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CAPITULO 11

Las olas danzaban en la orilla, besando la arena dorada con suavidad mientras Quetzulkan, Zoe y Taliyah se encontraban reunidos en las costas de Ionia. El sol, perezoso en su descenso, teñía el cielo de tonos naranjas y rosados, creando un escenario que parecía sacado de un cuadro celestial. Taliyah, con los cabellos ondeando al viento, compartía su historia con una mezcla de alivio y pesar. Había escapado de las garras de los Noxianos, pero su corazón aún latía con el recuerdo de las injusticias sufridas.

La voz de Taliyah resonaba en el aire sereno, narrando el tormento de haber sido capturada por los Noxianos, quienes buscaban utilizar su don para fines de guerra. Su negativa a someterse a sus oscuros designios la había llevado a la cárcel, pero el destino la había llevado a encontrarse con Quetzulkan y Zoe, quienes se convirtieron en sus inesperados salvadores.

Con la ayuda de Quetzulkan, cuya imponente forma vastaya inspiraba respeto y protección, y la magia caprichosa de Zoe, capaz de doblar el tejido del espacio-tiempo a su antojo, Taliyah había sido llevada hasta el imponente Monte Hirana. Allí, entre las escarpadas montañas y los bosques ancestrales, encontraron refugio y sabiduría en la figura de Lee Sin, el monje ciego de Ionia, y Udyr, el maestro de las formas espirituales.

La llegada de Taliyah, con su aura de poder y determinación, no pasó desapercibida para Lee Sin, cuya percepción trascendía más allá de sus ojos físicos. Con gesto compasivo, el monje ofreció su ayuda para que Taliyah aprendiera a controlar sus habilidades, prometiéndole un santuario seguro en el monasterio. Udyr, en silencio, asintió con solemnidad, preparándose para guiar a la joven en su viaje hacia la autodisciplina y la armonía espiritual.

Sin embargo, la serenidad del Monte Hirana se veía empañada por una sombra de desolación. Lee Sin, con voz entrecortada por la emoción, explicó la partida de los monjes hacia Demacia, llevando consigo a los niños y a sus protegidos. La decisión, motivada por el temor ante la invasión Noxiana, había dejado el monasterio envuelto en un silencio sepulcral, con solo el eco de las montañas como testigos de su ausencia.

Zoe, con el corazón encogido por la pérdida de su amiga Sona, ocultó su dolor tras una máscara de alegría. Aunque su risa resonaba entre los árboles, el brillo melancólico en sus ojos delataba la tristeza que yacía en su interior. La despedida había sido abrupta, sin palabras de adiós ni promesas de reencuentro.

A pesar de la partida de los monjes, la vida en el monasterio continuaba con un ritmo tranquilo y constante. Taliyah, con la guía amorosa de Lee Sin y la paciencia inquebrantable de Udyr, comenzó a explorar los límites de sus habilidades, encontrando en el equilibrio entre el poder y la compasión el camino hacia su verdadero potencial.

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El viento gélido siseaba entre los muros de piedra de la Ciudadela de la Guardia de Hielo, llevando consigo ecos de antiguas leyendas y secretos olvidados. Quetzulkan, con su imponente figura vastaya de cabellos verdes y rasgos reptilianos, junto a Zoe, una joven de mirada centelleante y poderes místicos, se aventuraban más profundamente en el corazón helado de Freljord.

A medida que avanzaban por los pasillos desiertos, sus sentidos alerta, una figura se materializó entre la penumbra. Una mujer envuelta en un manto de hielo, con ojos que brillaban como estrellas frías en la noche, se les enfrentó. Era Lissandra, la Reina de Hielo, custodia de los secretos ancestrales de Freljord.

—¿Quiénes osan profanar este lugar sagrado? —su voz resonaba con una autoridad gélida, llena de una antigua sabiduría y un poder indomable.

Quetzulkan, con su presencia majestuosa, se adelantó, su figura imponente proyectando una sombra sobre la helada piedra.

—Somos viajeros en busca de conocimiento y verdad —declaró con solemnidad—. No venimos como invasores, sino como buscadores de la luz en medio de la oscuridad.

Los ojos de Lissandra centellearon con desconfianza, pero luego se estrecharon en una mirada calculadora.

—El conocimiento que buscáis puede ser vuestro... si sois dignos de él —respondió con un tono enigmático, antes de desaparecer entre las sombras de la ciudadela.

Sin embargo, antes de que pudieran reaccionar, un escalofrío recorrió el aire, y una horda de criaturas emergió de la oscuridad, trolls y seres de hielo ansiosos por la batalla. La batalla estaba sobre ellos, y esta vez, no había escapatoria.

