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Capítulo 48: Los Ecos de la Supremacía

La Dinastía del Caos Ardiente había comenzado a expandir su oscuro poder. Las cicatrices dejadas en Krassius I no eran más que el preludio de algo mucho más grande. Rivon y Sera, después de la brutal masacre y la recolección de esclavos, se encontraban en lo profundo de las entrañas de su fortaleza en Luxaeron Primus, planificando su siguiente movimiento.

Dentro de los pasillos oscuros y grandiosos de la fortaleza, los ecos de sus pasos resonaban con la misma intensidad que el poder que emanaba de ambos. Los símbolos del caos y el deseo decoraban las paredes, mientras las sombras parecían moverse a voluntad de Rivon. Los prisioneros tomados de Krassius I estaban siendo clasificados, preparados para su transformación final.

Rivon se encontraba en la Cámara del Núcleo del Deseo, observando cómo las energías oscuras envolvían a los prisioneros seleccionados. La transformación de esos mortales en Guerreros del Caos y Deseo era un proceso doloroso, y Rivon disfrutaba de cada segundo de su sufrimiento. Las almas de los prisioneros gritaban, sus cuerpos retorciéndose bajo la presión del poder desatado por el Núcleo. Los fuertes sobrevivirían, y los débiles serían destruidos en el proceso, alimentando el mismo Núcleo que los consumía.

Sera observaba desde un trono cercano, su mirada fija en el proceso, mientras analizaba cuidadosamente a los que sobrevivían. Solo los más crueles y violentos serían dignos de portar las armas y armaduras de la Dinastía. Su ejército necesitaba más sangre, y aquellos que no demostraran el deseo de destrucción no tendrían cabida en sus filas.

— Estos son los futuros guerreros de nuestra dinastía —dijo Rivon, su voz profunda y retumbante—. Pronto, todo su ser será solo una extensión de nuestro poder.

La cámara estaba saturada con el grito de los prisioneros mientras sus cuerpos eran quebrantados y moldeados. Los que lograban sobrevivir salían de la cámara convertidos en algo nuevo: guerreros despiadados, forjados en el dolor y el deseo. Su lealtad era absoluta, sus almas esclavizadas por la voluntad de Rivon y Sera.

Los soldados salientes vestían armaduras adornadas con los símbolos de la Dinastía del Caos Ardiente, sus ojos brillaban con un fuego incontrolable, llenos de sed de sangre y caos. Sera, satisfecha con el resultado, ordenó que los nuevos Guerreros del Deseo fueran llevados a las cámaras de entrenamiento, donde se les enseñaría a canalizar ese poder en formas aún más destructivas.

— Esto es solo el principio, Rivon —dijo Sera, con una sonrisa oscura en los labios—. Pronto, estos guerreros llevarán nuestro caos a todos los rincones de la galaxia.

Rivon asintió en silencio, su mente ya concentrada en el próximo objetivo. Su poder crecía con cada paso, y el deseo de expansión lo consumía cada vez más. Sin embargo, aún quedaban muchos mundos por someter, muchas almas por corromper.

Los ecos de su supremacía resonaban en las profundidades de Luxaeron Primus.

Tras la brutal campaña en Krassius I, Rivon y Sera comenzaron a notar las repercusiones de sus acciones. Los esclavos recolectados, junto con los nuevos Guerreros del Deseo, aumentaron considerablemente la población de Luxaeron Primus, y aunque su poder seguía creciendo, sabían que el caos, sin control, podría desmoronarse desde dentro. El aumento de habitantes, tanto soldados como esclavos, requería recursos para sostener el dominio de la Dinastía del Caos Ardiente.

En la sala de guerra, los mapas holográficos de los sistemas cercanos parpadeaban, proyectando planetas que podrían ser objetivo de sus futuras campañas. Rivon, con su mirada fija en los astros, evaluaba las posibilidades mientras Sera se mantenía a su lado, serena pero estratégica. Ambos sabían que mantener su imperio no solo dependía del caos, sino también de una planificación meticulosa.

