Emma emanaba un aura de serenidad que contrastaba con la intensidad del primer desafío. Su cabello rojo estaba hábilmente recogido en un moño, revelando la firmeza y determinación en sus penetrantes ojos azules.
En el instante en que los blancos comenzaron a moverse, Emma entró en acción con una gracia que era, por decir lo menos, única. Cada uno de sus movimientos poseía una armonía inexplicable, fluidez y precisión, como si estuviera en perfecta sintonía con los blancos móviles. El arco que empuñaba parecía una extensión natural de su propio cuerpo, y sus flechas cobraban vida, cortando el espacio con una precisión que rozaba lo absurdo.
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