En la zona fuera de la base, en la carretera principal hacia el sur, Shangguan Bing Xue miraba con ojos asombrados cómo el ejército de trasgos huía a lo lejos, y la primera razón por la que los trasgos huían que se le vino a la mente tomó la forma de un joven que la sorprendía cada día más y le hacía crecer un poco sus esperanzas en el género masculino.
Esta persona era, por supuesto, Bai Zemin.
Si no fue él quien obligó a los trasgos a retirarse, entonces, ¿quién más? Aunque Shangguan Bing Xue no tenía idea de cómo Bai Zemin pudo lograr que un ejército de decenas de miles de trasgos huyera en pánico, tenía sus propias conclusiones al respecto.
«De las cinco auras aterradoras de antes, tres de ellas desaparecieron por completo y otra huyó hacia el norte... la última está en un estado extremadamente debilitado, hasta el punto de que es difícil notarla», murmuró en voz baja para sí misma.
—¿Qué hacemos ahora? —Kang Lan se acercó a ella mientras mantenía su vigilancia.
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