El fresco aire de la noche mordía mi piel, agudo y frío, mientras yacía en el suelo húmedo, mi respiración superficial y trabajosa. Los restos del ritual aún se aferraban al claro como una densa niebla, pesada y espesa, presionando sobre mí por todos lados. Mi cuerpo se sentía drenado, como si hubiera luchado una batalla entera solo, contra algo que apenas comprendía. Pero había terminado, al menos por ahora. La maldición seguía ahí, aún burbujeando en el fondo, pero la había empujado hacia atrás, al menos lo suficiente para sentirme como yo mismo de nuevo.
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