Abigail se detuvo en seco, mirándolo fijamente.
Cristóbal tampoco dijo nada, ni soltó su agarre. Su mirada recorrió su rostro antes de posarse en sus labios. Su cercanía, sus ojos encantadores y su bonita cara encendieron su deseo. Cuando ella se acercó a él voluntariamente, él no la dejaría.
—Me estabas buscando —murmuró.
—Sí —respondió ella, su voz apenas audible—. No volviste al dormitorio anoche.
—Estabas enojada conmigo —dijo Cristóbal después de unos momentos—. Supuse que preferías estar sola.
—No sabes lo que quiero. Nunca intentaste averiguarlo —. Abigail hizo un puchero.
—¿Qué quieres? —preguntó él con voz ronca.
Su suave cuerpo estaba sobre él. A eso se sumaba que ella estaba hablando en un tono bajo que sonaba seductor.
Estaba perdiendo el control sobre sí mismo. La lujuria había nublado sus ojos, desordenado su cerebro y le pedía que hiciera cosas que nunca había hecho con ella.
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