—Muy astuto esconderse aquí —sonrió de forma burlona Simu mientras el otro hombre la arrastraba hacia él.
—Ahora trabajo para el Señor Rayven —dijo ella, esperando que eso los asustara y se alejaran.
—¿Sabe él acerca de tu deuda? —preguntó Simu—. ¿O le mentiste a un señor? Tal vez también ocultaste la marca. Conozco a las astutas como tú.
Él la agarró y la sacó del agarre del otro hombre. La atrajo hacia él y la miró con severidad. —Te advertí que no te metieras conmigo —dijo con los dientes apretados—. Ahora te haré...
—¿Qué estás haciendo? —De repente, escuchó la voz del Señor Rayven.
Todos se giraron para mirarlo. Él estaba parado en la entrada, esta vez bien vestido y con el cabello bien peinado. Parecía más civilizado y accesible que esta mañana, pero sus ojos seguían siendo fríos y vacíos.
—Mi Señor —todos hicieron una reverencia—. Espero no haberlo molestado. Solo estamos aquí para recoger nuestras pertenencias. Esta dama huyó de nosotros.
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