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Majorie 05: Hacia los Jardines Huecos.

Me asomo por el carruaje una vez que nos encontramos más cerca de las murallas de la academia. El panorama es desolador antes de llegar, pues los caminos están llenos de cuerpos inertes tirados por doquier. Ver esa escena provoca en mi estómago un terrible sentimiento de angustia y asco, provocando que tenga que cerrar los ojos y hacer un esfuerzo por no vomitar.

—Puta madre, ¿Qué carajo es esa enfermedad?—pregunta Celine al mirar afuera.

—Se le conoce como la peste abisal… hay registros de su existencia en varios periodos de la historia humana, pero todavía se desconoce su origen o que la ocasiona con exactitud—explica Bridget con una expresión sombría.

—Pareces saber mucho de esa basura, ¿Cuál es la cura?—Celine luce nerviosa.

—Solo lo necesario, he aprendido mucho en mis tiempos de sacerdotisa, pero la cerebrito aquí es Majorie—responde Bridget.

Yo me encuentro más preocupada por no vomitar que por la conversación de esos dos. Nodieu luce aterrado y nervioso, pues no ha dicho una sola palabra en mucho rato.

—Y sin embargo, deberías prepararte para lo peor, Majorie—continúa Bridget.

Le lanzo una mirada confusa, sin saber a qué se refiere.

—¿Prepararme para qué? ¿Para tiempos de peste?

—Peor aún. Tu posible ejecución—sentencia.

La sangre no se me hela, se me congela cuando escucho esas palabras. La expresión de Celine y Nodieu cambia de nuevo, pero a una mucho más apagada e indecisa.

—¿A qué te refieres con eso? ¡No he hecho nada!—mis postura se torna defensiva por primera vez en un buen rato.

 —Tal vez, después de todo no te he quitado el ojo de encima, pero la gente no opinará lo mismo. ¿Sabes cuándo fue la última vez que apareció la peste abisal? Sus últimos registros datan de los cursos exactos donde vivió el último príncipe maldito—Bridget comienza a desvelar información.

—¿Y eso qué? Esto no tiene nada que ver con mi maldición—mi rostro se endurece.

—Pruébalo—añade ella.

Me quedo en silencio, pensando en algo que pueda decir en mi defensa. Por más que mi cerebro intenta formular un argumento, no puedo dar con algo que pueda serme de utilidad.

—Lo sabía, no tienes forma de hacerlo. En cambio, las múltiples apariciones de la peste abisal coinciden en todos esos momentos en los que un príncipe maldito pisó este mundo, y tú no serás la excepción—vuelve a sentenciar.

El nudo en mi garganta me impide hacer algo. Volteo a ver a Celine y Nodieu, pero ellos solo giran los ojos, sin atreverse a entrar a la discusión.

—No estarán pensando que yo…

—Yo… no lo sé, preferiría no meterme en todo esto—interrumpe Nodieu.

Celine suspira y mira hacia otro lado. Su respuesta es más que evidente.

—¡No puedo creer que se estén guiando solo por estos malditos y asquerosos ojos! ¿Necesito quitármelos? ¿Arrancarme la piel pálida? ¡Bien!

—Hazlo, le harás un favor al mundo—añade Bridget.

—¡Cállate ya!—finalmente termino por desbordarme y me arrojo sobre ella.

Mi mano aprieta su cuello y mi puño tiembla sin control cuando golpeo su rostro. Enfoco toda mi furia hacia su cara endiablada.

—¡Quítate de encima, lagartija de mierda!—Bridget también se pone a la defensiva.

Siento un golpe que me hace doler hasta los huesos, logrando separarme de ella. Posteriormente, una fuerza similar a una onda expansiva a corto alcance me hace volar, sacándome del carruaje. Ruedo por el frío piso, tragándome un montón de tierra en el proceso. Me siento débil y mis extremidades tiemblan sin que pueda controlarlas.

—Ouch… alguien por fin le dio su merecido a esa bestia…

Los murmullos de los alumnos se escuchan cerca entre más tiempo paso tirada en el suelo, sin poder levantarme. Con mi vista borrosa puedo ver a Bridget acercarse a mí, tomándome del cabello y escupiéndome en la cara para darme un golpe después.

—¿Te crees muy macha solo por estar en otro mundo, Violet?—otro puño se estrella en mi cara.

No tengo habilidades ofensivas. Nunca he entrenado algo que no sea el estoque, y mis estadísticas son muy bajas. No tengo idea de qué clase de vida llevó Bridget hasta este momento, pero está claro que ha podido entrenar todo de ella.

