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Una Fiebre

Regresé corriendo a mi habitación, con el corazón latiendo desbocado.

¿En qué había estado pensando cuando hice todo eso ahí? ¿Qué había pasado con mi naturaleza razonable y serena? De haber estado en mis cinco sentidos, nunca hubiera hecho algo como eso... O por lo menos, de no haber estado enojada. Porque a pesar de todo, sentía que había hecho algo prohibido, algo que enfurecía a mi padre... Y por eso estaba con una sonrisa.

Al llegar a la mansión, las luces ya estaban apagadas en su mayoría.

Aunque ya usábamos más la luz eléctrica, todavía era difícil dejar ir las viejas costumbres y los pasillos aún estaban encendidos con las gentiles velas que no lastimaban mucho los ojos pero aún permitían ver el camino.

A hurtadillas, entré por la misma puerta trasera de antes. Por el nervio de ser descubierta, esforcé mi oído para encontrar alguna señal de que alguien estaba ahí o por lo menos cerca, pero fue un poco difícil. Escuchaba nada y todo a la vez.

No había voces ni pasos. Pero escuchaba el sonido de los grillos, de las hojas afuera que se mecían con el viento y de los susurros que provocaba este antes de golpear las ventanas.

Aún tenía los sentidos activos al 1000%.

Un repentino mareo me invadió sin ningún aviso.

Antes de entrar por la puerta de las cocinas a la casa, me tuve que agachar para no caer irremediablemente al suelo. Mi cabeza empezó a palpitar y la sensación caliente de mi cuerpo empezó a empeorar.

¿Qué me está pasando?

Todo mi cuerpo se sentía en llamas. Nunca antes había sentido algo similar y no sabía que pensar de ello.

Resistí lo mejor que pude a las sensaciones, pero en cuanto más lo hacía, mi dolor de cabeza empeoraba.

Quería pedir ayuda... Pero el mero recuerdo de la tarde y como a todos les había importado un carajo mis sentimientos me hizo contener mi súplica.

Seguramente iban a pensar que estaba fingiendo estar enferma, todo para seguir haciendo drama sobre lo de Sergei.

Me mordí el labio inferior con fuerza, aunque ni siquiera noté el dolor al inicio. No era algo que hacía de manera consciente, pero cada vez que algo me hacía sentir mal ya fuera física o mental, solía lastimarme a mi misma para concentrarme más en el dolor que en el problema principal.

Eventualmente me corté el labio y el ardor me hizo reaccionar por un momento. El mareo se detuvo un poco y aunque las sensaciones extrañas de mi cuerpo no, podía ignorarlas concentrándome en el dolor de esa minúscula herida.

De alguna manera logré avanzar hasta las escaleras. Subiendo lentamente para no caer por mi debilidad, mi mano sujetó con fuerza mi falda por el frente.

Quería arrancarla. Algo se sentía mal en mi estómago. Me estaba sofocando la ropa.

Me esforcé en seguir adelante y de alguna manera llegué a mi habitación, pero justo antes de poder entrar, mi hermano Ray salió de su habitación, derramando más luz por el pasillo poco iluminado.

—¿Diane? ¿Dónde estabas? Cenamos sin ti. Sabíamos que estabas enojada y no te buscamos, pero ya es muy tarde y me precu... —No volteé a verlo, apretando la manija de mi habitación con fuerza.

—Qué te importa. —Le respondí con enojo, abriendo la puerta de mi habitación por fin para encerrarme.

Una vez adentro, ni siquiera llegué a la cama cuando caí a mitad de camino, con las piernas hechas gelatina.

El sentir la seguridad de mi habitación me había debilitado, y ahora estaba respirando de forma pesada y errática.

El calor ya era insoportable y no podía contenerlo. Me sentía febril y mareada, y en algún punto empecé a perder la cordura. No sabía dónde estaba ni qué estaba haciendo. Lo único que me importaba era aliviar esa calentura que me hacía tener alucinaciones sobre un cuerpo perfectamente esculpido sobre mí. Sobre manos que recorrían mi cuerpo, me sometían y encendían cada nervio de mi cuerpo en llamas.

