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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · Kỳ huyễn
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261 Chs

Resilencia

Frente a todos, con la mínima iluminación del interior tocando su rostro, se encontraba una criatura, delgada, casi en los huesos, de cuencas negras y una mueca parecida a una larga y siniestra sonrisa. Vestida con una túnica abierta de cuero desgastado, camisa de una tela desconocida y un pantalón de cuero, que lo asemejaba a un aventurero caído en la desgracia.

—¡Por los dioses! —dijo alguien entre la multitud, tartamudeando con terror.

La criatura volteó a mirar a los soldados de túnica negra, de forma parsimoniosa, sin ninguna intención por dejar de sonreír.

Primius tembló al ver la desolada mirada de la cosa humanoide, forzando a su mano a ir por el cuchillo puesto en su cinturón, desenfundó con lentitud, sin hacer el mínimo ruido posible.

—No hagas ningún movimiento —aconsejó Gustavo, con un tono débil.

—Alto Señor —dijo la criatura en deferencia, en un idioma ya perdido. Gustavo asintió, un acto que nadie vislumbró—. Je, je, je, ja, ja, ja.

Cada uno de los presentes tragó saliva al escucharlo hablar, sin entenderlo realmente, y muchos parecían preferirlo, pues, aunque sutil y bajo, les había helado la sangre aquel tono fúnebre.

Llevó su mirada a uno de los muchachos al final del tugurio, vislumbrando incluso con la oscuridad el acto de desfundar. Su risa se volvió más fría y tétrica, mientras dirigía sus pasos al bizarro individuo con la espada en alto, hoja que temblaba y resplandecía de azul.

—Debemos irnos —dijo al verla retirarse del camino—. Primius, vámonos.

—¿Y ellos? —preguntó, temblando de miedo sin saber en realidad la razón.

—No morirán.

—¿Cómo lo sabes?

—Te lo explicaré cuando nos hayamos ido.

—No puedo escapar...

El enfrentamiento culminó antes de comenzar, con un resultado que para todos resultó obvio, más, sin embargo no era el deseado.

«¡No los mates!», ordenó con autoridad vía mental al verlo abrir su mandíbula con la intención de darle una mordida a la cabeza del muchacho.

—No matar, entendido. Je, je, ja, ja —Se repitió, ligeramente desanimado.

Primius no separó la mano de la empuñadura del cuchillo, sintiendo que si lo hacía, su valentía para mantenerse en pie se esfumaría.

—¡Criatura del abismo, vuelve con tu creador! —gritó alguien entre la multitud, tan aterrado que su voz se quebró a media frase.

El objeto que había acompañado al grito golpeó la cabeza del sonriente, provocando que su mueca se extendiera aún más. Recogió el hueso de lobo, tallado con el símbolo del dios Sol, solo para arrojarlo a un lado con desinterés.

—Esa magia ya no tiene poder en nosotros, je, je, ja, ja...

Silencio, únicamente silencio.

Gustavo sintió una mala premonición al ver a la hija del encargado temblar detrás del mostrador, mientras repetía con locura una sola frase: no es posible.

—¿Terminaste? —preguntó un hombre de rasgos no definidos, cubierto por las sombras del fondo del tugurio.

—Aún no. —Apretó los labios, sin quitar apartar la mirada de su creación—. Joder. —Ahogó el gritó por el dolor de sus dedos, que se inmovilizaron por el descontrol energético.

Gustavo exhaló con pesadez.

—Me equivoqué —Retomó su postura, con el dolor presente en su pecho y cabeza—, realmente me he equivocado.

«Lárgate», ordenó.

—Espere —dijo Primius al verle acercarse a la criatura, temeroso al saber lo débil que se encontraba

—¿Alto Señor? Je, je, ja, ja. —Le miró, confundido, pero con esa siniestra sonrisa.

—¡Rodeen a la criatura! —ordenó el capitán de la cuadrilla al despertar del miedo, mientras apuntaba con el pergamino que hace unos segundos había estado guardado en su bolsa de almacenamiento. El cuero se prendió en llamas azules, flotando en el aire antes de desaparecer.

Una llama blanca, intensa y rápida impactó en el cuerpo del sonriente, mandándolo a golpear y destruir la pared cercana, las llamas no perecieron en el torrencial que se vivía fuera de las paredes, se mantuvieron, quemando cada palmo de piel y vestimenta de la criatura.

—¡JE, JE, JE, JE, JE, JA, JA, JA, JA, JA!

La oscuridad lo envolvió, apaciguando las llamas y curándole de las severas heridas. Sus cuencas negras como la noche parecieron recibir un estallido de vida, y aunque seguía sin verse nada más que el profundo negro, los desafortunados que lo miraron sintieron el más cruel destino.

—¡AAAHHHH! —gritó uno de los soldados de túnica negra, sosteniéndose la cabeza con fuerza por el intenso dolor.

—¡No, no, no! —gritó otro, arrodillado y con la mirada perdida en el terror— ¡Por favor, no!

«Alto», ordenó Gustavo.

El sonriente paso de largo, ignorando a su Alto Señor y su encomienda.

«Te ordené que te detuvieras».

Le tomó del hombro, pero el ataque de tos y cansancio le impidió mantener la digna postura.

—¿Alto Señor? Je, je, ja, ja —Despertó de la furia ciega que lo había controlado, pero tan pronto como lo hizo notó el mal estado en el que se encontraba su buen soberano, provocándole regresar a la locura y el desenfreno— ¿Quién osa lastimar al Alto Señor? —gritó, encolerizado.

