—¿Qué tal si invitamos a algunos ángeles de nuestro querido cielo para que presencien la boda del siglo en la ciudad de los muertos? —Conan enterró su rostro en la palma de su mano al escuchar otra ridícula sugerencia de Abel. Pensó que tendría algo de paz preparando una boda que no era la suya en la biblioteca interior del palacio. Fue presuntuoso de su parte pensar así cuando Abel estaba por todas partes.
—Mmm... ¿y qué tal una estatua de nosotros juntos y que la creen en el momento? Eso sería monumental. —Los labios de Abel se estiraron. Sus pies descansaban sobre la mesa entre ellos, con los brazos cruzados, los ojos brillando de entusiasmo.
—Su Majestad, ¿por qué me encargó esta tarea y cortó mis vacaciones si está tan invertido en esta boda? —preguntó Conan impotente, asomando la vista por encima de sus palmas solo para ver la sonrisa maliciosa pegada en Abel.
—Simplemente estoy tratando de ayudar, Conan.
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