Mientras Xu Feng permanecía sentado en la cueva, parecía casi como una estatua esculpida en jade, una figura en serena quietud. Su cabello plateado, antes cuidadosamente arreglado, ahora caía ligeramente despeinado pero enmarcaba sus etéreos rasgos como un halo.
Si uno no observaba con atención, podría confundirlo con una escultura inmóvil en lugar de un ser viviente. Sus ropas, aunque gastadas, aún conservaban un aire de gracia y elegancia, añadiendo al aura sobrenatural que lo rodeaba.
Pero la verdadera maravilla yacía bajo la superficie, lo que el ojo desnudo no podía percibir.
Con meticuloso cuidado, regulaba su respiración, inhalando y exhalando en un patrón lento y rítmico. Sus habilidades parecían sincronizarse con este ritmo, como si reflejaran el ascenso y descenso de su pecho.
Luego, con determinación cautelosa, intentó algo que solo había leído en innumerables novelas de cultivo: una práctica que involucraba canalizar o circular energía.
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