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Crisis

De repente, en el horizonte, surgió la imponente figura del guerrero dragón, todavía con vida. Se desató una batalla feroz, donde los 5 furiosos se liberaron de sus cadenas. Incluso el maestro Shifu, con su sabiduría inigualable, se unió a la lucha, clamando desesperadamente que utilizaran los barcos como escudos para bloquear el inexorable avance del enemigo. 

Con cada maniobra desesperada, cada choque de acero y cada rugido estremecedor, el destino colgaba en un hilo oscuro y tempestuoso. En medio de la ferocidad de la contienda, los barcos se alzaron majestuosamente como gigantes de madera y hierro. La tensión era palpable, el rugido del mar y el eco de las armas resonaban en cada alma. Con cada bloqueo desesperado, los guerreros desafiaron a la misma muerte, invocando una valentía sobrehumana para finalmente alcanzar la victoria.

En medio del caos desenfrenado, Shen, consumido por la desesperación, se retorcía en furia ante los acontecimientos inimaginables que lo arrastraban al abismo del fracaso. La indignación ardía en su mirada, avivada por la ira de encontrarse en una situación tan ridícula, donde la derrota parecía inminente. En un acto desesperado, tan cegado por su sed de venganza, Shen se volvió hacia Zhang y emitió un mandato aterrador. Ordenó, sin importar las consecuencias, que disparara sin piedad, incluso si eso significaba infligir heridas mortales a su propio pueblo. El eco de su maldad retumbó en el aire, mientras el brillo siniestro de su mirada reflejaba la crueldad que había consumido su corazón, llevándolo a cruzar límites impensables en su obsesión por el poder. Shen se hundía más y más en la vorágine de su propia oscuridad.

Pero Zhang se negó con valentía, sin doblegarse. Enfurecido y consumido por la demencia, Shen se acercó amenazante, agitando a Zhang con violencia.

— Son nuestra gente, tú no quieres hacerlo en realidad —, respondió Zhang con una determinación inquebrantable, su frente marcada por arrugas de preocupación.

— Oh... ¿en realidad no quiero hacerlo?... —, susurró Shen pensativo, dejando escapar una carcajada burlona. 

— ¿Y se supone que sabes lo que quiero? ¿Crees que me conoces? — gritó Shen mientras se acercaba aún más al rostro imperturbable de Zhang. Pero solo encontró un silencio frío y desafiante como respuesta. El reflejo en los ojos de Zhang dejó a Shen desconcertado, forzándolo a apartar la mirada. Su respiración agitada revelaba la invasión de pensamientos contradictorios que asaltaban su mente.

"¿Quién soy? Eres el príncipe de Gongmen. Hijo desfavorecido de una reina difunta. El arrogante y despiadado futuro rey de Gongmen. Eres su amigo. Eres su líder. ¿Por qué estoy tan solo?" — murmuró Shen, sumido en una tormenta interna. 

Shen se tambaleó y retrocedió, como si al estar cerca de Zhang ardiera. De pronto, escuchó cerca de su oído los lamentos de lo que al principio parecía un niño desamparado:

— ¿Por qué nadie viene a verme? ¡Estoy muy enfermo! Solo será un momento, por favor, no importa quién, solo... ¡Estoy enfermo! ¿Nadie vendrá, no es así? ¡Nadie vendrá!

Entonces Shen sintió creyó verse vestido con una túnica sencilla y mojada, con rastros de sangre y suciedad. Lo odiaba, lo odiaba tanto. Creía que esa parte de sí era tan patética. 

Zhang, preocupado, se acercó para sostenerlo, pues parecía como si en cualquier momento fuera a caerse. Shen temblaba y tenía una mirada perdida en el vacío. Al alzar su rostro para llamar su atención, como hacía en sus momentos de debilidad, Zhang notó una súplica desesperada, como si Shen le pidiera ayuda.

Pero, de repente Shen intentó alejarlo, Zhang se resistió. En ese momento, Shen, al mirar nuevamente los ojos de Zhang, recordó una idea que había formulado antes de ayudar a los guerreros lobo: "La polilla murió al acercarse demasiado a la brillante luz". Entonces, Shen se dio cuenta de cuánta influencia habían tenido en él esos hermosos ojos.

Dominado por su locura, Shen lo señaló, gritando medio riéndose:

— ¡Eres tú! ¡Siempre fuiste tú, mi verdadero obstáculo! Todo era tan fácil —dijo mientras reía estridentemente, desviando la mirada y dirigiéndola hacia el cielo, como si le hablara a la cabra y su lectura de la fortuna, orgulloso de entenderlo por fin. 

En ese instante, Zhang vio tristemente cómo esa flor blanca se teñía con la oscuridad a la que tanto había intentado resistirse. Se negó a obedecer las órdenes de Shen porque sabía que el verdadero, se arrepentiría profundamente de la muerte de personas inocentes. Zhang decidió proteger esa parte pequeña y pura, de obstaculizar el avance de esa oscuridad. Pero no lo logró. Shen había sido consumido por completo.

Luego, Shen fijó nuevamente su vista en Zhang con determinación.

— Es sencillo, solo... debo deshacerme de ti — dijo, mientras abundantes lágrimas comenzaron a derramarse de sus ojos. Se acercó rápidamente y, segundos antes de apuñalarlo, susurró con infinita tristeza, borrando por un instante su sonrisa de locura.

— Ah, Zhang... realmente eres… muy brillante. 

Zhang no opuso resistencia; un temblor se apoderó de sus manos mientras, enloquecido, observaba cómo la luz se extinguía de los ojos de Zhang. Cuando finalmente pareció apagarse, Shen rió estridentemente, sus ojos enrojecidos por las abundantes lágrimas. Giró hacia Po y gritó con fervor:

— ¡Soy el rey de Gongmen! ¡Nada se interpondrá en mi camino hacia la conquista absoluta de China, mi verdadero destino! — su risa desquiciada resonó en el aire, mientras su voz rasgada reflejaba su insaciable sed de poder y su perturbadora demencia.

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