Quetzulkan, con su conexión con la naturaleza, convocó el poder de los elementos a su alrededor. Raíces retorcidas se alzaron del suelo, envolviendo a los enemigos con fuerza implacable. Pero incluso su magia ancestral no podría contener el embate de Lissandra.

Con un gesto de su mano, la Reina de Hielo desató una tormenta de hielo y nieve, envolviendo a Quetzulkan y Zoe en un remolino de poder glacial. Pero los dos no se amedrentaron. Quetzulkan, con un rugido ensordecedor, se transformó en su forma más poderosa: un dragón colosal, con escamas doradas que relucían bajo la luz sombría.

Zoe, con sus poderes multidimensionales, tejía ilusiones y destellos de energía que confundían y desorientaban a los enemigos. Pero cuando vio a Lissandra, reconocida como una de las guardianas más formidables de Freljord, sus ojos se estrecharon con determinación.

La batalla fue épica, una danza de fuerzas primordiales y magia desatada. El rugido del dragón resonaba en los pasillos de la ciudadela, mientras las llamas de la magia y el hielo chocaban en un choque de poderes ancestrales.

Quetzulkan embistió con fuerza, sus garras doradas destellando bajo la luz de la luna. Pero Lissandra, con su habilidad innata para manipular el hielo, era un oponente formidable. Columnas de hielo se alzaban a su comando, bloqueando los golpes del dragón con una destreza impresionante.

Zoe, por su parte, desató su arsenal de poderes, lanzando rayos de energía y conjurando ilusiones que desconcertaban a los seguidores de Lissandra. Pero incluso ella, con toda su destreza, luchaba por mantenerse al ritmo de la Reina de Hielo.

La batalla llegó a su punto álgido cuando Quetzulkan y Lissandra se enfrentaron en un choque de titanes. El dragón dorado rugió con furia, sus llamas envolviendo a la Reina de Hielo en un abrazo abrasador. Pero Lissandra, con un grito de poder, desató una explosión de hielo que envió al dragón tambaleándose hacia atrás.

El enfrentamiento continuó, una lucha desesperada por la supremacía en medio de las ruinas de la ciudadela. Pero al final, fue la determinación de Quetzulkan y Zoe la que prevaleció. Con un último esfuerzo conjunto, lograron desequilibrar a Lissandra, enviándola tambaleándose hacia atrás.

Con un rugido de triunfo, Quetzulkan se transformó de nuevo en su forma vastaya, su mirada fija en la Reina de Hielo derrotada.

—La luz siempre prevalecerá sobre la oscuridad —declaró con solemnidad, su voz resonando en los pasillos vacíos de la ciudadela.

Lissandra, aunque derrotada, no mostró signos de rendición. Con una mirada de desafío, desapareció entre las sombras, dejando atrás solo el eco de su risa helada.

Quetzulkan y Zoe se miraron el uno al otro, una chispa de camaradería brillando en sus ojos. Aunque la batalla había sido ardua, sabían que aún quedaban muchos desafíos por delante en su búsqueda de conocimiento y aventura en el helado reino de Freljord. Y juntos, estaban listos para enfrentar cualquier desafío que el destino pudiera lanzarles

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Entre las antiguas paredes de la Ciudadela de la Guardia de Hielo, Quetzulkan y Zoe avanzaban con pasos cautelosos, sumergiéndose cada vez más en los oscuros pasillos de la fortaleza. La atmósfera estaba cargada de una energía ancestral, como si el propio aire resonara con los susurros de tiempos olvidados.

En el corazón de la ciudadela, encontraron a Lissandra una vez más, pero esta vez su presencia irradiaba una serenidad desconcertante. Estaba envuelta en un manto de hielo, pero su postura era firme y segura, como si no hubiera sido derrotada en ningún momento anterior.

Después de un breve momento de silencio, Lissandra rompió la quietud con su voz gélida, comenzando a narrar su historia. Habló de un tiempo en el que Freljord era una tierra de prosperidad, gobernada por tres hermanas: Avarosa, Serylda y ella misma. Juntas, habían protegido su hogar del implacable frío y de las amenazas que acechaban en las sombras.

Pero la paz de Freljord fue sacudida por la llegada del Vacío, una oscuridad antigua y malévola que amenazaba con consumir todo a su paso. Lissandra describió cómo el Vacío se extendió por la tierra, corrompiendo todo lo que tocaba y desatando el caos y la destrucción. Fue entonces cuando los Vigilantes intervinieron, seres antiguos y poderosos que sacrificaron sus vidas para sellar la grieta entre los mundos, protegiendo así a Freljord de la amenaza del Vacío.