El soldado cercano se derrumbó en el suelo al no soportar la siniestra mirada, en realidad, la gran mayoría de los presentes ya había sucumbido ante la tentación de la locura que el sonriente le ofrecía a sus mentes, siendo Gustavo, Primius, la muchacha de cabellos oscuros, y una pareja en el fondo la excepción, librándose de aquello tan espantoso que los rostros de los arrodillados experimentaban.

—¿Terminaste?

—Lo hice —asintió, con una pequeña sonrisa dibujada en su rostro que no se logró apreciar por la oscuridad.

—Dámelo —apremió, inspirando profundo, con los ojos clavados en el ente humanoide en el otro extremo del recinto.

El individuo asintió, pasándole un pedazo de cuero, con un brillo tenue color azulado. Sus manos temblaban, no a causa del miedo, sino a la fatiga por la tarea casi imposible que había conseguido realizar.

—Es un sello camuflado, no lo detectará hasta que sea demasiado tarde —calló por un segundo—, al menos eso espero. Lo siento, Tubin. —Le miró directo a los ojos.

—¿Tocar y correr?

Afirmó con lentitud, sin atreverse a responder con palabras. Tubin sujetó con fuerza el pedazo de cuero, caminando con discreción y lentitud, haciendo el menor ruido posible en cada paso, y ocultándose en las sombras que el lugar facilitaba.

Gustavo observó al joven que se acercaba, quién también le miró. Tubin le instó a retirarse unos pasos, pero su confusión y fuerte tos le impidió hacer caso.

—Aléjate —susurró, tensó de que el joven pudiera resultar herido, pero preocupado aún más de no lograr su cometido. Se detuvo al escuchar el poderoso bramido de la criatura, que era acompañado de una inmensa intención de muerte—. Por el sagrado dios Sol —abrió los ojos al recibir de frente la aterradora mirada del sonriente, recuperándose en breve y tomando una postura ofensiva.

El sonriente se abalanzó en contra del joven con retazo de cuero, desatando poderosos puñetazos, que con astucia fueron bloqueados. Una mesa se quebró al no poder soportar el peso de la criatura, dejándole un regalito en la espalda en forma de astilla.

—Beba una poción, señor. Usted podrá vencerlo.

—No servirá de nada —tragó saliva y recompuso su irregular respiración—, no es algo físico lo que me acongoja, sino algo interno... cuando sea el momento te lo explicaré —dijo al ver cómo el sonriente intentaba devorar al mal parado combatiente.

—¡Ahora! —grito el individuo del fondo, sumamente ansioso.

Tubin escuchó a su compañero con claridad, no obstante, la fuerza del sonriente era mayor de lo esperado, apenas logrando contenerlo con ambas manos.

—Dijo que nadie moriría.

—Y nadie ha muerto —Primius guardó silencio, la fugaz intención asesina que su señor había liberado lo paralizó por completo, sintiendo una presión cien veces mayor a la experimentada por el sonriente, o cualquier bestia que en su vida había enfrentado—. ¿Y tú? De que sirve que no escapes si seguirás de pie, aquí, sin hacer nada... Te advertí que mi sendero estaría contaminado por la muerte, pero si ni siquiera puedes enfrentártele ¿Para qué me sigues? Encuentra el valor o lárgate, Primius.

—Señor... —No podía concebir que tales palabras hubieran salido de la boca de su estimado salvador, era cierto que apenas lo conocía, pero su personalidad distaba demasiado de la dureza y frialdad que ahora expresaba, era un opuesto al solemne joven que era acompañado por dos hermosas damas, y sin querer, encontró la respuesta en la risa de la criatura humanoide—. ¿Qué tanto lo ha destruido?

—No lo suficiente para vencerme. —Tomó una postura ofensiva con el sable de hoja oscura que segundos antes había extraído de su bolsa de cuero—. Mientras tenga aire en mis pulmones y pueda respirar, mientras mi corazón lata, y el recuerdo de mi querida Monserrat este presente en mi mente, no me dejaré vencer. Soy Gustavo Montes, y tú, maldita criatura, parece que has olvidado a quien sirves —vociferó en español, un idioma que desde hace mucho parecía haber abandonado su boca.

Se abalanzó con rapidez, soportando el dolor de su mal estado.

Tubin había esquivado a la criatura, logrando incorporarse de pie nuevamente, pero perdiendo el trozo de cuero, que se encontraba a tres pasos de distancia, justo al lado de la criatura.

Gustavo cortó de tajo la pierna derecha del sonriente, haciéndole tambalearse, siendo la caída inevitable. Tragó la tos, llevando la hoja a cortarle uno de sus brazos.

—¿Alto Señor? —Expresó duda a su manera, pues ni su rostro, ni su tono lo avalaron, sin embargo, Gustavo era consciente de sus sentimientos, así como de sus pensamientos, por lo que solo negó con la cabeza.

«Aprende en el abismo a obedecer una orden. Ahora vuelve»

Bajó el sable sin calma, sin embargo, antes de que la punta tocara su pecho, logró regresar a su invocación al hoyo de dónde lo había sacado, una escena que fue interpretada por los observadores como la muerte del sonriente al verle desaparecer convertido en cenizas. Cayó sobre su rodilla, achacado por la tos, con dificultad para hacer suya hasta la más pequeña partícula de oxígeno.