—Mi Señor... —Sobresaltado, miró a su izquierda donde encontró a Angélica de pie.
—¿Puedo sentarme? —Ella señaló la silla frente a él.
Él asintió y ella se sentó antes de mirarlo. Había intentado no escuchar la conversación que ella tuvo con su hermano antes, pero no lo logró. Ella le dijo que había sido amable con ella.
—¿Cuándo? —Quería preguntar—. ¿Cuándo exactamente había sido amable con ella?
—Gracias por todo hoy. La ropa, las joyas, los sirvientes y sobre todo por traer a mi hermano.
¿Era ese el tipo de amabilidad del que hablaba?
—Compré la ropa y las joyas para que te vieras presentable. Cuando te conviertas en mi esposa tendrás que pensar en cómo te vistes y en tu comportamiento. Tu reputación será mi reputación. En cuanto a los sirvientes, de todas formas los necesitábamos.
Ella asintió. —Sí, sí, claro. —Forzó una sonrisa.
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