Los Vigilantes, explicó Lissandra, eran guardianes ancestrales que habían protegido a Freljord desde tiempos inmemoriales. Eran seres de luz y sabiduría, cuyo sacrificio y que junto con sus hermanas habían asegurado la supervivencia de su mundo. Pero ahora, con el resurgimiento del Vacío y de su sueño congelado que estaba en peligro de ser perturbado una vez más.

Lissandra continuó su relato, detallando su papel como guardiana de los Vigilantes. Habló de cómo había dedicado su vida a proteger al freljord, asegurándose de que nunca fueran atacados por las fuerzas del mal. Habló de su lucha eterna contra las fuerzas del Vacío, de su determinación inquebrantable para proteger a su pueblo y a su tierra natal.

A medida que Lissandra hablaba, Quetzulkan y Zoe escuchaban en silencio, absorbidos por la profundidad y la tragedia de su historia. Cada palabra resonaba en el aire, cargada de significado y propósito, y ambos podían sentir la gravedad de lo que se les pedía.

Y luego, llegó el momento crucial. Lissandra se volvió hacia Quetzulkan y Zoe, sus ojos fríos brillando con una intensidad que no dejaba lugar a dudas sobre su determinación.

—Os necesito —dijo, su voz resonando con una urgencia que cortaba el aire como un cuchillo—. Necesito aliados en esta batalla contra el Vacío, alguien en quien pueda confiar para proteger los secretos de Freljord y asegurar el futuro de nuestra tierra.

La petición de Lissandra flotaba en el aire, cargada de significado y desafío. Quetzulkan y Zoe intercambiaron miradas, conscientes del peso de lo que se les pedía. Pero en sus corazones, ambos sabían lo que debían hacer.

—Estamos contigo, Lissandra —declaró Quetzulkan, su voz resonando con una solemnidad que cortaba el aire—. Lucharemos a tu lado en esta batalla, protegiendo los secretos de Freljord y enfrentándonos al Vacío dondequiera que se encuentre.

Zoe asintió con determinación, su mirada fija en la Reina de Hielo.

—Juntos, podemos vencer al Vacío y asegurar un futuro para Freljord y el mundo—añadió con convicción.

Lissandra asintió con aprobación, un destello de gratitud brillando en sus ojos fríos.

—Entonces que así sea —dijo, su voz resonando con una promesa de batallas por venir—. Juntos, enfrentaremos al Vacío y protegeremos todo lo que amamos.

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Tras sellar su alianza con Lissandra, Quetzulkan y Zoe se despidieron de la Reina de Hielo, con el peso de la responsabilidad y la determinación en sus corazones. La historia de Lissandra los había conmovido profundamente, y ahora estaban comprometidos con la causa de proteger a Freljord del Vacío a toda costa.

Sin embargo, mientras se alejaban de la ciudadela, una sombra de duda se coló en sus pensamientos. Había algo en la historia de Lissandra que no encajaba del todo, algo que les hacía cuestionar la verdadera naturaleza de su alianza.

Poco sabían Quetzulkan y Zoe que la verdad era mucho más oscura de lo que habían imaginado. Detrás de la fachada de nobleza y sacrificio de Lissandra se escondía un secreto terrible: fue ella misma quien traicionó a los Vigilantes y a sus hermanas en un intento desesperado por encerrar al Vacío.

La traición de Lissandra había sido un acto desesperado para proteger a Freljord, pero había tenido consecuencias imprevistas. Aunque había logrado sellar a los seres del Vacío, el hielo que los encerraba estaba perdiendo su poder, erosionado lentamente por el paso de los siglos.

Quetzulkan y Zoe no podían evitar sentir una sensación de inquietud mientras reflexionaban sobre esta revelación. ¿Podían confiar realmente en Lissandra y en su causa? ¿O estaban siendo arrastrados hacia un conflicto mucho más complejo de lo que habían imaginado?

Mientras el viento gélido soplaba a su alrededor, Quetzulkan y Zoe sabían que tendrían que ser cautelosos en sus acciones. La amenaza del Vacío era real y urgente, pero también debían enfrentarse a la realidad de que su aliada no era quien parecía ser.

Con el peso de esta verdad recién descubierta sobre sus hombros, Quetzulkan y Zoe continuaron su viaje, con la determinación de proteger a Freljord ardiendo en sus corazones, pero con una sombra de duda acechando en su interior.

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