—¡Suéltame ya!—intento jalarla del cabello en mi desesperación.

Tengo que ser muy honesta, esta es la primera pelea que tengo en mi existencia. En mi otra vida jamás llegué a agarrarme a golpes con nadie porque nunca tuve la necesidad de hacerlo. Soy creyente de que las cosas pueden arreglarse dialogando… pero esta vez implemente exploté. No sé por qué reaccioné así.

—¡Suficiente! ¡Estamos en un momento delicado como para comportarnos como monstruos!—la voz autoritaria del director se hace presente.

Bridget bufa y se detiene, arreglando las arrugas de su túnica luego de la pelea. El poco oxigeno que consigo respirar se escapa con rapidez de mis pulmones, haciéndome jadear en un estado deplorable.

—Han destrozado un carruaje, manchado la reputación de la academia Vaumose y encima se han golpeado como si este lugar fuera una cantina de mala muerte… estoy decepcionado de ambas—él se pasea por el lugar.

—Yo… ¡solo me defendí!—vocifero con dificultad.

—Una señorita importante como usted sabe que no debe mancharse las manos de sangre para resolver un conflicto a menos que su vida esté en riesgo, y no creo que estuviera al filo de la muerte en ese momento—reprende el director.

Aprieto mis puños con frustración. No es justo, esto no es justo…. Mi reacción no fue correcta, estoy de acuerdo, pero el resto del mundo no deja de juzgarme y molestarme por algo que yo no pedí tener…

—Y usted, señorita Eveas, me parece que el cardenal estará tan decepcionado como yo cuando se entere de su reprochable acto—sentencian a Bridget.

Ella asiente con tranquilidad y suspira.

—Aceptaré cualquier castigo que se le imponga a mis acciones, señor.

El director se da la vuelta y me extiende la mano para ayudar a levantarme.

—Hablaremos de su castigo una vez se haya normalizado la situación. En estos momentos, todos los alumnos deben resguardarse en la academia. Se prohíbe tajantemente la salida hasta nuevo aviso—da la orden.

El corazón se me partiría en mil pedazos si tuviera un espejo para mirarme ahora mismo. Quiero llorar, en verdad quiero hacerlo… pero tengo que aguantarme porque no debo mostrar debilidad ante Bridget.

—¡La peste abisal es culpa de la princesa!—grita un alumno.

El silencio sepulcral que había se rompe tan pronto comienzan a salir acusaciones en mi contra.

—¡Es verdad! ¡Hace poco apareció un dragón escamas blancas en Badaron! ¡Es culpa de la princesa!—exclama otro.

—¡La peste es su culpa!—acusan sin parar.

Mi mirada recae en la turba furiosa que se arremolina a mi alrededor. Algunos de los guardias se ven forzados a protegerme, pero incluso ellos no están muy convencidos de que estén haciendo lo correcto.

—¡Muerte al dragón blanco!

—¡Asesínenla!

—¡Ejecución publica!

Las lágrimas que habían luchado por contener ya no pueden ser escondidas más tiempo y resbalan por mi rostro sucio. Mis labios tiemblan y puedo escucharme sollozando. Volteo a ver a Celine y Nodieu, quienes dudan entre defenderme o unirse a la turba. Puedo ver de reojo una sonrisa burlona viniendo de Bridget.

—¡Silencio! ¡La academia no tolerará ningún acto de violencia en contra de nadie!—interviene el director.

Sin embargo, decido no quedarme a escuchar el resto. Limpio mis ojos de las lágrimas y salgo corriendo con desconsuelo y un corazón roto hacia dentro de la escuela. Mis pasos y sollozos se escuchan más fuerte conforme más me adentro en las vacías instalaciones de la academia.

Mis pies no se detienen hasta que doy la vuelta en mi dormitorio y abro la puerta con torpeza para encerrarme dentro. No puedo dejar de temblar, mis sentimientos están revueltos y por primera vez en mucho tiempo no sé qué hacer.

—¿Uh? Majorie, volviste. N-no he salido de la habitación desde que escuché lo de la peste…

Interrumpo las palabras de Ameba para abrazarla y llorar en su hombro. Los espasmos de mi cuerpo me hacen ver aún más vulnerable.

—¡Uaaah! ¿Q-qué te pasó? Estás hecha trizas—su confusión es evidente.

—Todos me odian… ¡Todos!

Ella no sabe cómo reaccionar. Me da tanta vergüenza que Ameba me vea de esta forma cuando siempre procuré verme fuerte a sus ojos. Ella también sufre, así que no espero algún consuelo de su parte, solo necesito desahogarme.