La sensación entre mis piernas de humedad se sintió de nuevo y peor, y la incomodidad de ello me hizo reaccionar solo un momento.

No sé cómo ni en qué momento, pero ya estaba casi desnuda. Mi cuerpo solo había reaccionado instintivamente al calor y quitarme toda la ropa había sido su solución. Todo estaba arrugado en mis caderas, y viendolo como buena idea, seguí empujando todo hacia abajo.

Ya solo había quedado en ropa interior y la situación entre mis muslos me llamó la atención. No olía feo, así que no podía ser pipí. Pero olía diferente y no entendí qué es lo que mi cuerpo estaba produciendo.

Sin pensar muy bien e invadida por la curiosidad y sin percatarme del instinto por debajo de todo, llevé una mano a la intersección.

Estaba muy sensible y el primer roce por encima de la ropa me hizo retraer la mano de inmediato, como si hubiera tocado una olla caliente y la primer reacción es quitarse.

Pero el calor de la olla en esta metáfora no era dolorosa, sino extraña. Diferente.

La curiosidad de esa nueva sensación me hizo volver a intentarlo, tocando con mis dedos por encima de la delgada ropa una vez más.

Había algo por debajo que sobresalía lo mínimo suficiente, y era aquello lo que me provocaba la sensibilidad. Pero en esta ocasión, en vez de quitarme, empecé a tocarme.

Las sensaciones empezaron a aumentar y noté que no eran malas... Sino algo completamente opuesto.

¿Qué estaba sucediendo? ¿Qué le ocurría a mi cuerpo? Pero en la situación en la que me sentía, me importaba un comino. Tocar esa zona alivió temporalmente mi calor y eso era lo único que buscaba en el momento.

Seguí sin entender del todo lo que hacía, pero algo seguía plagando mi cabeza.

El taur. Sus manos sobre mi, su aroma a café que me embriagaba.

La velocidad de mi mano aumentó y con ello la sensación que no conocía. Un gemido salió de mis labios de forma inconsciente, recordándome mucho más al momento con el esclavo. Pero ahora mismo no me importaba.

La extraña sensación ahora estaba teniendo el efecto contrario del inicio. En vez de bajar el calor de mi cuerpo, lo aumentó.

Cai de espaldas al suelo, arqueando la espalda, moviendo las caderas sin darme cuenta a la par del movimiento de mi mano.

El calor me hizo olvidar todo a mi alrededor, solo hundiendome en el placer. En los recuerdos del cuerpo masculino del taur.

Una extraña sensación en mi abdomen me hizo tener miedo por un momento y detuve todo.

¿Qué fue eso? Parecía que iba a explotar en cualquier momento. ¿Era malo? Parecía malo. ¿Por qué sentía que si seguía adelante algo iba a suceder? Algo que no podría dar vuelta atrás.

Sigue.

No supe si ese pensamiento fue mío o algo completamente diferente, pero mi cuerpo también gritaba el continuar. Solo eran los últimos rastros del pensamiento humano lo que me detenía. Así que me dejé llevar por el instinto y la curiosidad.

Volví a tocarme, pero la sensación había desaparecido.

Continué buscándola, confundida pero segura. De todas maneras se sentía bien hacerlo. Fuera lo que fuera que hacía.

Poco a poco el calor fue subiendo de nuevo hasta volver a acumularse en mi abdomen, y aunque me dió miedo una vez más, no me detuve. No sé qué era, pero quería descubrirlo.

Seguí moviendo los dedos y ahora más rápido, moviendo además las caderas, buscando más fricción. Estaba a punto de caer por ese abismo y no sabía qué habría abajo.

Cuando llegué al punto más alto en el que ya no pude subir más, me dejé caer.

Una explosión de placer nubló todos mis pensamientos. La sensación me hizo perderme, encendiendo todos mis sentidos más allá de lo que entendía o comprendía. Era una sensación que me ahogaba, pero me dejaba llevar sin problema.

