El desierto se extendía ante nosotros como un océano interminable de arena, cada duna una ola rodante que subía y bajaba hasta donde alcanzaba la vista. El sol colgaba bajo en el cielo, proyectando largas sombras que danzaban sobre el suelo, haciendo que la arena brillara como oro. Pero a pesar de la belleza del paisaje, todo lo que podía sentir era un creciente sentido de temor.
Aimee caminaba a mi lado, sus pasos vacilantes mientras luchaba por mantener el ritmo. Podía ver el agotamiento grabado en su rostro, las ojeras bajo sus ojos un severo recordatorio de todo lo que había pasado. Ella intentaba ser fuerte, pero yo sabía cuánto le estaba costando este viaje, cuánto el poder dentro de ella la estaba desgarrando.
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