—Y-yo no te odio… has sido muy buena conmigo, me dejas dormir en tu habitación y compartes conmigo muchas cosas—dice nerviosa.

—Gracias… te lo agradezco…

Me quedo así un momento, sollozando en sus hombros hasta que consigo calmarme un poco. Luego de un rato, Ameba me ayuda a limpiar mi rostro con una tela húmeda y me da un cambio de ropa.

—Estaré en el baño para no molestarte, s-sí necesitas algo dímelo—ella desaparece tras la puerta.

Observo la túnica blanca que me ha dado y la abrazo con fuerza. Me recuesto en la cama para seguir llorando. Las lágrimas ya se me han acabado y no salen, pero todavía me siento fatal.

—Jean… ¿Cómo pudiste aguantar tanto tiempo así?—aprieto mis puños y me hago bolita en la cama.

La admiro. Resistió mucho tiempo bajo la sombra de Kendra, y probablemente se sentía igual que yo. Me arrepiento tanto de no haber estado para ella. Pude haber sido lo que Ameba es para mí ahora, pero no lo fui.

—Perdóname… en verdad perdóname—susurro sin dejar de apretar la túnica.

Y entonces, un tintineo suena débil en la habitación. Cuando abro mis ojos, veo un débil destello flotando frente a mí. Mi expresión cambia a una de sorpresa, pues nunca había visto algo parecido. La luz gira un par de veces, paseándose por la habitación y tirando un mapa que tengo guardado en un librero. Posteriormente, el destello desaparece por la ventana, dejándome con la mente revuelta y muchas preguntas.

Me levanto para recoger lo que se cayó al piso. Al desdoblar el mapa, noto que se trata de uno de la tercera capa abisal, los Jardines Huecos. Y es entonces cuando mi cerebro vuelve a trabajar como antes y se me ocurre una idea aterradora. Sí, las respuestas que busco, la cura para mi maldición… debe estar ahí. O al menos es la mejor conjetura que puedo formular en este momento.

Dejo el mapa en la mesa y me dirijo hacia mi bolsa, lugar donde guardé uno de los objetos que más atesoro, el colgante de cuerno de unicornio que me regaló Arthur cuando yo era bebé. Me cambio la túnica a la que me dio Ameba y vuelvo a colocarme el collar.

Decidido, voy a ir a la tercera capa. De mi librero también saco un tomo de monstruos para buscar mi objetivo. Paso las páginas con voracidad, esperanzada de encontrar lo que busco. Y entonces lo hallo, el Destello Oscuro. Es el unicornio del que hablaba Baldwin cuando le pregunté hace años. Un unicornio que apareció el mismo curso en que nací.

Se dice que es el unicornio más poderoso que este haya pisado este abismo, nadie sabe a ciencia cierta cómo luce, pero quienes han tenido la suerte de encontrarlo dicen que tiene un comportamiento e inteligencia superior a cualquier monstruo abisal. Además, dicen que puede hablar, pero que las únicas palabras que se le han escuchado decir son Oscuridad.

He estudiado mucho a los monstruos del abismo, y sé que los unicornios tienen propiedades mágicas y curativas en sus cuernos. Entre más fuerte el ejemplar, más poderosos son sus efectos. Si logro conseguir el cuerno del Destello Oscuro, quizá, y solo quizá, podré ponerle fin a mi maldición.

Me encuentro preparando una bolsa con todo lo que necesito para el viaje cuando Ameba sale del cuarto de baño donde se escondió.

—¿Q-qué vas a hacer?—pregunta al verme meter libros, mapas y herramientas en la bolsa.

—Voy a ir a los Jardines Huecos. Hay algo que necesito encontrar—me coloco una capa con capucha.

—¡Uaaaah! ¿L-los Jardines Huecos? Está lleno de monstruos ahí—Ameba luce asustada.

Es curioso que lo mencione, porque hasta hace unos treinta cursos aproximadamente, la cantidad de monstruos que había ahí disminuyó casi en su totalidad. A día de hoy ya debe haberse recuperado la fauna, pero no es lo mismo que antes, incluso se está considerando conquistar dicha capa.

—Lo sé, y estoy preparada para ello—me cargo la bolsa y me despido de Ameba.

—P-pero está prohibido salir de la academia—intenta detenerme una última vez.

—Sí me quedo, me matarán. Sí voy, me matarán. Da igual lo que haga, si mi destino es morir, entonces me niego a hacerlo sin haber luchado antes. Gracias por cuidar la habitación por mí, Ameba—me coloco la capucha y cierro la puerta al salir.

