Kaizen sonrió, pero sus ojos revelaron la preocupación que aún sentía. Sabía que no podía actuar basándose únicamente en sospechas sin pruebas concretas. Después de todo, las apariencias podían engañar, y juzgar mal la situación podría llevar a consecuencias desastrosas, tanto para él como para su gremio. Se volvió hacia su grupo y susurró en voz baja, asegurándose de que los guardias no pudieran escuchar.
—Amigos, sé que esta situación es extraña, pero no tenemos pruebas de que algo esté realmente mal. Por lo que sé, el rey podría haber pedido a condes o duques que asignaran a sus soldados privados para alguna operación en los caminos —dijo.
—Pero... —Andrew intentó decir algo.
Kaizen asintió. —Mejor no nos desgastemos con suposiciones infundadas. Mantengámonos tranquilos y sigamos adelante. Si algo realmente sospechoso sucede, entonces actuaremos. Por ahora, confiemos en las palabras del Capitán Aric.
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