Roxana tragó el gran nudo en su garganta antes de quitarse las botas. Entró en el río con el corazón latiendo ferozmente en su pecho. Alejandro se sentó en la roca de nuevo y la observó acercarse más a él.
—Acércate más —recordó sus palabras de anoche, que no ayudaron en este momento de pánico.
—¿Qué te pasa, Rox? Pareces un conejo asustado.
—Él usó sus propias palabras. —¿De qué hay que asustarse, Su Majestad?
—Nada —dijo él como para asegurarle y al mismo tiempo no—. Veamos si tienes la fuerza suficiente para aliviar la tensión en mis hombros.
Por un momento, ella exhaló aliviada de que no fuera al revés, pero luego se puso nerviosa al ver sus anchos hombros. ¿Él quería que ella lo tocara? ¿Tocar su piel desnuda?
Es solo piel, Roxana.
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