— Hemos ganado poder, pero este poder necesita ser sostenido —dijo Rivon, cruzando los brazos frente al pecho—. Un solo planeta ha multiplicado nuestras fuerzas y esclavos, pero el hambre y la necesidad de recursos son constantes.

Sera, con un movimiento calculado, señaló el mapa holográfico, destacando un planeta cercano, Aetheros II. Prosperaba bajo un clima fértil, conocido por su abundante producción de alimentos y sus vastas praderas. No era un planeta militar, ni representaba una amenaza inmediata, pero su control significaría una estabilidad crucial para alimentar el creciente imperio de Rivon.

— Aetheros II será nuestro próximo objetivo —dijo Sera, su voz fría pero decidida—. No debemos descuidar la producción de alimentos. Este planeta será clave para sostener nuestras fuerzas y expandir la Dinastía del Caos Ardiente.

Rivon asintió en silencio, reconociendo la importancia de asegurar la estabilidad antes de expandir su control a territorios más lejanos. Aetheros II no se resistiría como Krassius I, pues sus defensas eran insignificantes en comparación, pero su valor residía en su capacidad para sustentar la vida. Un objetivo simple, pero vital para asegurar el futuro de su imperio.

— Envía a nuestras flotas —ordenó Rivon—. No dejaremos nada al azar. Aetheros II será nuestro granero, y con él, nos aseguraremos de que nuestros ejércitos sigan creciendo sin detenerse.

La decisión estaba tomada. Las flotas fueron preparadas, con los Evangelistas del Caos Lascivo al frente para doblegar la voluntad de los habitantes del planeta agrícola. No habría resistencia; los campesinos de Aetheros II no eran guerreros. Serían sometidos sin derramar mucha sangre, pero su destino no sería menos cruel. Se convertirían en los sirvientes del imperio, esclavos eternos para garantizar que los Guerreros del Deseo y las legiones de la Dinastía del Caos Ardiente nunca padecieran hambre.

Los preparativos para el asalto a Aetheros II avanzaban rápidamente, mientras las naves de transporte se cargaban con los nuevos guerreros y las máquinas de guerra, listos para convertir ese planeta en una mera fuente de recursos. Rivon y Sera sabían que cada conquista fortalecía su imperio, pero era necesario mantener ese equilibrio entre el caos y la estabilidad. Sin un suministro constante de alimentos, incluso el más fuerte de los imperios podría caer.

La planificación estaba en marcha, y pronto, Aetheros II se uniría a los dominios de Rivon y Sera, convirtiéndose en la base que les permitiría sostener su creciente ejército. La Dinastía del Caos Ardiente se expandiría, y con cada planeta sometido, su poder sería cada vez más absoluto.

Rivon miró a Sera y, con una sonrisa calculada, pronunció las palabras que sellarían el destino del planeta agrícola:

— Aetheros II será nuestro, y con él, aseguraremos la estabilidad de nuestra dinastía. Que se preparen para servirnos.

Las flotas de la Dinastía del Caos Ardiente atravesaban el vacío del espacio con una presencia imponente, llevando consigo el caos y la promesa de dominación. Rivon y Sera se encontraban en la Devastatrix, la nave insignia que encabezaba el asalto. Aetheros II, con sus vastas praderas y su clima fértil, pronto estaría bajo el yugo de sus conquistadores.

La atmósfera en el puente de la nave estaba cargada de anticipación mientras las fuerzas se aproximaban al planeta agrícola. A diferencia de otros mundos conquistados, Aetheros II no poseía defensas significativas. Era una presa fácil, pero para Rivon y Sera, la facilidad de la victoria no restaba importancia a la crueldad que aplicarían. La sumisión total del planeta era imperativa para asegurar la estabilidad de su creciente imperio.

— ¿Estás listo? —preguntó Sera, observando las pantallas que mostraban el planeta a punto de ser conquistado.

Rivon no respondió de inmediato. En sus ojos brillaba una mezcla de hambre y control absoluto. Aunque la sangre no correría en esta ocasión como en batallas anteriores, el control sobre un mundo entero despertaba algo dentro de él, un poder que ansiaba expandir aún más. Cuando finalmente habló, su voz estaba llena de autoridad.