Pero todo terminó antes de lo que me gustaría y al acabar ese subidón de energía, todo mi cuerpo se agotó.

Mis piernas, brazos, torso... Todo cayó inmóvil. Me sentía ridículamente cansada. Como si hubiera corrido un maratón.

Mis ojos se nublaron del cansancio y lentamente caí al sueño, sin importarme mucho dónde estaba.

...

Como si hubieran pasado solo dos segundos, me despertaron un par de golpes a la puerta, haciéndome dar un saltito.

—¿Milady? ¿Está despierta?

Me había quedado dormida en el suelo. Al percatarme de ello lentamente me senté, con todos mis músculos agarrotados por la posición y la dureza de mi inesperado lecho.

¿Qué había sucedido anoche? ¿Por qué estaba...?

Entonces los recuerdos de mis últimos momentos antes de dormir vinieron a mi mente y mi cara no fue la única en ponerse roja.

Bajé los ojos a mi cuerpo, semidesnudo y con un extraño olor viniendo de él.

—¿Milady? —Otro par de golpecitos a la puerta me hicieron saltar. ¿Era Martha? ¿Qué quería a estas horas de la noche...?

Pero algo no cuadró. Había demasiada luz.

Volví la vista a las ventanas y tuve que cerrar los ojos. Ya era de día. ¿No habían pasado solo unos segundos?

Un tercer intento sonó en la puerta y empecé a irritarme un poco.

—¿Mi...?

—Estoy despierta, voy a darme un baño, espera. —Le dije con voz un poco rasposa. Ahora que sentía mejor mi cuerpo, tenía bastante frío. Sentía la garganta un poco irritada y los músculos me dolían de arriba a abajo.

Con esfuerzo me levanté y agarré la toalla del baño, envolviéndola en mi cuerpo y así fue cuando le quité el seguro a la puerta.

Unos segundos después, yo cercana al baño, entró Martha.

Se detuvo al ver la cama aún tendida, y noté en su rostro la confusión que le provocó.

—Dormí en el sofá. —Le mentí, aunque ni siquiera me había molestado en acomodar nada para reforzarla. —Me quedé dormida leyendo. Disculpa. ¿Puedes al menos lavar mi vestido? Lamento haberlo dejado en el suelo.

No dijo mucho, solo aceptando mi pedido y se fue sin preguntar más cosas. Era afortunado que Martha no era tan curiosa ni habladora.

Al entrar al baño, lo primero que noté fue mi cabello enmarañado. Nunca antes lo había tenido tan revuelto y sucio como ahora. Fue una visión un poco incómoda y eso me hizo querer bañarme todavía más. Intenté acomodarlo y deshacer un par de nudos, pero al mover un poco mi cabello de encima, me percaté de algo.

En mis muñecas y mi cuello, debajo de la oreja, tenía unas grandes marcas rojas. Al fijarme en las del cuello más de cerca en el espejo alarmada por ello, me di cuenta que tenía una forma peculiar... La forma de cuatro dedos. Eso me hizo abrir los ojos bastante y un escalofrío recorrió mi piel, notándolo con facilidad en el espejo.

El taur me había dejado marcas en la piel de cuando me había ahorcado. Me fijé en el otro lado de mi cuello y vi otra más pequeña, acorde al agarre. Los toqué solo para sentir dolor, pero también algo más que me hizo cosquilleos entre las piernas. Otra vez esa sensación. Y sutilmente quise bajar la mano a volver a tocarme... Pero al bajar los ojos solo descubrí que no era el único lugar donde tenía marcas. En mi muslo había un par, un poco más leves que los de mi cuello, pero mi piel blanca los resaltaba mucho más.

Mis ojos viajaron a la mirada en el espejo y una preocupante sospecha me invadió.

Dejé caer la toalla para verme al espejo tal como había llegado al mundo. Y justo como pensé... Estaba llena de moretones. El forcejeo de ayer había dejado muchas marcas en mi cuerpo frágil. Y dolían.

¿Cómo demonios iba a tapar todas esas marcas?