estresado, creo que por eso me desmayé—explicó su papá, pasando una mano por su rostro cansado.
—Creo que será mejor que me quede el resto del día contigo—insistió acercándose a él.
—No hija, ya me siento mejor.
—Tranquila, Helena, estoy aquí. No hay nadie mejor para cuidarlo que su esposa.
—intervino su mamá en la conversación acariciando su espalda con delicadeza.
—De todas formas lo decía, porque se supone que ustedes en dos días deberían salir de aquí y pue…
—Hija mía, ya sabes nuestras respuestas y no volveremos a repetirla.
—Ay dios, ni acá, ni allá estoy tranquila—murmuró Helena, y su madre apenas logró escucharla.
—Helena, ¿cómo te va con el futbolista, va todo bien?
—Jensen... sí, ahí la llevamos.
—Que muchacho, nunca pensé vivirías con él. Sé que nunca fue tu tipo.
—Ni me lo digas mami.
—¿Quién dice? Él era el amor platónico de tu hija—dijo su padre, sorprendiendo a Helena y a su madre por su comentario.
—No es cierto, fue Aidan —respondió la señora corrigiendo a su esposo.
—Basta los dos, ya dejen de hablar sobre eso. Y tú papá, ¿por qué sigues diciendo esas cosas? ¿De dónde sacas todas esas locuras?—intervino visiblemente molesta.
—Tu hermano, me lo dice todo, Helena.
—¿Matt?
—Sé que tu hermano nunca estuvo de acuerdo con él, pero a mí siempre me agradó ese muchacho. Se ve que solo buscaba ser feliz, y lo logró. Tú y él si en algo se parecen es en eso.
—Papá, no digas eso.
—Es verdad, Helena. Presiento que ustedes serán muy felices juntos.
—Mamá, ¿ahora papá se volvió vidente o qué le pasá?
—Fíjate que a veces no estoy de acuerdo con lo que dice tu padre, pero quién sabe, Helena, las cosas pasan por algo.
—Ahora, ya estás de su lado, de veras con ustedes. Mejor iré a ver qué hago de comer—decidió ella, optando por alejarse de la situación.
—Por favor, hija, deléitanos con lo que has aprendido en tus clases de cocina—dijo su mamá con una sonrisa, antes de verla salir de la habitación.
…
Mientras Helena terminaba de hacer la comida, su teléfono comenzó a sonar con insistencia.
—¡Helena, tu celular está sonando!—anunció su madre desde la sala.
—Voy... —respondió, dirigiéndose hacia su llamado, buscando el teléfono de su bolso. Sus dedos rozaron el teléfono con torpeza mientras lo sacaba, como si dudará en responder la llamada.
—¿Qué sucede? —preguntó al contestar.
—¿Estás en tu casa, verdad?
—Sí, llegaré mañana. Ah, también hay algo de lo que debemos hablar.
—Pues, dímelo. Bueno, te marqué para decirte que también estaré afuera. Más tarde iré a la casa de unos cuates y puede que también llegue mañana.
—Ok, está bien, nos vemos mañana.
—espera, ¿de qué querías hablar?
—Hasta mañana —contestó Helena, evitando la pregunta y luego colgó el teléfono.
—¿Quién era? ¿Tu pareja? o como le digo, ¿tu esposo?—La señora empezó a reírse.
—Mamá no juegues con eso. Que realmente no estamos casados, solo viviremos juntos—explicaba mientras regresaba a la cocina, para seguir con la comida.
—A eso se le llama estar casados, hija.
—No, no es así.
—Y ¿qué hay con ese garabato que tienes en el dedo? Yo veo una alianza ahí.
—¿Esto?— Helena alzó su mano mojada, dejando que el agua escurriera por sus dedos como lágrimas silenciosas—Es una tontería.
—Tu padre me dijo que al pasar el nuevo estadio de fútbol, tu alianza comenzó a brillar. ¿Fue por ese muchacho, verdad?
—Mamá, quiero que sepas algo—comenzó diciendo, dejando escapar un suspiro de pesadez. Cerró el grifo del lavabo y después prosiguió sentándose en una silla cercana.—No sé cómo decirlo, pero desde que apareció esto en mi dedo, siento que mi vida se ha desmoronado por completo.
Stanly y yo nos hemos distanciado de repente, y cada vez que imagino no volver a verlo, siento que mi corazón se congela.
Y tú y papá me preocupan, eso que no respondieron la carta, me frustra bastante, aunque no lo creas. Además, tienes razón, puede que incluso ya esté casada con alguien a quien no amo, y pensar en ello me produce escalofríos. Pensaba que podría ser fuerte, que podría superar todo esto, pero la verdad es que me está aplastando, mamá. Estoy completamente perdida, y ya no sé qué más hacer.—Las lágrimas se agolparon en sus ojos, amenazando con derramarse, pero luchó contra ellas, decidida a mantener una apariencia de compostura. Sin embargo, bajo la superficie, se desataba un torrente de emociones, otras más que debía contener, asumió ella.
—Helena, hija, no te preocupes por nosotros, estaremos bien mi amor. Tú y ese futbolista, también lo estarán. Ya lo verás, algo deben tener ustedes dos que el destino los juntó. Solo deben tener paciencia el uno con el otro, hay que darse tiempo. Y tú, muéstrale lo buena esposa que serás para él. Recuerda lo que dijo tu abuela: nunca traiciones a la persona a la que Dios te unió en este mundo. Ese es el peor pecado que puedes cometer en tu matrimonio.
—Mamá, no me estás escuchando ¿verdad?—dijo Helena negando con la cabeza, mientras se desprendía el delantal y salía apresurada de la cocina.
—¿A dónde vas? Todavía está hirviendo tu sopa—exclamó su madre preocupada, quien la seguía de cerca.
—Te la encargo, yo voy a salir por aire.
—¡Helena, espera!—gritó al ver que su hija ya se había montado en la bicicleta…
'¿Jensen es mi destino? No, eso no puede ser verdad. Stanly sí que lo es, él es mi verdadero destino. A él le pertenece mi corazón, mi alma, mi propia existencia y no puedo fallarle.'
Con eso en mente, Helena pisó los pedales con renovado vigor, luchando contra el implacable viento. Las nubes del cielo, se cerraban en el horizonte sin piedad, proyectando largas sombras que bailaban sobre la carretera desierta. Lágrimas corrían por su rostro, mezclándose con el sudor que le resbalaba por la frente, pero se negaba a secarlas. Sus piernas comenzaban a doler por el esfuerzo, pero no podía frenar. Tenía que seguir adelante, seguir pedaleando, hasta llegar a Stanly.
Él era su ancla, su salvación, su razón de ser. Sin él, estaba a la deriva en un mar de incertidumbre, perdida y sola. No podía defraudarlo. No lo defraudaría.