— Tomaremos lo que es nuestro, y ellos aprenderán a servirnos —dijo, sin emoción aparente—. Aetheros II será el granero de nuestra dinastía, y con él, aseguraremos nuestra supremacía.

La orden fue dada, y las naves de transporte comenzaron su descenso hacia la superficie. Las tropas de la Dinastía se desplegaron rápidamente, avanzando hacia las ciudades principales y los centros agrícolas con una eficiencia despiadada. Los Evangelistas del Caos Lascivo, líderes de la invasión, se encargaron de someter a la población civil con sus rituales de manipulación mental, corrompiendo a los líderes locales y obligándolos a rendirse sin resistencia significativa.

Mientras las fuerzas de Sera y Rivon se encargaban de controlar los asentamientos, los campesinos de Aetheros II eran reunidos en enormes campos de trabajo. El aire estaba impregnado de miedo, y la única resistencia que surgía era sofocada rápidamente. Nadie escapaba del destino que Rivon y Sera habían decidido para ellos: convertirse en esclavos del imperio.

En el centro de una de las ciudades principales, Rivon se acercó al grupo de campesinos más resistentes, aquellos que habían intentado rebelarse. Sin pronunciar una palabra, su mirada implacable los silenció. El poder del Núcleo del Deseo se sentía en el aire, y Rivon lo canalizó para someterlos por completo. Sabía que el control mental no sería suficiente; necesitaban sentir el peso físico de su poder.

— Doblegaos ante mí, —ordenó, su voz resonando con la fuerza de un dios, amplificada por el poder oscuro que emanaba de su ser.

Los campesinos cayeron de rodillas, sus mentes incapaces de resistir la influencia del Núcleo. La crueldad de Rivon no conocía límites. No era suficiente controlar sus cuerpos; necesitaba aplastar su voluntad, y mientras los veía arrodillados, saboreaba el poder absoluto que ejercía sobre ellos.

Sera, desde la Fortaleza del Caos, supervisaba la consolidación del control sobre el planeta. Su rostro, frío como siempre, apenas reflejaba emoción mientras sus órdenes se ejecutaban a la perfección. Las cosechas de Aetheros II serían redirigidas a Luxaeron Primus, garantizando un suministro constante de alimentos para las tropas, mientras los campesinos trabajaban incansablemente bajo el yugo de la dinastía.

— El planeta ya está bajo nuestro control —informó uno de los comandantes, su voz temblando ligeramente ante la imponente figura de Sera.

Ella asintió en señal de aprobación. Todo se estaba desarrollando según el plan, y ahora, con el control absoluto sobre los recursos de Aetheros II, la Dinastía del Caos Ardiente estaba más cerca de asegurar su dominio galáctico.

De regreso en la Devastatrix, Rivon observaba desde las alturas cómo el planeta se sometía por completo. Con una sonrisa oscura, miró a Sera, sabiendo que cada paso que daban los acercaba más a la conquista total de la galaxia.

— Este es solo el comienzo, —dijo Rivon, con una frialdad calculada—. Los esclavos trabajarán, y con el tiempo, construiremos un imperio tan vasto que ni siquiera las estrellas podrán resistirnos.

Sera asintió, pero su mirada estaba fija en el horizonte, donde otros sistemas esperaban ser conquistados.

— Aetheros II es solo una pieza en el tablero. Pronto, todos los planetas cercanos seguirán su destino.

La conquista había sido rápida y sin mucho derramamiento de sangre, pero el impacto sería duradero. Aetheros II ya no era un planeta libre. Su gente, sus recursos y su futuro pertenecían ahora a Rivon y Sera, y bajo el estandarte de la Dinastía del Caos Ardiente, serían explotados hasta el último grano de sus cosechas.

La expansión no se detendría. Con un suministro estable de alimentos asegurado, Rivon y Sera podían concentrarse en la siguiente fase de su dominio: la expansión militar y la subyugación de los sistemas vecinos. La Dinastía del Caos Ardiente había echado raíces, y nada podría detener su crecimiento.

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