El equipo estaba empaquetado y listo para partir, esperando en el vestíbulo del hotel, pero no podían salir. Su líder era absolutamente imposible de encontrar. Y mientras Nemean, Bastión y Altair dejaban de lado cualquier preocupación, otros no podían hacer lo mismo.
Alice estaba sentada sobre un lujoso asiento de cuero con las piernas y los brazos cruzados en señal de frustración, sus cejas fruncidas y los labios apretados.
Lillian estaba en una condición similar, solo que no desde un estado sentado. Se abrazaba el pecho, caminando de un lado a otro, terminando sus pasos con un ansioso e incesante taconeo.
El último de los angustiados y preocupados era Allan, quien gritaba a su receptor. La gente trataba de desviar la mirada, pero era difícil hacerlo cuando él gritaba indignado contra su muñeca.
—¿Estaba loco? ¿Quizá su cita lo había dejado plantado? —Allan escuchó los susurros, pero su enojo tomó el control, enterrando su razón, decoro y usual timidez.
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