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Isla sonrió, aliviada de que Damien estuviera recuperando su vitalidad. También estaba contenta de que él tuviera a alguien de su edad con quien jugar, ya que la mayoría de las personas en el gran ducado eran adultos. Amelia, por otro lado…
—El joven maestro se parece mucho a mi señora... no, se parece más a su excelencia cuando sonríe —dijo emocionada como una niña. Sabía que el hijo de su señora sería tan hermoso, pero verlo sonreír era como si los cielos hubieran añadido aún más a su belleza.
—Puedo imaginar a las futuras damas cayendo rendidas ante sus encantos. Mi señora, tendremos que trabajar arduamente para proteger al joven maestro —Amelia apretó sus puños con una mirada decidida—. ¿Y si esas jóvenes tratan de urdir planes para entrar en la cama de su joven maestro? ¡No permitirá que ninguna lo logre! ¡Su joven maestro será la rosa blanca del sur. No cualquier dama será digna de él!
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