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Greg Jensen extendió su mano y comenzó a masajear la pierna de Louisa Burley.
Recién cuando la tocó, se dio cuenta de que Louisa Burley era aún más delgada de lo que parecía; su delicado muslo apenas podía ser rodeado por sus dos grandes manos.
Hoy también llevaba puesto un par de vaqueros, la tela muy fina, suave en su agarre, y muy táctil.
Además, como los dos estaban casi pegados, la tenue fragancia que emanaba de Louisa Burley envolvía su aliento, haciendo que Greg Jensen se sintiera inquieto por dentro, como si su corazón estuviera lleno de un impaciente efervescencia.
Louisa Burley, sintiendo el calor y la aspereza en su pierna, no pudo evitar sentir una extraña sensación ella misma; su respiración se volvió más pesada.
—Hermano Greg, creo que ya estoy bien.
—¿Eh?
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