—Tranquila. Relájate. Estoy contigo —dijo suavemente y apretó su abrazo alrededor de su cintura. Era la única oportunidad que tenía para tocarla.
Ella nunca lo permitiría de otra manera, pero esta era la oportunidad que le había dado el destino y quería aprovecharla.
Agarrando su camisa en sus puños, levantó la cara para mirar en sus ojos verdes. Esos orbes verdes ya la estaban mirando.
—El… el as… ascensor… —su voz tembló un poco.
—No te preocupes. Lo arreglarán hoy. No te pasará nada. No dejaré que te pase nada —Ella no se dio cuenta de lo que él dijo y de lo suave que fue su voz.
Mientras sus ojos estaban en su rostro, ella miraba a su alrededor, tal vez temiendo una caída libre. No quería morir tan pronto.
Sus bebés la necesitaban.
Rafael se contuvo de maldecir en voz baja cuando el ascensor se detuvo en su piso. Lamentaba que su piso no fuera lo suficientemente alto como para darle un poco más de tiempo para sostenerla.
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