 

•┈••✦ ۵ ✦••┈•

 

Me escabullo en el establo de la academia, evitando a toda costa que los guardias me vean. Fue demasiado complicado llegar hasta este punto, y estoy muriéndome de miedo y nervios, pero es tarde para arrepentirme. Me agacho, cuidando el sonido de mis pasos. Mis pies tiemblan con cada movimiento que doy. Avanzo poco a poco hasta llegar a mi unicornio, Princesita de algodón. Él reacciona a mi presencia, relinchando.

—Shhh, te van a oír—llevo mi mano a mi boca para indicar silencio.

Doy un vistazo para asegurarme de que no vengan guardias. Una vez me aseguro de eso, comienzo a colocarle la silla de montar.

—Escucha, vamos a ir a los Jardines Huecos. Tú conoces mejor que nadie ese lugar, y espero que puedas guiarme y protegerme. Eres mi única esperanza—acaricio su cabello.

Princesita de algodón reacciona de forma positiva. Siempre fue mi unicornio favorito al momento de montar en el castillo, y me lo regalaron cuando ambos éramos bebés, así que nuestro vínculo es fuerte.

Con esfuerzo consigo subir a la silla y tomar las riendas luego de desatarlo y abrir la puerta de su espacio. Suspiro y me tranquilizo antes de continuar. Una vez afuera, no habrá vuelta atrás y el futuro será incierto. Estoy lista para eso. Le doy la orden a mi unicornio, quien comienza a avanzar lentamente.

Su trote es firme, pero necesitaremos fuerza para abrir la puerta principal del establo y escapar.

—A la cuenta de tres; uno, dos… ¡tres!—sostengo con más firmeza las riendas.

Princesita de algodón aumenta su velocidad y se prepara para embestir la puerta. Cierro mis ojos y escucho el sonido de los guardias exclamando cuando son arrojados por los aires junto al golpe de la entrada. Abro mis pupilas y el viento me quita la capucha, dejándome sentirme libre otra vez. Mi corazón late con fuerza, miedo y esperanza.

—¡Princesa! ¡Alto ahí! ¡Ha roto al menos cinco códigos de conducta!—grita uno de los guardias.

Lo ignoro por completo hasta que él da el aviso. Varios guardias salen de las instalaciones cercanas con cuerdas para intentar detenerme. Oh mierda, mierda, mierda, en verdad voy a estar en problemas si me atrapan. O de hecho ya lo estoy.

—Vamos, vamos, más rápido, por favor—suplico.

Mi unicornio parece haber escuchado mis plegarias, pues su velocidad aumenta. Los guardias arrojan las cuerdas intentando atrapar a mi montura y a mí, pero por fortuna la rapidez nos ayuda a evitarlos. Giro la rienda para ubicar un espacio alto que me permita saltar el muro de la academia. Hay una pequeña elevación de terreno cerca, así que me dirijo ahí. Las cuerdas ya no son un impedimento, y tardarán mucho en llegar hasta mí a pie.

Voy a conseguirlo, puedo lograrlo…

—Ya no eres la chica estudiosa que conocí, Violet. Ahora solo eres una rebelde y problemática más—la voz de Bridget me hace temblar de miedo.

Giro mi cabeza para verla corriendo detrás de mí, montada en un caballo. Su mano está extendida de la misma forma que cuando invocó esos rayos para cazar un gack en Melipar. ¡No! ¡Maldita sea, no puede ser!

—Se acabó, Violet, ríndete ya—de su mano comienzan a emerger chispas.

Arreo a mi unicornio lo más que puedo. ¡Esa maldita loca nos va a matar en serio! Solo un poco más, ya casi llego a la muralla… ¡Ahora!

Princesita de algodón da un salto para cruzar el muro. Bridget invoca su magia de trueno. Todo parece ocurrir en cámara lenta, y sin embargo ocurre un milagro. Una bola de agua impacta a Bridget, haciéndola caer de su caballo y fallar el trueno. Lo último que puedo ver antes de que mi vista se cubra por el muro al brincarlo, es a Celine y Nodieu en una de las torres, apuntando hacia Bridget. Los ojos de ambos dicen "buena suerte". Gracias… muchas gracias a ambos…

Mi unicornio aterriza del otro lado del muro y continúa avanzando. Regreso mi mirada hacia el camino por delante. Estoy dejando mi corta vida en la academia atrás y duele, pero volveré pronto, y no seré el monstruo que todos piensan que soy.

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