Satisfecho con la ingeniosidad de su descendencia, Abadón decidió que era hora de dar por terminado el ejercicio.
Disipando todas sus armas de golpe, juntó todas sus manos en una sola palmada fuerte y dispersó la tormenta entera en un instante.
Los niños estaban un poco nerviosos de que hubiera desechado de repente su arma más grande así, pero una vez que lo vieron sonreír y volver a la normalidad, estuvieron menos temerosos.
—Díganme... ¿de quién fue la idea de usar sus poderes de esta manera?
Los niños parecieron relajarse al instante antes de moverse incómodamente.
—¿Gabrielle, eh?
—...Sí…
Abadón se sentó con las piernas cruzadas en el suelo y les hizo un gesto a sus hijos para que se sentaran con él.
Uno por uno, sus hijos se sentaron frente a él como si estuvieran a punto de que les leyeran un cuento antes de dormir.
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